Byron, el gran poeta y el sinvergüenza

El pasado enero dedicábamos unas notas a Kafka en el centenario de su muerte, pero la casualidad ha querido que este 2024 sea también ‘el año de lord Byron’, fallecido el 1824. Es una oportunidad para recordar al sublime poeta

Lord Byron, en un retrato de juventud

Lord Byron, en un retrato de juventud / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Lord Byron fue un sinvergüenza, pero un gran poeta. Fiel a la herencia genética de su padre, el capitán John Byron, casanova y derrochador, George Gordon Byron (1788-1824) tuvo una impenitente inclinación hacia la vida licenciosa, tantas amantes como hijos y derrochó dinero a su antojo. De niño ya apuntaba maneras y su madre le llamaba ‘demonio’ y ‘cojo bribón’ porque era zambo. Tuvo como institutriz a una devota y desvergonzada calvinista, Mary Gray, que mientras le leía la Biblia se acostaba con él y le tocaba el pene, lo que le descubrió los placeres del sexo a los 9 años. Byron siempre recordó a Mayy con agradecimiento.  

Tengo en mi escritorio una reproducción al óleo de lord Byron en la gloria de su juventud, un retrato que Thomas Phillips reprodujo en 1835 a partir de una obra anterior de 1813 que se conserva en el National Portrait Gallery de Londres. El poeta viste indumentaria albanesa con un airoso turbante rojo, una elegante casaca también roja con bellos bordados. Byron cruza los brazos y sostiene indolente una capa y una espada corta. Es guapo a rabiar, un dandy de facciones clásicas, ojos grandes, labios sensuales y un finísimo y perfilado bigote. Narcisista y amigo del juego de las apariencias, a Byron le gusta que lo retraten e inmortalicen con vistosos disfraces. Le chifla ‘posar’. Me explayo en su talante porque, en este caso, más que comentar sus textos que en su fraseo, entonación y musicalidad, son casi intraducibles, hablamos del personaje, arquetipo romántico sin par en la Literatura. 

Byron no quiere ser viejo y lo consigue. Muere a los 36 años y, como tiene poco tiempo, vive deprisa, apasionadamente, desesperadamente, frenéticamente, con hambre de todo, enfebrecido y siempre insatisfecho. «La vida es para vivirla -dice-, un festín que hay que devorar». Pero el mundo no le gusta y pues triunfa el Mal, está del lado de Caín. Ángel caído, se convierte en un poeta maldito y descreído que se revuelve contra el Creador: «Me pregunto por qué diablos alguien fabricó un mundo como el nuestro». Se diría que su actitud la resumen bien los versos de nuestro también romántico Zorrilla: «Llamé al cielo, y no me oyó / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, no yo». A partir de aquí, todo está permitido y se declara «extravagante por naturaleza». Sin disimular su homosexualidad y pederastia, organiza orgías en la abadía de Newstead que hereda de sus mayores y sus invitados, drogados de láudano, blasfeman, llaman al Maligno y beben vino en calaveras desenterradas en un antiguo cementerio. 

Byron no tiene coto ni medida. Visita prostíbulos y a su esposa Anabella le advierte en su noche de bodas «has desposado al diablo y te arrepentirás». No tarda en exigirle compartir lecho con su hermanastra, Augusta Byron, de la que está enamorado. Anabella, horrorizada, huye y lo denuncia. Una cosa está clara, al poeta le va la transgresión y la pasión desbordada que a veces acaba mal. Pronto adquiere fama de grandísimo poeta, pero la sociedad rechaza sus escándalos, le hostiga y Byron, aburrido de la severidad y la grisura inglesa, abandona Inglaterra a la que no volverá y empieza su grand tour por el Mediterráneo, Albania, Malta, Grecia, Turquía, Italia etc. En Venecia se baña en el Gran Canal y su residencia en el palacio Mocenigo es un harén. En España se pirra por las andaluzas de buen ver y pelo negro que describe en ‘La chica d Cádiz’. Se enamora luego de Teresa Guiccio, jovencita casada con un anciano, pero, como suele, no tarda en sustituirla por otra amante. Y como si quisiera emular a Giacomo Casanova, en ‘Don Juan’, su gran poema autobiográfico, le da la vuelta al mito y son las mujeres las seductoras. Convencido de que «los días de gloria son los de la juventud», entra en pánico al cumplir los 30 y se somete a una rígida dieta, castiga el cuerpo con gimnasias, bebe té amargo y se mide la cintura todas las mañanas para no pasarse.  

Todavía es joven pero la Parca es ya su sombra. En 1824 tiene la ocurrencia de ayudar a los griegos en su lucha por la independencia contra los otomanos. Es cuando escribe su última composición, ‘A mis treinta y seis años’. Aporta 4.000 libras a la causa griega, se le asigna un regimiento y, sin experiencia militar, vive escaramuzas junto a los bandidos suliotas en el asedio de Missolongi, junto al golfo de Patrás. El 15 de febrero de 1824 cae enfermo y las sangrías que le practican con instrumental sin esterilizar le provocan un debilitamiento generalizado y una sepsis que lo manda al otro barrio, no sin antes gritar «¡asesinos!» a los sanadores que, en vez de salvarlo, lo rematan. Hoy, en Grecia, Byron es un héroe y una calle de Atenas lleva su nombre. De su obra ya dije que me parece intraducible. En todo caso, quien quiera hincarle el diente puede asomarse a su ‘Don Juan, poema de 17 cantos escritos en ottava rima, obra satírico-filosófica que se calificó inmoral; otra posibilidad es acudir a ‘Las peregrinaciones de Childe Harold’.

Las memorias perdidas

A pesar de su alocada y breve vida, su obra fue admirada, entre otros, por Goethe, Lamartine, Poe, Bécquer, Pushkin, Dumas y Víctor Hugo. Su influencia en la literatura y en el arte ha sido enorme. Existen más de 40 óperas sobre sus obras, algunas con Byron como personaje principal, y sus textos inspiraron a Mendelssohn, Schuman y Berlioz. Tampoco han faltado películas sobre su vida. En ‘Lady Caroline Lamab’, Byron es Richard Chamberlain y en nuestro país, Gonzalo Suárez filma ‘Remando al Viento, con Hugh Grant como lord Byron. Finalmente, quien quiera pasar un buen rato, puede acudir a ‘Débil es la carne’, obra publicada en Tusquets, donde Gil de Biedma hace una estupenda selección de las apasionadas y locas cartas de Byron en su periodo veneciano, traducidas por Eduardo Mendoza. 

Dos años después de que Byron muriera, se destruyeron los dos únicos ejemplares de sus memorias que, afortunadamente, tras años de investigación, ha recreado Robert Nye, crítico de poesía en The Guardian y The Times: ‘Las memorias de lord Byron’ son una aproximación impagable a la vida y la obra del poeta.