Suplemento Literario Abril

Doctorow, amado e ignorado

‘Ragtime’ es una obra maestra que los escritores estudian con cuidado para descubrir cómo funciona, con elegancia, virtuosismo y estricta economía de medios. Una maquinaria de precisión. Un auténtico ‘tour de force’

Doctorow, amado  e ignorado

Doctorow, amado e ignorado / ILUSTRACIÓN: PABLO GARCÍA

Llega Doctorow. Todos en pie. Directo, poético, emotivo, cercano, íntimo, elusivo, enigmático, hipnótico, profundo y desconcertante, Doctorow es un escritor capaz de provocar en el lector una experiencia estética desasosegante, tal vez porque uno de sus temas recurrentes es el ‘viaje’ que no lleva a ninguna parte, un movimiento extenuante de agorafobia a través de situaciones y lugares en busca de un ‘allí’, que nos deja en otro punto en el que, sin embargo, seguimos estando ‘aquí’. Y luego está su ironía. Salvo el anhelo estético que mueve su escritura, no hay en sus despiadadas e inquietantes historias el menor ánimo de redención moral. Lo que tiene que acabar mal, acaba mal. 

Acusarle de sadismo narrativo como hace John Updike parece exagerado, peo es cierto que el plácido arranque de sus novelas no permite pensar en el convulso carrusel que nos espera. Así empieza ‘Ragtime’: «En 1902 Padre construyó una casa en lo alto de la colina de Broadviev Avenue, en New Rochelle, Nueva York. Era una casa marrón con buhardillas, ventanas en saliente y un porche con mosquiteras. Unos toldos a rayas cubrían las ventanas. La familia tomó posesión de aquella sólida construcción un soleado día de junio y durante años tuvieron la impresión de que en ella todos sus días serían tranquilos y felices». A

 partir de este idílico arranque, el relato deviene una agitada navegación por cien historias que se cruzan, se solapan y cabalgan unas sobre otras con personas y circunstancias inventadas que se mezclan con circunstancias y sucesos reales, la situación política y social, la inmigración, el racismo, el capitalismo salvaje, las primeras huelgas, la rebelión personal por principios morales, el papel de la mujer en la sociedad, la pobreza, todo ello con significativos cameos de personajes históricos tratados de forma irreverente como no veremos nunca en otros autores: el escapista Houdini reflexiona sobre el éxito, la mortalidad y la mística, el archicapitalista y delirante JP Morgan viaja a Egipto obsesionado por la reencarnación, el magnate y pragmático Henry Ford, la anarquista Emma Goldman, el explorador polar Robert Peary, Sigmund Freud que pasea por Coney island con Carl Jung, los revolucionarios Pancho Villa y Emiliano Zapata…  

Doctorow es uno de esos autores que el letraherido devora, pero el gran público ignora. Varias obras suyas en Estados Unidos han sido best-sellers, no en el sentido comercial que los literatti le dan en nuestra ‘exquisita’ Europa, sino como los libros más vendidos en razón de su calidad. También han sido allí best-sellers Updike, Salinger, Mailer o Roth, y no creo que podamos llamar menor su literatura. 

El caso de Doctorow, sin embargo, es especial porque se sale de madre, rompe costuras. Su escritura no es mercantil ni complaciente y, sin embargo, está cerca de la literatura popular, de la novela política y de espionaje en ‘El libro de Daniel’, del western en ‘El hombre malo de Bodie’, de la novela policiaca en ‘El arca de agua’ y ‘Billy Bathgate’, (llevada al cine con Dustin Hoffman, Nicole Kidman y Bruce Willis), de la ficción histórica en ‘Ragtime’, de la ficción religiosa en ‘La ciudad de Dios’, y del relato bélico en ‘La gran marcha’. Rara avis, pero con la calidad de Faulkner y Woolf, Doctorow es único y felizmente inoportuno. 

«He manifestado en más de una ocasión –comenta- mi distanciamiento de los presupuestos estéticos y políticos del postmodernismo. Creo en la literatura como compromiso y sin reglas. La novela tiene que ser crítica. El escritor no puede caer en las garras del establishment. Tampoco puede quedarse en lo local y sus circunstancias, tiene que trascender su propio tiempo y ser capaz de cambiar a las personas”. Otra particularidad de su escritura es su carácter híbrido, intertextual, capaz de conjugar todos los géneros. Doctorow es, sobre todo, un extraordinario contador de historias, un creador de mundos imaginarios, de atmósferas y personajes redondos, un escritor que, con una poética muy personal, domina como pocos el ritmo narrativo y la palabra. Y lo que tenemos en ‘Ragtime’, obra con un potente sustrato cultural, son las formas de la injusticia y la infamia, una catarata de acontecimientos, sucesos y experiencias humanas de tal vastedad que, como ha dicho algún crítico, para encontrar algo parecido tendríamos que acudir a novelas como ‘Guerra y paz’. 

Hijo de emigrantes ruso-judíos, aquel chico que crece en el barrio del Bronx de Nueva York, que lee desde muy joven lo que cae en sus manos, que acaba graduándose con honores en la Universidad de Columbia y ocupa la cátedra Glucksan de Letras Estadounidenses en la Universidad de Nueva York que hoy custodia sus manuscritos y archivos personales, hoy está considerado como uno de los mejores escritores estadounidenses del siglo pasado y es merecedor de galardones como el Premio Faulkner, el National Book Award y el Premio Nacional de la Crítica, siempre muy cerca del Nobel. Pero premios y reconocimientos al margen, lo que tiene en Doctorow especial interés –hablo como lector- es que en sus novelas no encontramos personajes anodinos. Como él mismo explica en ‘Todo el tiempo del mundo’, sus protagonistas no siguen las normas establecidas porque no les dejan ni pueden, son los perdedores, los apartados de la sociedad, los que cargan con una pena tan pesada que no pueden vivir como el resto de los mortales, aquellos con los que no queremos mezclarnos, los ‘raros’. Un formidable ejercicio narrativo, en fin, que unido a una crítica sutil pero omnipresente hacen de Doctorow un autor que no conviene pasar por alto. 

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