Me quedo con ellas
No sé por dónde empezar y sin embargo sí por dónde querría acabar: con una dimisión que se anunció el día que las chicas de la Roja ganaron el Mundial de Fútbol y el presidente de la federación robó un beso a una de las jugadores de manera insolente y prepotente. Digo que no sé por dónde empezar, porque si esto hubiera sucedido hace veinte años nadie, ni siquiera la muchacha violentada, hubiera juzgado el gesto, porque se hubiera visto como algo normal, como normal se veía que los hombres dieran palmaditas en el culo a una mujer como señal de buen rollito, como se veía normal que un tipo se frotase abusivamente sus genitales en señal de victoria. Ya no. Y por eso esta dimisión era tan importante, porque era una victoria que nos representaba a todas las mujeres, porque todas hemos sufrido algún tipo de incidente de esas características a lo largo de nuestra vida. Pero la dimisión no se produce y una vez más las palabras son contra ese «falso feminismo, lacra de este país» al que se agarran los verdaderos machistas. Y sin embargo una pregunta queda en el aire: ¿por qué lo que hace no mucho era lo habitual hoy provoca un vendaval de críticas y de rechazo? Porque nos hemos educado como sociedad y hemos aprendido a respetar y escuchar a las mujeres que desde nuestra habitación escondida fuimos batallando y obteniendo pequeñas victorias sin estridencias ni guerras violentas, más bien con el paso seguro de todas las madres que nos han precedido y son la piedra de una revolución silenciosa que dibuja un futuro algo más prometedor en un largo camino hacia la igualdad, que hoy sigue siendo una utopía por la simple razón de que una parte de ellos siguen ahí con sus viejas costumbres, sus viejas palabras, sus viejos gestos, como pudo ver y oír toda España en las actitudes y palabras de Luis Rubiales que no dimite porque «ama el fútbol, a su país y a su familia». ¿Y?
La jugadora Jenni Hermoso, a su pesar, forma parte de la historia de combates particulares que nos hacen más fuertes. Podría haber callado, podría haberse escondido, pero no lo hizo y entre las frases que pronunció una estalló contra los cimientos de la Federación Española de Fútbol: «Desgraciadamente conozco el mundo del fútbol». Ahora tendrá que ser la federación quien tenga que decidir si quiere ser ese recuerdo desgraciado o una vivencia afortunada para tantas y tantas mujeres que aman el fútbol, a su país y a su familia. Rubiales no puede seguir en su cargo: su actitud y sus palabras a lo largo de la asamblea son inadmisibles para una sociedad que prospera conjuntamente en defensa de los derechos de todas.
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