suplemento abril

Kafka en un mundo kafkiano

«Todo mi ser se centra en la literatura. Es un rumbo que mantengo a rajatabla y si alguna vez lo abandono, dejaré de vivir. De ello deriva todo cuando soy y no soy. He abandonado toda distracción a fin de conservar las energías justas para dedicarme en exclusiva a la literatura»

1913. De la carta que Kafka dirige al padre de Felice, con la que estuvo a punto de casarse.

Un retratro de Kafka

Un retratro de Kafka

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Este año se cumple el centenario de la muerte de Franz Kafka (1883-1924), efeméride que nos recupera un autor singular, visionario, profético y admonitorio. Kafka está entre los contados escritores que nos han dado un adjetivo que hemos incorporado al habla diaria: junto a homérico, dantesco y quijotesco, utilizamos kafkiano, palabra que describe sucesos y situaciones incomprensibles, absurdas, angustiosas. El siglo XX fue kafkiano por las dos guerras mundiales, el Holocausto, el goulag, los genocidios en Armenia, Camboya, Guatemala y Ruanda, regímenes totalitarios y personajes siniestros como Hitler, Stalin, Ceaucescu, Tito, Oliveira Salazar, Franco, Mussolini, Mao Zedong, Trump y Kim Jong-un . Y en estos días de enero, aunque nos deseamos un buen Año Nuevo, descubrimos que esta nueva centuria será también ‘el siglo de Kafka’. ¿Qué otra cosa puede ser con personajes como Benjamí Netanyahu y Vladimir Putin, guerras que matan a miles de inocentes y amenazan con generalizarse, con un hambre endémica en África y una pandemia que nos sigue amenazando, con nuestro turístico Mediterráneo convertido en cementerio y una crisis climática galopante?. Este 2024 ya es kafkiano. De aquí la rabiosa actualidad de un escritor que, no por casualidad, ha tenido una enorme influencia en Borges, Camus, Sartre, García Márquez, Ionesco, Coetzee, Salinger, Cartarescu, Kadaré y Murakami. Como comenta Harold Bloom, Kafka nos brinda una inventiva y una originalidad que rivalizan con Dante y desafían a Proust y Joyce. Y sin embargo, Kafka fue un fracasado. Como escritor y como persona. En vida fue un donnadie que sólo publicó relatos breves en revistas de escasa tirada. Su gran obra -novelas, diarios, cartas y aforismos- es póstuma y la conocemos, casualmente, porque Max Brod, su amigo y depositario de sus escritos, no le hizo caso cuando Franz le pidió que los quemara. 

La obra de Kafka no es biográfica, pero tiene mucho que ver con su personalidad y sus circunstancias. Pienso que Kafka pudo causar rechazo por su físico y su manera de ser. Era poco agraciado, taciturno, insociable, hipocondriaco y enfermizo. Padecía tuberculosis y anorexia nerviosa. Era tímido, retraído al hablar, asustadizo y acomplejado: “Debería quedarme quieto en un rincón, contento de poder respirar”. A finales de 1912 pensó en suicidarse. Le atormentaba el insomnio, se hizo vegetariano, vestía de riguroso negro, su cara era la de un enterrador y era muy consciente de sus confusiones: “No escribo como hablo, no hablo como pienso y no pienso como debería pensar”. Tampoco las circunstancias le son favorables. Judío alemán cuando se incuba el nazismo, vive un continuo exilio interior: “Noto en las calles el odio a los judíos; a un grupo de ellos, esta mañana, les han llamado sarnosos”. Su padre lo tiraniza y le da una infancia desgraciada. Y su vida laboral es tediosa y gris como pasante en una casa italiana de seguros, Assicurazioni Generali. Es, sin embargo, enamoradizo y mujeriego; se interesa por la pornografía y el sadomasoquismo, visita burdeles y tiene relaciones con Felice Bauer, Julie Wohryzek, Milena Jesenski, Dora Diamant, que siempre fracasan. Confiesa que sus encuentros sexuales son aterradores: “El coito como castigo por la felicidad de estar juntos es la única forma de soportar el matrimonio”, comenta.  

En cuanto a sus obras, enigmáticas y abiertas –pues deja inacabadas sus grandes novelas, ‘El Proceso’, ‘El castillo’ y ‘El desaparecido’ (conocida por ‘América’)- tienen tantas interpretaciones como intérpretes. La mayoría de ellos hablan de expresionismo, genialidad fabuladora, anticipación al existencialismo por la desesperación y el absurdo que son sus temas centrales y del uso magistral de la parábola, el aforismo y el relato simbólico. Pero también podríamos hablar de ficción distópica, de una técnica alusiva, de una visión romántica del Mal, de la tendencia anarquista, anticonvencional y antiburocrática, de una postura política antisemita y horrorizada por el naciente nazismo, de cierto misticismo laico     –desde muy joven se declara ateo-, y ¿por qué no?, de un corrosivo humor negro. Kafka explica que la lectura de algunos textos provocaba carcajadas en sus amigos. Ante la condición trágica de nuestra existencia –comenta- “sólo cabe el suicidio, la risa o la rebelión; en ningún caso la resignación”. Digan lo que digan los críticos, es indiscutible que Kafka es el escritor que ha tenido más impacto que cualquier otro escritor en la sociedad del siglo XX. Matices al margen, su obra nos habla siempre de un protagonista que se siente perdido ante circunstancias que no controla, indefenso ante una realidad hostil. Kafka nos habla de la ansiedad, la perplejidad, la insatisfacción, la inseguridad, la alienación y los miedos del hombre de nuestros días. Para quien no conozca su obra, el mejor arranque puede estar en sus relatos cortos, la celebrada ‘Metamorfosis’, ‘En la colonia penitenciaria’, ‘Carta al padre’ o en ‘Informe para una academia’. Y para quien quiera profundizar, tenemos a mano un extraordinario análisis de la obra kafkiana en ‘Lecturas compulsivas’, de Félix de Azúa. Su tesis básica en la lectura de Kafka es que, condenados los humanos desde el principio, nadie sabe por qué, todo lo que hacemos mientras vivimos, indefensos, es entretenernos con simulaciones de sentido –saber, ciencia, trabajo, música, arte, etc.- para ocultar, disimular y olvidar, la ejecución a la que estamos abocados desde que nacemos. Kafka nos habla, en definitiva, de la inexplicable y dramática condición humana. En este sentido, como Azúa apunta, “nadie puede llegar al final de la narración de Kafka sin sentir todo el peso de su lúcida desesperación (…). No es un gran consuelo, pero gracias a Kafka ahora podemos, por lo menos, llamar ‘kafkiana, a nuestra desoladora situación”. Puede que, como los amigos de Kafka, al leerle podamos reírnos de nuestro destino, aunque sean carcajadas que hielen la sangre.