Elogio de la literatura menor

Lo mejor es leer sin prejuicios lo que nos gusta, nos divierte y nos emociona; lo que no significa que las lecturas sencillas no nos hagan soñar y reflexionar

Elogio de la literatura menor

Elogio de la literatura menor / Pablo García

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Junto a la literatura que consideramos canónica o ‘Gran Literatura’, la de los clásicos que recogen los manuales, la que nos deja el Premio Nobel, la que aborda temas sesudos y trascendentes, la que se pregunta por los enigmas y avatares de la condición humana, ha existido siempre una ‘literatura menor’ que calificamos de mero entretenimiento y de quiosco, una escritura que criticamos por la pobreza estilística de sus textos y la banalidad de sus argumentos. Es una comparación parecida a la que, cuando hablamos de indumentaria, hacemos entre el prêt-à-porter y la haute couture. Esta dualidad de buena y mala literatura ha existido siempre, pero no siempre se justifica a la hora de calificarlas. Para llegar a leer obras como la ‘Eneida’, la ‘Odisea’, ‘La Divina Comedia’ o incluso la ‘Biblia’, tuvo que existir antes una literatura oral, hecha de sencillos relatos que se transmitían de viva voz por aedos, cantores o juglares que en las plazas recitaban historias, cuentos y leyendas que luego algunos recopilaban, dándoles hilatura y creando auténticas obras maestras. 

Otro criterio de valoración de la literatura asimismo erróneo es la utilidad. Se considera que es buena literatura la que nos hace más listos y mejores, y menos buena o mala la que calificamos superficial, la que viene marcada por su inutilidad. Pero ¿qué utilidad tiene el ‘Moisés’ de Miguel Ángel o ‘Las meninas’ de Velázquez? Es evidente que la aportación determinante de cualquier expresión artística está en la vivencia que provoca en el espectador y, en el caso de la literatura, en el lector. A la postre, es el sujeto el que da sentido a la literatura y no al revés. 

Y así sucede, a partir de esta premisa, que la lectura del ‘Proceso’ de Kafka o el ‘Ulises’ de Joyce pueda dejar indiferente y aburrir a quien, contrariamente, se emociona y divierte leyendo ‘El Corsario Negro’ de Salgari o ‘Asesinato en el Orient Exprés’ de Agatha Christie. No faltará quien apostille que el tonto de solemnidad se queda por sus pocas luces en la literatura fácil, modesta y de evasión, pero es un comentario cuestionable cuando sabemos que Einstein leía novelas policiacas y Antonio Gramsci, el gran teórico marxista, era un apasionado lector de Salgari. Nos olvidamos de que son los lectores, no los críticos, los que convierten una novela en obra maestra.

La más leída

 Resulta sintomático que la mal llamada ‘literatura menor’-la novela policiaca, de aventuras, de ciencia-ficción, etc- sea precisamente la más leída por el ciudadano medio. Se diría que es esta narrativa modesta la que ofrece al lector más suspense, sorpresa o placer, en la que el lector más fácilmente se identifica con los personajes y en la que puede alcanzar imaginarios que de otra forma no llegaría a conocer. Y es también cierto que la literatura que menos engaña es la fantástica, precisamente porque se ofrece como tal, mientras que la literatura canónica hace muchas veces gala de vendernos verdades, cuando lo que nos ofrece es una manipulación que con gravedad, con tintes serios, nos da gato por liebre

Si convenimos en que la condición humana es absurda, y lo es, porque nadie nos ha desvelado qué sentido tiene la vida, qué significado tiene el Universo y esta pequeña Tierra que gira y gira como una peonza; si nadie nos ha conseguido explicar qué hacemos aquí y por qué juega de modo tan aleatorio y determinante el azar en nuestra existencia, el hecho de nacer en Ibiza o en Gambia, tener una u otra familia, vivir más o menos años, etc.; si nos movemos, en fin, en un laberinto que nadie entiende, ¿es tan importante que una literatura sesuda nos lo recuerde reiteradamente sin darnos respuestas? No conviene olvidar que todo lo que hacemos mientras vivimos es ‘distraernos’ como podemos con el trabajo, el ocio, la familia o con cualquier cosa que nos evite pensar en lo que no tiene respuesta, situación que no deja de ser darse con la cabeza contra un muro. 

En este sentido, la literatura llamada menor o de evasión tiene un papel catártico y liberador. En el cine, bien está una película de Bergman o de Dreyer, pero también una de Buster Keaton, Billy Wilder o Jacques Tatí. Que la literatura llamada menor sea la que más divierte no es poca cosa. La palabra ‘diversión’ significa precisamente acción y efecto de alejar o dirigir la atención del ‘enemigo’ hacia otro lado, lo que significa que este tipo de literatura nos despreocupa de todo aquello que no está en nuestras manos resolver y de lo que, por tanto, es del todo inútil ocuparse. Visto así, estos géneros literarios menores satisfacen una necesidad psicológica y emocional, nos ayudan a mantener la salud mental y reducir el estrés, la tensión y la ansiedad, además de mantener una relación importante con la creatividad, la ilusión y la imaginación. 

Confieso que me da grima el lector sesudo que se pone estupendo y nos habla con devoción de ‘alta cultura’, despreciando a quién no tiene su excelencia lectora, su nivel. Me da grima el que venera al escritor a tal punto estilista que, por así decirlo, se pierde en la caligrafía. Mejor es, creo yo, leer sin prejuicios lo que nos gusta, nos divierte, nos interesa y nos emociona; lo que no significa que estas lecturas sencillas no nos hagan soñar y reflexionar. Pienso, por ejemplo, en las novelas de Julio Verne que, detalle no menor, en ningún momento han dejado de publicarse. En ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’ viajamos al fondo del mar en una aventura fantástica con la que se adelantó a su tiempo; vivimos su ‘Viaje a la Luna’ como una aventura prodigiosa que hoy es casi una rutina; y ‘La vuelta al mundo en 80 días’ que en tiempos se leyó como una quimera, hoy la podemos hacer en unas horas. Títulos como ‘La invasión del mar’ nos hacen pensar en algo que ya está sucediendo y ‘La ciudad flotante’ nos anticipaba los mastodónticos cruceros que nos visitan hoy. Pero no es sólo eso. La literatura mal llamada ‘menor’, la de Stevenson, Defoe, Verne, Salgari, Melville y tantos otros, sigue siendo determinante para dar el salto a otras literaturas. Para mí no han dejado de ser autores de cabecera.