Colisée Sa Residència

Una extrabajadora de Sa Residència de Ibiza: «He llorado muchas veces sintiéndome cómplice de la mala atención a los residentes»

Exempleados de Colisée Sa Residència se suman a las quejas de familiares de usuarios y denuncian graves deficiencias en el servicio y el cuidado de los residentes, la falta de personal y la sobrecarga de trabajo

Rosa María Sobreira, extrabajadora de Colisée Sa Residència, ayer en la sede de Diario de Ibiza.   |  VICENT MARÍ

Rosa María Sobreira, extrabajadora de Colisée Sa Residència, ayer en la sede de Diario de Ibiza. | VICENT MARÍ / maite alvite. eivissa

Maite Alvite

Maite Alvite

Diego (nombre ficticio) es auxiliar de enfermería y trabajó en Colisée Sa Residència entre 2020 y 2022. Se fue, asegura, porque «la situación era desesperante y tensa, incluso entre los propios empleados». Este profesional, que acumula muchos años de experiencia atendiendo a personas muy dependientes, tiene claro cuál es el principal problema de este centro, «la falta de personal». «Hemos llegado a ser solo dos auxiliares geriátricos para 29 usuarios», comenta para ilustrar la excesiva carga laboral a la que están sometidos los empleados. Doblar turnos era algo habitual en su caso.

«La rotación de profesionales es muy grande» y no es de extrañar, señala, teniendo en cuenta que se trabaja mucho y que los salarios no están en consonancia con el volumen de trabajo. «¿Te parece que en Ibiza se puede vivir con este sueldo?», pregunta retóricamente mostrando su nómina de noviembre de 2022, en la que cobró apenas 1.000 euros.

Otra de las graves problemáticas de Sa Residència, en su opinión, es la falta de cualificación de algunos trabajadores. «En diciembre de 2021 desde coordinación se nos mandó un whatsapp preguntándonos si conocíamos gente que pudiera trabajar como ayudante de auxiliar y se nos indicó que no hacía falta titulación», explica con el mensaje delante. En el texto se especifica claramente que esas personas no podrían realizar determinadas labores como duchar, asear o dar medicación o comida en boca a los usuarios, sin embargo, asegura Diego, las que entraron en la residencia para ejercer de ayudantes acabaron haciendo tareas de auxiliar.

Este exempleado se queja, entre otras cosas, de que en este centro privado con 84 plazas concertadas con el Govern «nadie controla que se lleve a cabo correctamente la higiene de los usuarios». Explica también que en el tiempo que él trabajó en el centro «se llegaron a rebajar las duchas a los residentes a una por semana» porque no se daba abasto.

Diego (nombre ficticio), ayer en Diario de Ibiza.   |  VICENT MARÍ

Diego (nombre ficticio), ayer en Diario de Ibiza. | VICENT MARÍ / maite alvite. eivissa

Asimismo, Diego reconoce haber visto «falta de empatía» y «trato poco delicado» a algunos residentes por parte de compañeros.

El extrabajador de Sa Residència considera insuficiente que en un centro con 114 plazas haya solo un médico tres horas al día y que el resto del tiempo se hagan las consultas vía telefónica. Le parece grave también que no se deje registro de todo lo que le sucede al paciente y que falte material como pañales o empapadores.

Si tuviera delante al director de Calidad de Colisée, Toni Guerra, que ayer se reunió con una representación de los familiares de usuarios, tiene muy claro lo primero que le pediría: «Tener un filtro más estricto a la hora de contratar personal y que suban el sueldo».

Rosa María Sobreira, auxiliar de geriatría recién jubilada, se expresa en términos muy parecidos. Ella trabajó en Sa Residència cerca de tres años y medio. Entró poco antes de que en 2019 el Grupo Policlínica vendiera el centro a STS Grup Asistencial, que se integró después en la empresa francesa Colisée junto a La Saleta Care.

Cuenta esta gallega que, poco después de llegar a la isla hace cuatro años y medio «con intención de ejercer de abuela», decidió ofrecerse como voluntaria para echar una mano en este centro del municipio de Santa Eulària que estaba cerca de su casa. Presentó su currículum y al comprobar su amplia experiencia, cuarenta años trabajando en residencias de Vigo, enseguida le ofrecieron un puesto de auxiliar de geriatría. «Ya al empezar me chocaron algunos detalles de organización, pero fue cuando el centro pasó a manos de Colisée cuando empezó el desastre», dice.

Antes de enumerar todas las deficiencias que detectó durante sus años de trabajo en Sa Residència, puntualiza que no va «en contra de la empresa ni de la dirección del centro», porque, de hecho, algunos de los directivos gozan de su simpatía. «Eso, en cualquier caso no me impide reconocer todo lo mal que lo están haciendo, no sé si por omisión o porque tienen las manos atadas por Colisée», añade acto seguido.

Sobreira, como Diego, se queja del «cambio constante de auxiliares de enfermería» y de «la falta de personal» en general, y de cómo esos factores repercuten en la calidad de la atención a los residentes. A eso se suma «la falta de organización, la nula explicación de las características de cada residente al nuevo personal y la ratio excesiva por cada auxiliar». «En el tiempo que estuve allí, aunque había una persona encargada de los auxiliares no ejercía como tal porque estaba desbordada de trabajo», explica.

