Días de furia

«Aspiro a mandar en mi propia tranquilidad y a poder huir de esos desquiciados de verdades»

La foto de una mujer mayor gritando absolutamente enfurecida en una de las manifestaciones contra la amnistía ha llenado nuestros teléfonos móviles de memes las últimas semanas. No es difícil compararla, como se ha hecho, con la imagen rabiosa de una hiena a punto de atacar, con el primer plano más aterrador de Alien, el octavo pasajero, o con el tiranosaurio rex de Jurassic World.

La imagen de esa señora, que lleva gafas de sol y porta por capa una bandera de España, es para mí desoladora, pues resume en un mero gesto enloquecido las consecuencias de una polarización que está claro que solo sirve para generar un odio, un rencor, una violencia y una saña que es en sí misma autodestructiva.

Por eso, si ahora mismo me preguntaran a quién, por nada en el mundo, me gustaría parecerme, diría que a ella. No solo por su ideología y su patriotismo, que presumo completamente distintos a los míos, sino, sobre todo, por ese transitar en medio de la ira y la rabia, con una renuncia total a la serenidad, la calma y el sosiego.

En esta etapa de la vida, si a algo quiero aspirar, es a mandar en mi propia tranquilidad y a poder huir de esos desquiciados de verdades y superioridades morales absolutamente viscerales, sobre todo si tratan de imponerlas, como suele ocurrir, a base de ruido, conflicto y mala baba.

Decía mi adorado Leonard Cohen, el poeta y cantante del susurro roto, que «a veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quiénes están del otro lado».

Eso me ocurre a mí, al margen de ideologías, si es que la ideología puede quedarse alguna vez al margen, cuando veo el delirio de pretender defender la Constitución en España mientras se canta el ‘Cara al sol’ o cuando el nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, grita fuera de sí «zurdos hijos de puta» o clama delirante por la concha de la madre de todos los que no piensan exactamente igual que él.

Frente a la motosierra, las muñecas hinchables y otros desvaríos a un lado y otro del oceáno, en un mundo que parece absolutamente enloquecido, furioso y enfadado, es hora de reivindicar que al menos vuelvan las formas a la política, el respeto al otro, como condición mínima para poder ejercerla.

También hay que pedir «un poquito de por favor» para que los mensajes políticos, sean de la ideología que sean, respondan a algún tipo de pensamiento, lógica y razón y no únicamente al encono y la furia, a la conspiración y a la negación como única idea que lo justifica todo.

Hace tiempo que huyo de las personas que sacan la peor versión de mí, por esa necesidad que tengo de hacer de la serenidad mi energía como la mejor forma que he encontrado de acercarme a lo más parecido a la felicidad.

Por eso, a pesar de todos los males, porque yo me niego a estar encabronada y enfadada, no tengo nada que compartir con quienes hacen de la ira, el hastío, la falta de control y el mal humor su forma de estar en la vida.

También por ello, creo que ahora mismo la amabilidad, la escucha, la sonrisa y la alegría pueden suponer una auténtica revolución en este mundo iracundo y maleducado, totalmente fuera de sí.

En este campar a sus anchas que tiene la polarización más extrema, es necesario reclamar igualmente el equilibrio frente a la demencia, el diálogo frente a la imposición, el saber frente a la ignorancia o incluso la ciencia frente a la superstición y el esoterismo cuando uno llega a defender, sin ningún tipo de pudor, como hace Milei, que puede hablar con su perro muerto a través de una médium.

Decía Mario Benedetti, el poeta que nos instaba a defender la alegría hasta de la obligación de estar alegres, que «cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia». Eso me ocurre a mí, que a estas alturas de la vida, aunque tengo claro que seguiré defendiendo con determinación aquello en lo que pienso y en lo que creo, también he llegado a la conclusión de que no merece la pena hacerlo desde la rabia y desde la cólera, porque no estoy dispuesta a que uno solo de mis días se convierta en un día de furia y porque deseo fervientemente no parecerme absolutamente en nada a esos que babean como hienas, que se asemejan a Alien, el octavo pasajero, o que recuerdan al tiranosaurio rex de Jurassic World. Ahora, más que nunca, pienso seguir cuerda en este mundo de locos aunque para algunos eso sea una locura.

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