Día del Libro en Ibiza: «Locura» en un Sant Jordi de récord

Los vendedores se quedaron sin bolsas, sin batería en los datáfonos y, en muchos casos, sin libros que vender

Vista del paseo de Vara de Rey a mediodía en el momento de más calma de la jornada.

Vista del paseo de Vara de Rey a mediodía en el momento de más calma de la jornada. / Vicent Marí

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

Las furgonetas de libreros y editores amanecieron el domingo llenas a rebosar. Un cargamento especialmente optimista de novelas, poemarios, dramaturgia, cuentos, ensayos, guías... Su idea era pasar el domingo relajadas, descansando en algún aparcamiento de los alrededores de Vara de Rey hasta entrada la noche, cuando libreros y editores las cargaran de nuevo con los restos del Día del Libro para regresar a casa. La realidad, sin embargo, frustró, el descanso dominical de las bibliófilas furgonetas de la isla. Trabajaron de lo lindo. Y es que la pasión lectora arrasó con las existencias de los puestos de libros y tanto las librerías como algunos editores tuvieron que coger las furgonetas varias veces para repostar.

«Una locura». Así definen todos ellos lo que se vivió en Vara de Rey entre las once y media de la mañana y las dos menos algo de la tarde. En esas horas pasear por Vara de Rey se convirtió en una auténtica proeza. Acercarse a las mesas cuajadas de títulos, un acto heroico. «Tuvimos que ir al almacén para reponer material dos veces durante el día y agotamos las bolsas y el papel del datáfono», explica Neus Escandell, editora de Balàfia Postals, que continúa: «Nos habíamos repartido en turnos y a media mañana tuve que decretar el estado de emergencia en el estand y que todos los que tenían que estar por la tarde se presentaran ipso facto en el puesto». «¡Nunca había visto una cosa igual!», exclama.

La «pájara»

No es la única. Vicent Marí, de la Llibreria Mediterrània, también tuvo que escaparse a toda prisa con la furgoneta a la librería para arramblar con buena parte de lo que quedaba. Material con el que rellenar las calvas que, tras la mañana, presentaba el puesto. La actividad era tal que a pesar de que toda la familia y algunos amigos atendían a los ávidos lectores, no daban abasto. Entre el calor, el sol, no tener un segundo ni para respirar, estar atento a todo... Al librero y editor le dio una «pequeña pájara». Nada que no solucionara con un poco de sombra y de agua antes de regresar a la libresca batalla.

En el puesto de la librería Hipérbole a los que les dieron pájaras fue a los datáfonos. Se llevaron ocho para poder cobrar con tarjeta. Seis se quedaron sin batería. «Yo creo que se sobrecalentaron de todo lo que trabajaron», comenta Jean Pierre Quiroz, librero, que asegura que todo «pasó de un momento a otro». «A las diez estaba tranquilo y a las once, la marabunta. Un gentío enorme», recuerda el joven que, destaca, además, la «predisposición» la gente a comprar. «No se llevaban uno, no, se los llevaban de cuatro en cuatro», indica el librero, cuya teoría coincide con la del resto sobre las horas en las que se concentró la afluencia: «Al ser domingo creo que la gente aprovechó la mañana para pasear por Vara de Rey, antes de irse a comer y descansar».

Eso no significa que la tarde fuera tranquila, ni mucho menos. Se supone que la feria de Sant Jordi acababa a las ocho de la tarde, pero a esa hora el paseo aún estaba a rebosar de gente, así que se alargó algo más. A las nueve comenzaron algunos a recoger. Y a las diez, cuando les quedaban los últimos libros por empaquetar y los datáfonos estaban al borde de la muerte, aún había quien salvaba algún título de regresar a la caja, a la furgoneta, a la estantería de la librería.

En más de una ocasión el propio Quiroz tuvo que acudir a los puestos de las editoriales locales para pedirles ejemplares de algunos de los títulos locales que se les habían agotado: «Suerte que estaban allí mismo. Firmábamos los albaranes deprisa y corriendo y nos los llevábamos al puesto». Y también a la librería para buscar con qué rellenar el mostrador. Larguísimo. «Todo el día fue una maratón de una punta a la otra», recuerda ya desde la tranquilidad del día después y con la librería medio vacía. «Se fueron de aquí muchas cajas llenas de libros y han vuelto muy pocas», comenta, riendo.

Firmando a destiempo y de pie

Algo así le pasa al editor Ramon Mayol (Ibiza Editions, Edicions Aïllades y Merqart), que se ha quedado sin un solo ejemplar de algunas de sus novedades. A lo largo del día de ayer se le agotaron ‘Corsarios ibicencos en Gibraltar’, de José M. Prats Marí, y ‘Crits de mar’, el poemario de Iolanda Bonet. Y «a las puertas» de acabarse se quedó ‘Isla negra. Relatos de la Ibiza misteriosa’, de Rafael Giménez Perry. «Tanto de Hipérbole como de Mediterrània vinieron a buscar ejemplares durante el día de los dos libros de Javier Serapio, ‘Hechizos de mar’ y ‘Llagas de sal’», explica el editor, que aunque todavía no ha hecho balance del Sant Jordi de 2023 tiene bastante claro que el saldo es muy positivo. «Ha sido nuestra mejor diada del libro», indica antes de confesar que la alegría no se debe únicamente a los números totales. Y es que a su propio último libro, el libro de relatos ‘Ofertes a l’interior’, le ha ido más que bien.

«La verdad es que al ver que era domingo pensé que sería un buen Sant Jordi. Y cuando vi que se levantaba un día espléndido, aún más. Pero llevo 36 años y te aseguro que no había visto nunca jamás un Día del Libro como el de este año», confirma Fanny Tur, responsable del Arxiu Municipal. Mientras preparaban el material para los talleres, Lourdes, una de las bibliotecarias, preguntó si no llevaban mucho. «Le dije que no, que era domingo, que lo cogiera todo. Y, de hecho, a mediodía hubo que ir a buscar más para que los niños y niñas, a la salida del cuentacuentos, pudieran seguir haciendo manualidades», indica la responsable del Arxiu, que destaca las colas que se formaron frente a las mesas de firmas de libros. En años anteriores pasaba con algunos títulos, pero esta vez ha sido bastante general. Algunos, incluso, no tuvieron más remedio que seguir firmando de pie en una esquina de la caseta municipal, porque se les había acabado la hora y aún tenían lectores esperando. «Una auténtica locura», concluye Tur.

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