Para empezar

Ibiza y la patata brava

Comer unas patatas bravas auténticas en Ibiza es misión imposible. Lo curioso es que las venden a precio de mojama pese a que distan años luz del plato auténtico: en vez de la salsa original, usan tomate con tabasco o cualquier tipo de picante, o bien mayonesa con picante que han tintado con colorante o ketchup. Y encima son caras. Ni en la meca de la patata brava, Madrid, ya es fácil hallar las auténticas, desplazadas por unos engendros que 50 años atrás habrían acabado en la cara del camarero. Hace un año encontré en Villaverde (gracias a un soplo) la brava auténtica, la que cocinan en el bar Vietnam. No, no se llama así porque sus dueños sean asiáticos (son más madrileños que el chotis), sino porque lo inauguraron en la época en que Ho Chi Minh zurraba a los americanos. Allí se comen, además, con palillos planos, como manda la tradición, no con (oh, horror) tenedores. Baratas y en un ambiente castizo. Mucho me temo que a nuestros hijos les darán gato por liebre, es decir, les colarán patatas pringadas con mayonesa tintada con tabasco como si fueran bravas, pues desconocen cómo era el original. Igual pasa con Ibiza, que cada día se aleja más de lo que era para transformarse en un sucedáneo, en una vulgar patata brava falsificada.

Suscríbete para seguir leyendo