Opinión | Para empezar

La Ibiza de Schrödinger

Vivimos en la Ibiza de Schrödinger. Y ahí estamos. Mirándola, sin hacer nada, convenciéndonos a nosotros mismos de que está viva. Porque lo está. Pero, al mismo tiempo, sabemos que está muerta. Hasta que no se abra la caja de papel de regalo en el que la tenemos envuelta no tendremos la certeza de que ha fallecido. Mientras, con su lazo y los brillos, la imaginamos, la fingimos, como siempre. Con sus playas de aguas turquesas, sus amaneceres y atardeceres quitándonos el sentido, sus iglesias blancas acariciadas por el rosa de las buganvillas, su cielo azul, las sabinas retorcidas sobre la arena, las manos curtidas de pescadores y artesanos, la vida tranquila y amable, las casitas encaladas... Es lo que todo el mundo quiere ver. Nadie se atreve de verdad a abrir la caja y comprobar si la isla está ya muerta definitivamente. Todos elucubran teorías sobre cómo mantenerla viva mientras tratan, por todos los medios, de distraer a Pandora, que no se entere de que hay una caja que no se puede abrir, que no se le ocurra echar las manos a la cerradura, que no ose destaparla y confirmar lo que todo el mundo prefiere ignorar. Que, desde hace mucho, vivimos en la isla de Schrödinger.

Suscríbete para seguir leyendo