Dimensiones

Empecé a oír ruidos que me parecieron señales de que algo fallaba en mi sistema auditivo. Fui al médico temiendo que nombrara la palabra “acúfeno”, pero ni siquiera la mencionó. De hecho, no halló nada que justificara el síntoma. Se encogió de hombros, en fin, como el que se encuentra ante una dificultad irresoluble y volví a casa entre el alivio y la preocupación. A lo largo de los días siguientes los ruidos se fueron haciendo más claros, lo que me permitió identificarlos como los que hacen los cubiertos de mesa cuando chocan entre sí o con el plato. Entonces, lejos de tratar de olvidarme de ellos, o de taparlos a base de escuchar música a todo volumen, empecé a prestarles atención y reconstruí mentalmente una mesa a la que sentaban siete u ocho personas que manejaban otros tantos tenedores, cuchillos y cucharas. Al poco, era capaz de distinguir cuándo tomaban sopa o cuándo se afanaban en trocear un filete de carne o de pescado.

No enseguida, pero pasado el tiempo tuve que admitir que aquello que había tomado por acúfenos eran los sonidos que producía una familia cuando se sentaba a comer o a cenar. Esa familia habitaba, evidentemente, en una dimensión paralela a la mía a través de cuyos tabiques se colaban algunos de los ruidos que producían en la actividad cotidiana de alimentarse. El asunto me recordó una teoría, creo que de Levi Strauss, según la cual la música carece de explicación desde el punto de vista antropológico. Significa, en otras palabras, que no pertenece a nuestro universo, sino que llegó a él a través de los tabiques de un mundo paralelo en el que la practican con entusiasmo.

Con el tiempo, y prestando mucha atención al uso de los cubiertos, adiviné que la familia que los usaba era la mía, aunque en un tiempo pretérito. Yo era, en fin, uno de aquellos comensales a la edad de los catorce o quince años. Me ayudó a alcanzar esta conclusión la voz de mi padre que se coló también en un par de ocasiones. En otras palabras, aquellas reuniones familiares de mi adolescencia seguían produciéndose en la actualidad. De donde deduje que nada deja de ocurrir, sino que lo que tomamos por pasado se traslada a otra dimensión temporal, lo mismo que lo que llamamos futuro. Es posible, pues, que en ese futuro simultáneo con el resto de los pasajes de mi vida esté ya muerto, sin dejar de estar vivo.

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