«Había tres opciones en esta situación, o adaptarte al mal funcionamiento de las cosas, o pelearte con tus compañeros, o pasar de ellos y cargarte de más trabajo», asegura la exempleada de Sa Residència. Ella decidió convertirse «en la mosca cojonera» y «batallar continuamente» para intentar que el servicio ofrecido a los residentes fuera el adecuado.

Sobreira insiste en que en el periodo que estuvo en el centro la atención a los usuarios «era muy deficiente y que no había nadie que la corrigiera» y que controlara que se les diera a los mayores la hidratación necesaria o se le administraran adecuadamente la medicinas que requirieran.

«La higiene que daban algunos compañeros dejaba que desear, faltaban conocimientos de las patologías de los usuarios, se abusaba de las sujeciones y la medicación, en muchos casos, no se administraba de forma correcta porque en lugar de darla en la primera cucharada de comida para asegurarse de que el residente la tomaba, se echaba en el plato», detalla.

"Falta de preparación"

La extrabajadora deja claro que en este centro «hay muy buenos profesionales», pero también «muchísima gente con falta de preparación» que no ofrecía una atención apropiada a los residentes, provocando su «malestar», pero también «el mutismo por temor a represalias».

«Muchos de los verdaderos profesionales se han ido porque no soportaban más psicológica y físicamente y otros están aguantando carros y carretas porque tienen la presión del trabajo y ahora también la de los familiares, porque se sienten atacados cuando ellos están haciendo todo lo posible para que los residentes estén bien», subraya.

Sobreira habla también de lo que vivió cuando estalló la pandemia de covid: «En el primer confinamiento las cosas se hicieron bien. Se hacían videollamadas y el psicólogo visitaba a diario a los residentes. En el segundo confinamiento fue muy triste, nadie pasaba por las habitaciones, excepto los auxiliares con sus escafandras. Para colmo, me encontré con trabajadores que no sabían empatizar ni tratar con el cariño que se merecían a los usuarios».

Tal era la situación que vivió Sobreira entonces que decidió alzar la voz y enviar un escrito a la entonces directora, Andrea Marí. En él dejaba constancia de «la lamentable asistencia que estaban recibiendo los usuarios» y reclamaba que se tomaran «urgentemente medidas drásticas». «Me iba llorando a casa muchas veces porque me sentía responsable y cómplice de la mala atención que estaban recibiendo los residentes, así que reflexioné profundamente y decidí hacer este escrito», relata con el texto en la mano, que estos días compartió con los familiares de los usuarios que han denunciado las deficiencias del centro.

Al recibir el documento firmado por Sobreira, la entonces directora le prometió que las cosas cambiarían. A partir de entonces «se empezaron a hacer más reuniones con los auxiliares de geriatría y a detallarles lo que tenían que hacer, pero en el fondo no se cambió nada porque la directora seguía metida en su despacho sin tener un contacto constante con trabajadores y usuarios», asegura.

Poco tiempo después, un problema en la espalda le obligó a estar de baja nueve meses y tras este periodo decidió pedir la jubilación. «Ya no me sentía capacitada ni física ni psicológicamente para soportar este trabajo», señala. Aun así, siguió yendo de visita a la residencia. «Me alegré mucho cuando supe que, superado lo peor del covid, ya los familiares podían volver a entrar en la residencia, pensé que así podrían comprobar con sus propios ojos lo que estaba pasando y que algo harían», comenta.

Esta extrabajadora ha ofrecido todo su apoyo al grupo de familiares de los residentes que han hecho públicas sus quejas, de hecho, ayer estuvo en el encuentro con el director de Calidad de Colisée y llevó consigo un escrito con una serie de sugerencias. La primera es ésta: «La dirección tiene que preocuparse personalmente de sus residentes e interactuar con ellos». Asimismo, pedía que fuera el personal de enfermería, ayudado en todo caso por la persona encargada de los auxiliares, el que se ocupara de dar la medicación en boca. Asimismo, sugería que «se controlaran en enfermería, media hora antes de las comidas, las glucemias» y que se realizaran las curas en un horario fijo, «a ser posible después de los aseos y no en el comedor» como se hacía en ocasiones cuando Sobreira trabajaba allí. Entre sus peticiones está también la de «poner una encargada del personal auxiliar por turno» y que se informe a las familias de cualquier cambio en la medicación. «Salarios dignos» y el uso de «megafonía para comunicar los distintos avisos» son otras dos de las reclamaciones que se incluyen en este escrito.

Antes de despedirse, tanto Diego como Rosa María expresan su más ferviente deseo de que las quejas públicas de los familiares de los usuarios sirvan para algo y que las instituciones «dejen de pasarse la pelota» y se impliquen para revertir la situación. Diego habla incluso de que el asunto pase a manos de la justicia. A Rosa María le hierve la sangre después de un rato enumerando las deficiencias de Sa Residència: «No hay derecho a que esta generación, que ha sufrido miseria y guerra y que ha dado todo para que nosotros vivamos en la opulencia, termine su vida así, sin una atención y unos cuidados dignos».

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