Espriu, el Nobel que no fue

El escritor catalán no sólo siente un auténtico tedio por la tradición literaria anterior, sino que le planta cara con violencia

Salvador Espriu

Salvador Espriu / DI

«Fes que siguin segurs els ponts del diàleg / i mira de comprendre i estimar / les raons i les parles diverses dels teus fills. / Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats / i l’aire passi com una estesa mà / suau i molt benigna damunt els amples camps. / Que Sepharad visqui eternament / en l’ordre i en la pau, en el treball, / en la difícil i merescuda / llibertat».  De ‘La pell de brau’. Salvador Espriu.  

Harold Bloom (1930.2019), uno de los principales gurús de la crítica literaria mundial considera a Espriu un «escritor fascinante» que sitúa entre los grandes de la poesía universal y lamenta que no le otorgara el Nobel de Literatura. Aún siendo un buen lector de la obra de Espriu, parece que Bloom no conocía su manera de ser, su talante alérgico a premios y reconocimientos que muy bien hubiera podido rechazar el premio de marras. Mejor lo conoce Josep Pla cuando comenta con su cachaza habitual que «Espriu no está disposat a cap adulació, ni a cap complaença, ni a cap amable deliqüescència (…) L’estil d’Espriu té la impertinencia de ser com és. Lliurat al seu temperament, obeeix els dictats de las seva consciència i el públic no compta massa». 

Algo hay de cierto en el comentario de Pla, pero también hay algo de exageración. Espriu escribe para quienes quieran y sepan leerle. Y lo hace desde muy joven. Con sólo 17 años publica su primera novela, ‘Israel’, la única que escribe en castellano. Todo lo que hará después será en catalán, una opción ética de la que no se apeará y que será un compromiso no exento de riesgos. Entre 1931 y 1935 publica ‘El doctor Rip’, ‘Laia’, ‘Aspectes’, ‘Ariadna al laberint grotesc’ y ‘Miratge a Citera’, que cierra su obra en prosa. A partir de aquí, si exceptuamos su correspondencia y sus piezas de teatro, sólo se dedicará a la poesía, género más sintético que responde mejor a su obsesión por la perfección formal, a sus exigencias de concisión y sobriedad. 

La poesía, como comenta con un punto de cínica ironía, además de proporcionar «una mica d’ajuda per a viure rectament i potser per a ben morir», le permite desarrollar su singular imaginario en el que la lengua, el símbolo, el mito y la dimensión místico-alegórica que proporciona la cábala, tendrán un peso sustantivo en su obra. Una poesía que, cabe reconocerlo, mantiene en ocasiones un cierto hermetismo que le permite esquivar la censura de los casposos censores franquistas que no entienden lo que dicen sus versos. Raimon, al poner música y voz a sus poemas, consigue que la obra de Espriu llegue a la calle. Hoy se le considera el ‘poeta nacional de Cataluña’.

Un aspecto que sorprende en su obra es que se desarrolla en tres tiempos y en tres formas perfectamente diferenciadas que responden a sus vivencias, a su biografía. A un primer momento de juventud, alegre y desenfadado, corresponden sus primeras obras en prosa ya citadas, que son de un realismo prodigioso, lúcido, sintético, emparentado con la literatura picaresca. Son obras de escritura abrupta, satírica, grotesca, tétrica, esperpéntica, a tal punto valleinclanesca que, lejos ya de un noucentisme sobrepasado, no son bien recibidas. La crítica tiene la percepción de que Espriu no sólo siente un auténtico tedio por la tradición literaria anterior, sino que le planta cara con violencia. Y es así. Espriu escribe a su aire, como si nada se hubiera hecho antes. Pero cambia el escenario y cambia su escritura que entra en otra fase. Es la que podemos ver en su primer poemario, ‘Cementiri de Sinera’(1946), y en sus piezas teatrales, ‘Antígona’ (1939) y ‘Primera història d’Esther’ (1948) y ‘Les cançons d’Ariadna’ (1949).  

Su lenguaje es aquí esquemático, preciso, de una gran riqueza léxica, con abundancia de arcaísmos y formas dialectales, una auténtica alquimia verbal que constituye uno de los experimentos más atrevidos y exitosos que se han dado en catalán. Cabe decir, sin embargo, que la visión del escritor en estas segunda etapa, sarcástica y elegíaca, es la del ‘Eclesiastés’. 

Espriu vive los años más duros y amargos de su vida. La posguerra pesa, es una losa. Muchos escritores han abandonado el país y él, al quedarse, desencantado, vive un exilio interior. Se siente extranjero en su propia tierra. Pero no es sólo eso. Ha muerto su padre, tiene que hacerse cargo de la familia y se ve obligado a trabajar en una notaria, la de Gual Ubach, a la que aporta parte de la clientela de la notaria de su padre. Envuelto de papeles y escrituras, Espriu pasa nada menos que 20 años: «Me avergonzaba tanto de ser hombre, -comenta- que hubiera preferido ser un pacífico perro». 

«Una mala baba infinita»

Espriu está convencido de que su situación es fruto de «una mala baba infinita, cósmica», y poco le falta para caer en una profunda depresión. Le desagrada, incluso, la percepción que tiene de sí mismo. Su autoestima está por los suelos. Viste un riguroso gris, negro o azul marino, y le desagrada su propio físico, su rostro, su mala ‘percha’, su voz nasal y afilada, sus grandes orejas. Llega al extremo de no dejarse fotografiar. Sólo le salva la escritura que decide vivir, en pertinaz celibato, como si de un sacerdocio se tratara, dedicado con exclusividad a la literatura. A diferencia de su primer periodo, el refinamiento formal de sus textos es mucho mayor, tiene un pálpito vital que impacta y sus obras adquieren una dimensión civil solidaria, de inequívoco compromiso con su tierra y sus gentes: Sinera, (Arensys al revés) es una Catalunya que se debe salvar a través de la lengua, para mantener su identidad: «El somni de llibertat esdevé la cadena / que em lliga per sempre / al meu cant dolorós». De esta época tenemos ‘La pell de brau’ (1960), el drama histórico de Sepharad, España, que contiene una fuerte carga moral, espiritual y política. Como comenta Pla en ‘Homenots’, «ens trobem davant d’un escriptor no pas precisament lliurat a les delicies del balancí, de la simplicitat pueril o del sentimentalisme, sinó d’un fenomen molt complex, molt personal, ambiciós, deliberat, d’una rara distinció que honora el temps i el país que ha respirat i que ha contribuït a dibuixar amb la seva presència». 

Algunas de sus últimas obras, las que escribe entre 1952 y 1955, se convierten en una experiencia de tipo místico , en una cruda y lúcida meditación sobre la muerte. Es el caso de ‘Les Hores’, ‘Mrs Death’, ‘El caminant i el mur’ y ‘Final del laberint’: «Al meu record arriben / olors de mar vetllada / per clars estius. Perdura / en els meus dits la rosa / que vaig collir. I als llavis, / oratge, foc, paraules / esdevingudes cendra. // No lluito més. Et deixo / el sepulcre vastíssim / que fou terra dels pares, / somni i sentit. Em moro, / perquè no sé com viure».