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Y Simone Weil cogió su fusil

cogió su fusil

cogió su fusil / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Su filosofía de la compasión y su locura por la verdad le permitieron, más allá de todo prejuicio, comprender la enfermedad de su época y discernir los remedios. Desde Marx, el pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más penetrante y profético. Hoy me parece imposible imaginar para Europa un renacimiento que no tenga en cuenta las exigencias que definió Simone Weil.

(Albert Camus. Weil Simone, Oeuvres. Gallimard, 1999, p. 1264)

Simone Weil (1909-1943), una de las mentes más lúcidas del pensamiento europeo del siglo XX, es un caso insólito por su ingente aportación filosófica y ensayística. Lejos de cátedras y púlpitos, surge de la vivencia de una activista radical, mística, heterodoxa y apasionada, que está junto a los más desfavorecidos en las fábricas, en las huelgas, en las guerras y en el exilio. Yo la descubrí por casualidad, gracias a una nota de Albert Camus en sus Carnets, donde la describe como «el único gran espíritu de nuestro tiempo». Ahora sé algo más de la admiración de Camus por Weil. En 1948, después de publicar ‘La peste’, le impresionan unos textos de Weil que él mismo le publica en Gallimard con el título ‘L’Enracinement’, y que presenta como «pensamiento volcado en rescatar de su derrumbamiento a la civilización europea». Años después, en 1957, antes de acudir a Suecia para recoger el Nobel de Literatura, Camus pasa una tarde en casa de los padres de Weil, a quienes ruega que le permitan estar un tiempo en la habitación de su hija, como quien acude a una capilla a meditar y encomendarse en un momento que considera crucial. Este gesto hizo que me preguntara quién era Weil y a qué respondía el interés de Camus por ella. Creo que encontrar una respuesta valía la pena. Está, creo, en las notas que aquí comparto.

Comprobé que Camus admiraba en la escritora su honestidad y su desnudez espiritual, ver hasta qué punto casaba en ella vida y pensamiento. Weil no quiere ser mera espectadora de la realidad, quiere bajar al ruedo y no escribir desde la barrera. Un encontronazo entre Weil y Simone de Beauvoir, compañera de estudios, descubre su empeño. Explica la anécdota la compañera de Sartre. «Cuando Weil supo que una gran hambruna asolaba China, rompió en sollozos y, viendo que me sorprendía, me dijo en tono cortante que este maldito planeta necesitaba una revolución que diera comida a todos. Le objeté que la cuestión, más que hacer felices a los hombres, era que encontraran sentido a su existencia. Ella me miró fijamente y me soltó a bocajarro: ‘Se nota que usted no pasa hambre’. Fue el final de nuestra relación». No era sólo una frase. Hasta que aparece Weil, ningún intelectual de izquierdas había intentado comprender desde dentro cómo vive un obrero, experimentar su alienación, su humillación y sus angustias. Weil no quiere hablar de oídas, desconfía de las interpretaciones oficialistas, sesgadas y tendenciosas de la realidad, y opta por reflexionar desde la propia experiencia. Sólo escribirá desde la vida.

A los 23 años la expulsan del Liceo donde da clases por encabezar una manifestación obrera. Para la prensa de derechas es la ‘virgen roja’. Ayuda a los refugiados que huyen de Hitler y Stalin, y en su pequeño piso de París da refugio a León Trotski. Durante 1934 y 1935 trabaja como obrera en la Renault. En 1936 viene a España, se alista en la columna Durruti contra el levantamiento fascista y se incorpora al frente de Aragón. Vestida de miliciana, mono azul, pañuelo rojinegro al cuello y un pequeño mosquetón, poco podía intimidar con sus gruesas gafas de intelectual miope y su desconocimiento de las armas. Las salvajadas que ve en los dos bandos, también en el republicano, una inhumanidad absolutamente contraria al ideal libertario y el convencimiento de la que la Guerra Civil española se convertía en un ensayo de guerra mayor entre Rusia, Italia y Alemania, le hacen volver a Francia. En 1940 huye de París por el peligro nazi, se refugia en Marsella, trabaja como obrera agrícola en Marsella y poco después se incorpora a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Entre razón y fe

Desengañada finalmente del caos que le ha tocado vivir, desde la heterodoxia y el más puro agnosticismo, profundiza el hecho religioso. Su vocación, dice, «es se cristiana fuera de la Iglesia», a la que llama «bestia autoritaria y manipuladora». Weil no consigue conciliar su pasión por la verdad y su hambre de Dios. Es el mismo conflicto entre razón y fe que atormentaron a Pascal, Kierkegaard, Unamuno y Wittgenstein. Weil no acepa el bautismo y ante el sufrimiento de los inocentes protesta el silencio de Dios, un problema que también desesperará a Camus. «En un mundo abandonado al mal –dirá-, la creación parece una mala broma de Dios. Y si perdonamos a Dios el crimen de habernos hecho criaturas finitas, un no-ser que es sólo apariencia, Él nos tendrá que perdonar por la limitación que nos ha impuesto». A partir de aquí, algún crítico recalcitrante, caso de Charles Moeller, sacerdote y teólogo, en su monumental Literatura del siglo XX y cristianismo- habla de Weil con manifiesta incomodidad y la acusa de blasfema y catarismo, aunque tiene que reconocer que «Weil creyó obrar siempre de acuerdo con su conciencia y que murió en plana juventud, sacrificando su vida por los demás». Hoy son más los autores y críticos que ven en Weil una de la pensadoras más lúcidas y originales del siglo pasado, muy próxima, entre otros, a Huxley, Orwell, Fromm, Foucault, Bonhoeffer, Stein y Mounier. Weil continúa despertando perplejidad y asombro en quienes la ven, incluso, con un ejemplo de santidad laica. En su lecho de muerte, afectada por una tuberculosis galopante, pide que su comida se la den a quienes no la tienen. Parece que, cansada, se dejó morir. Sucedió el 24 de agosto de 1943. Tenía 34 años, pero dejaba un rastro ejemplar y una obra inmensa que poco a poco vamos conociendo, de la que hasta ahora se han publicado 27 volúmenes. Relacionar aquí sus títulos es del todo imposible, pero para quien no la conozca, una buena introducción podría estar en ‘Echar raíces’, ‘A la espera de Dios’, ‘Opresión y libertad’, ‘Pensamientos desordenados’ y, por supuesto, también en sus ‘Cuadernos’.

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