Para empezar

Licencia para contaminar y despilfarrar

Desde la visión satélite de Google Maps, Ibiza parece un parque temático de piscinas. Hay zonas residenciales donde cada vivienda unifamiliar tiene una. Las de las villas parecen propicias para disputar en ellas campeonatos olímpicos. Mientras para rellenarlas o para mantener verdes y frondosos sus jardines se precisan quintales de agua, me siento culpable si no he cerrado el grifo un microsegundo antes de retirar el cepillo de dientes. El pasado verano, en es Botafoc, no había día en que uno, dos o tres cruceros quemaran toneladas de combustible para mantener fresquito el interior de las naves mientras sus huéspedes visitaban Vila. Y yo me avergüenzo porque mi utilitario gasta seis litros a los 100 kilómetros y no me da para tener uno eléctrico, que sólo algunos pueden comprar (y, encima, les sale gratis cargarlos). Hace unas semanas se celebró un encuentro de empresas para alardear de sus políticas medioambientales en un complejo que tiene varias piscinas, una de ellas enorme: el aire acondicionado estaba a tope (había una puerta al exterior abierta), estaban encendidas todas las luces del enorme salón y se servía el agua a los presentes en latas ‘ecológicas’, cuando no hay nada más sostenible que una jarra de agua. Yo me mosqueo cuando olvido apagar la luz led del cuarto de baño, pero mucho más cuando noto que me están tomando el pelo.

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