La vuelta a los guetos

Aracely R. Robustillo

Aracely R. Robustillo

Los humanos somos seres complejos que ante la adversidad, nos venimos arriba y sacamos nuestra mejor versión, mientras que en épocas de bonanza, como el diablo, con el rabo matamos moscas y nos empeñamos en hacernos cruces con dos palitos. Lo de buscar pareja en el propio ‘gueto’ es una tendencia actual que refleja un curioso interés de algunos por imponerse límites, en tiempos en los que la libertad se mide en poder ir a tomar cañas.

Como además la tecnología facilita la ‘tontuna’ y hay aplicaciones para todos los gustos, a pocos días de San Valentín, cada vez hay más personal que tira de algoritmos para encontrar el amor ‘a la carta’ y vaya si se hila fino. Al paso que vamos los ‘nichos’ sobre los que se asientan las plataformas son tan específicos que la sombra de la ‘exclusión’ se hace cada vez más alargada.

‘Grazer’, por ejemplo, facilita encuentros solo entre veganos y vegetarianos, que no quieren salir con ‘carnacas’. Y ‘Lullamate’ ofrece la posibilidad de encontrar una pareja cuyo principal objetivo sea convertirse en padres. En ‘Christianmingle’, se relacionan solo cristianos solteros. ‘Sapio’ es para aquellos que se preocupan del nivel intelectual de su cita; ‘Bristlr’, es para los que beben los vientos por una buena barba, y hasta hay ‘apps’ para aquellos que son seguidores de un determinado líder político, como Donald Trump (’Trumpsingles’).

Habrá a quien le parezca que esto simplemente es ir al grano para evitar perder el tiempo. Porque teniendo en cuenta que todo en la sociedad actual se ha retrasado: la finalización de los estudios, la incorporación al mercado laboral, la tan deseada emancipación o la compra de casa propia; puede tener sentido para algunos que cuando se decida ‘sentar cabeza’, se quiera descartar a todos los ‘sapos’ e ir directamente al ‘príncipe’ o la ‘princesa’ del cuento.

Como fenómeno sociológico tiene su interés. Sobre todo porque es el reflejo de una cultura de ‘atajos’, que considera que lo importante es el objetivo y no la forma de llegar a él. Pero es ahí donde, personalmente, encuentro que hay un empobrecimiento y una visión en túnel, que raya lo peligroso por lo aburrido y simplista.

Y es paradójico, porque aunque nos lo venden como innovador o infalible, no es más que volver a fundamentos de antaño, si tenemos en cuenta que la base del sistema de estos procesos tan ‘científicos’ no es otro que el de ‘cada oveja con su pareja’ de toda la vida.

Es defender que los ‘apareamientos’ son sólo posibles entre ‘iguales’, utilizando criterios de identidad y discriminación que en muchos casos son tan arbitrarios como ‘peregrinos’ y que pueden cambiar con las circunstancias.

El amor, el deseo, la ternura o la química sexual, no entienden de fórmulas matemáticas, por más que 100 millones de personas en el mundo hayan decidido registrarse en Tinder, o en cualquier otra, con el único objetivo de facilitar y agilizar el trabajo del travieso y caprichoso Cupido.

A veces, la persona menos apropiada, la menos conveniente, la más opuesta a nuestro prototipo y a todo lo que supuestamente nos ‘pone’ o buscamos en una pareja, es la que le da la vuelta a nuestra existencia y nos enseña nuevas opciones y caminos que jamás hubiésemos explorado por nuestra cuenta. Y eso es una maravilla.

Relacionarse solo con aquellos con los que creemos compartir creencias, valores, gustos, tendencias políticas y hasta apetitos gastronómicos, no es más que un ejemplo más de narcisismo. Buscar un espejo en el que ver una repetición de nosotros mismos. Y, que conste, que para gustos, los colores, pero tanto de lo mismo asusta y cansa, qué quieren que les diga.

Una de las mejores cosas que nos ofrecen estos tiempos es la diversidad, la posibilidad de conocer y apreciar gente diametralmente distinta y hasta opuesta a nosotros. Tener libre acceso a ellos, escucharles y poder aprender, o por el contrario, reafirmarnos en nosotros mismos por oposición, que a veces también es igual de importante, es clave para crecer y avanzar, como personas y como sociedad.

Hemos ido dejando atrás con el esfuerzo y la lucha de algunos valientes los ‘guetos’, los físicos y los figurados, en los que vivían aislados individuos o a colectivos por motivos aberrantes y fascistas. Volver a ellos y cerrar puertas, ya sea por fuera o por dentro y por elección propia, ponernos etiquetas que impliquen marginación, en cualquiera de los aspectos de nuestra vida, es un enorme paso atrás.

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