Desde la Mola

De cuando la justicia no es justa

Valentín Villagrasa

Valentín Villagrasa

La oportunidad de tener esta tribuna en Diario de Ibiza, me lleva a reflexionar sobre la decisión de la jueza de Ibiza de dejar en libertad con cargos al ciudadano italiano que agredió a nuestro vecino Omar causándole graves lesiones que obligaron a trasladarlo a Can Misses en helicóptero (desconoce usted el efecto que produce el aparato medicalizado en los ciudadanos de Formentera) para ser operado y paliar los efectos físicos de la ‘paliza’ que le dio esa ‘persona’ (por llamarle algo). Estoy (perdone que personalice) convencido de que su decisión (dejarlo en libertad a más de cien metros) se ajusta a derecho, a la ley de Enjuiciamiento Criminal y a las tablas de Moisés. Pero la gran duda es si ha sido justa con Omar y con toda la población de Formentera que conoce a nuestro vecino, incluso al grupo de madres, padres, abuelos, abuelas (no sea que me proteste doña Irene) que llevan a sus hijos/as a prácticas de natación cuyo monitor está de baja (involuntariamente, bueno, por la voluntad de un individuo que esgrimió un arma mortal, sus conocimientos profesionales en artes marciales, para atacarle).

Leído el auto en el que decreta la libertad del presunto agresor (lo de presunto es por la necesidad de ser correcto a la legalidad vigente) donde esgrime que no existe ‘riesgo de fuga’ por su relación y voluntad de establecerse en Formentera, pese a que reside en Roma. En vez de dejarnos tranquilos nos ha trasladado el miedo al individuo, qué digo miedo: ‘terror’ porque cualquier salida de tono puede acabar con alguien en el helicóptero medicalizado. Debería (a mi juicio, poco avezado en derecho, pero sí en conducta moral… por edad) haber decretado como medida cautelar que esos 100 metros de distancia sea con cualquiera de los ciudadanos de esta isla, para evitar males mayores.

Lo que ha logrado con su auto es crear alarma social (indignación colectiva) y especialmente a todos nosotros que no entendemos nada de lo que es esta justicia (la de su auto) de lo que es justo o no, de quienes imparten (por oposición, dura… lo sabemos todos) esa justicia que a veces (en este caso) no es justa con la víctima.

Le voy a contar un chiste de mi admirado Miguel Gila: érase una vez en un juzgado, donde el juez condena a un reo a una multa de cinco mil pesetas por pegarle una bofetada a un adversario físico y moral. En esas que el condenado se vuelve al juez y le espeta con cierta sorna «señoría… añada en la cuenta cinco mil más por la hostia que le voy a dar aquí mismo», fin del chiste. Los 30.000 euros de depósito por una paliza nos parecen un chiste de mal gusto, qué barato sale agredir a una persona.

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