Opinión

Psicosis con la vivienda

Casi todos nosotros hemos tenido una conversación en la última semana sobre la posibilidad que se queme el edificio en el que vivimos como se quemó el de Valencia. Han sido debates en los que se han entremezclado la empatía con los afectados y el puro egoísmo de quedarnos sin nada de la noche a la mañana. Desde entonces se ha desatado una cierta psicosis que, como en muchos otros casos, tiene una base de prudencia pero también algunas dosis de temeridad. Algún medio conservador incluso ha llegado a pedir una revisión general del parque de vivienda y ha vinculado el accidente con la burbuja inmobiliaria de principios de siglo.

Lo que necesitamos es entender. Carlos Márquez nos aporta hoy dos datos significativos: el 38% de los edificios catalanes no superan la inspección técnica cuando la pasan y más de 1.500 bloques catalanes fueron construidos con el mismo sistema que el de Valencia que creó el efecto chimenea en la expansión del fuego. Datos para que cada uno de nosotros tome decisiones racionales y ponga en marcha los mecanismos de control razonables, ni más ni menos.

En la que Ulrich Beck llamó la sociedad del riesgo, los accidentes son negligencias y la respuesta automática es generar sistemas de protección para evitarlas. No importan los costes. No importan los plazos. Lo que interesa es quedarnos tranquilos pensando que no va a volver a pasar. La resignación fue un error secular. Pero esta arrogancia de pensar de que, si evitamos todos los errores posibles, seremos inmortales tampoco parece un buen negocio. Sí lo es para las compañías de seguros o para los profesionales que emiten informes preventivos. Hay que ser prudentes y, evidentemente, perseguir las imprudencias, las negligencias y las estafas. Si hubo algo de eso en Valencia debemos aclararlo. Pero partiendo de la base de que el riesgo cero no existe o si existe no nos lo podemos pagar. Ni negligentes ni arrogantes.

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