Opinión | Para empezar

Navidades para los Antonios y las Nieves

En mitad de las hordas de niños correteando entre los cien mil globos de la casita de Navidad, ellos destacan. La alegría y los gritos de los pequeños contrastan con sus pasitos cortos, su silencio y su mirada lenta. Ellos no entran en la casa de Papá Noel ni posan para nadie una y mil veces —«ponte con el osito», «y ahora con el tren», «mira, súbete al trineo»—, más que nada porque nadie les acompaña. Hacen, a lo sumo, una foto medio borrosa con sus móviles de teclas gigantescas para enviar a esos hijos, sobrinos o nietos que o andan lejos o están muy ocupados para hacer planes con ellos un sábado por la mañana. Aunque la Navidad esté cerca. Se topan con la casita de globos en su paseo mañanero, ése que no perdonan ni los días de lluvia para que no se les atrofien sus octogenarias, o incluso nonagenarias, piernas. Y entran antes de tomarse su descafeinado con leche en el bar de toda la vida. O su escudella de sopas de pan en casa. Antonio observa con cariño a su mujer, con alzhéimer, disfrutando con los globos. Nieves se emociona pensando en su marido, con el que esta Navidad no podrá bailar, como todas las anteriores, que pasaron felices y juntos. Todo en estas fiestas se piensa para los más pequeños, que llevan la ilusión de serie. Quienes de verdad necesitan su casita de globos son los Antonios y Nieves.

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