Santos, vente pa España

Voy a comprar desodorante, calcetines y unos calzoncillos nuevos, que yo había venido aquí para una noche y la cosa se está alargando. Santos Cerdán, secretario de organización del PSOE, que está negociando en Bruselas con Puigdemont, dijo lacónico, cariacontecido y resignado a los periodistas en la puerta de su hotel: «Hoy duermo aquí también». Uno imagina a Cerdán explorando cafeterías, dando erráticos paseos cabizbajo por la Grand Place, comiendo mejillones con patatas fritas, plato emblemático de la zona, llamando a la familia. Y a Sánchez: que este no cede, que no hay manera, que mañana por la mañana he quedado otra vez con él. Ese Santos Cerdán solo a la noche en la habitación de su hotel, pensando en el futuro de España y en a ver qué me pongo yo mañana que el abrigo que traigo lo tienen ya muy visto y salgo siempre con él en todas las televisiones. Cerdán echando de menos la gastronomía patria, la familia y el clima y tratando de convencer a Puigdemont de que no se puede amnistiar también a la cabra de la Legión, a Zipi y Zape, al Barcelona de Hockey y a un señor de Tarragona que pasaba por allí e incumplió los límites de velocidad. Y de que no, Sánchez no puede aparecer en una foto con él vestido de chulapo madrileño y acompañados de la tuna zaragozana dicendo que Cataluña es una nación y España una ración. Bajo ningún concepto.

El pacto está hecho, dicen después de haber desgastado la palabra inminente. Y seguramente está hecho y tal vez cuando usted lea estas líneas se culmine, si bien el calvario de Cerdán habría de ser reconocido con un monumento o un homenaje o un recibimiento como si fuera Amudsen y hubiese conquistado el Polo Sur. Santos eres el líder de los hombres con paciencia, el jefe de los tenaces, el más martirizado por el pelma de Puigdemont, que quiere amnistía y dos huevos duros y no el mango de la sartén, sino la sartén entera y dos croquetas con butifarra, que habrá de ser reconocida como la mejor butifarra de España, Portugal y Andorra. Vente pa España, Santos, que te pierdes. Urge mandarle postales para que no se sienta solo, recomendarle analgésicos para el mareo y la turra, la pesadez y el cansinismo de Puigdemont. O eso o ha nacido una amistad. Dos hombres (y en absoluto) un destino.

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