Tribuna

Piano en la periferia de la periferia

En la década de 1980, cuando Jaume Ferrer Marí (ocho apellidos ibicencos), mi padre, decidió arrancar su quimera cultural, montar un festival de música y un concurso de piano en un lugar como Sant Carles de Peralta, su pueblo natal, pues era algo así como instalar un chiringuito de venta de refrescos en mitad de un desierto. Lo primero fue ir a por los vecinos más ilustres que residían en los alrededores, para que pusieran los cimientos de lo que serían el Festival Internacional de Música de Ibiza y el Concurso Internacional de Piano de Ibiza: la excelencia y el compromiso educativo, social y cultural. Así, los primeros incondicionales por la causa fueron el pianista húngaro Julian von Karólyi (es Figueral), el extraordinario actor Fernando Rey (Cala Llenya), la profesora y pianista Vera Sykora (sa Marina)… Para todos ellos, Sant Carles era el centro, su centro de descanso, reposo o lugar de trabajo. Simultáneamente, consolidó la participación de todos los artistas destacados de la isla en ese momento: Victorino Planells (padre e hijo), Raymond Andrés, Manolita Torres, Florent van de Vondel, Benita Leggio, Marià Villangómez, Lina Cardona, Marisa Zacarés y un largo etcétera. Algunos artistas como Nemo Nieim, en Sant Agustí, que puso las bases de la actual escuela de música Can Blau, ya le dijo a mi padre, no sin cierta ironía, respecto a una posible colaboración: «¡Ay, Sr. Ferrer, no sabe lo lejos que está Sant Carles!»

Y, entonces, entró en juego lo de las distancias, el centro y la periferia, la cercanía y la lejanía. En casa hablamos del Festival y, especialmente, del Concurso como un milagro rural, una utopía de la periferia más periférica. Porque Ibiza puede ser uno de los centros o, seguramente, el centro del verano, de las vacaciones, del ocio, de la belleza natural, la libertad o de la música electrónica pero, culturalmente, es un rincón ‘apartado’ en una isla del Mediterráneo, donde lo cultural está muy alejado de los centros artísticos que históricamente se valoran y se consideran como tales, sean Berlín, Londres, Barcelona, París, Madrid, Bruselas, Milán... Nosotros creemos que el prodigio es que aquí, es el centro de la excelencia gracias a jóvenes extraordinariamente talentosos que han decidido que su vida sea el arte y que compiten, preparan y se presentan a un certamen como lo hacen en otros concursos internacionales de piano como los existentes en Pekín, Kiev, Seúl, Tel Aviv, Texas o Varsovia. Ibiza y el Concurso son el hilo invisible que nos une y nos pone en el centro de la cultura (no solo durante la semana de competición), y aporta un posicionamiento internacional inédito (como ha mencionado la alcaldesa de Santa Eulària des Riu, Carmen Ferrer, en numerosos discursos), una marca Ibiza diferente que se suma a la existente y amplía el abanico de posibilidades.

Por cierto, una edición más, Gustav Alink, el director de la Alink-Argerich Foundation (Centro independiente de información mundial para músicos y concursos, con sede en La Haya, Países Bajos), nos ha vuelto a pedir cómo es posible que por Ibiza pasen cada edición los mejores pianistas jóvenes del mundo, que qué hacemos para ser el centro musical. Hace años, nos enviaron su revista para distribuir entre nuestros concursantes. Hoy nos siguen pidiendo consejo. Ellos, que son el ‘centro del mundo’, a nosotros, ‘la periferia, los de provincias’. En fin, el mundo al revés. Un año más les hemos reiterado nuestros ingredientes que nos contagian los pianistas participantes: pasión, ilusión, fuerza de voluntad y compromiso de trabajo bien hecho. Y, además, es fundamental contar con el patrocinio incondicional de nuestras instituciones públicas (Consell d’Ibiza y Ajuntament de Santa Eulària des Riu) e instituciones privadas, así como de artistas, escritores, decenas de familias y particulares de Sant Carles y Ibiza que respiran al unísono y han hecho suyo el Festival y el Concurso. De hecho, también hemos reiterado a Gustav Alink que, dentro del mundo de la música clásica y, concretamente, del piano, Ibiza es el centro porque es una garantía tener un jurado independiente, escuchar el programa íntegro de los pianistas participantes, tener las mismas bases durante 36 años, pianos en casas payesas en un entorno rural preservado y veredictos por unanimidad.

Quizás no es el valor de lo hecho lo que da sentido a este Festival y Concurso, sino el hecho de seguir haciéndolo. Las personas cumplimos años y las instituciones se consolidan. Porque para todos nosotros sigue siendo un milagro ayudar en la gestión de un visado para que una pianista de Tashkent, en la República de Uzbekistán, pueda llegar hasta Ibiza o recibir la carta de recomendación del catedrático del Conservatorio Estatal de Shanghái para respaldar la participación de su mejor alumno. En fin, esas líneas invisibles entre Tashkent, Shanghái, Málaga, Tokio, Santiago de Compostela o Sofía, por citar solo algunas de esta pasada edición, confirman que el arte es la mayor forma de esperanza y ese piano en ‘la periferia de la periferia’ es el centro.

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