Opinión | desde la mola

Marqués de Riscal

No se trata de un artículo de publicidad de un vino, aunque sea de buen beber. Hoy quisiera relatarles que en la Mola falta uno de sus vecinos, de los que dejan huella después de una relación personal. El pasado viernes nos dejó Xicu Baixero. A muchos de ustedes el nombre no les dirá nada, pero a unos cuantos (muchos a mí entender) supone la pérdida de un hombre aferrado a sus amigos. Cuando yo le conocí, digamos que va para quince años, fue sin duda una de las personas que contribuyó a mi relación sentimental con esta Mola del Pilar. Discreto en su presencia, le gustaba esa conversación de lo divino y lo humano o de éste y aquel, siempre en forma de opinión positiva y sobre todo sin levantar la voz. Incluso tenías que agudizar el oído para no caer en un ‘sí’ sin sustancia, ya que el telediario de las tres tenía más decibelios que su voz. Casi cada mediodía (por aquello de la duda de si era cada día) se dejaba caer por Can Blaiet (de aquel tiempo) para comer. Si estabas (y estabas) te invitaba a sentarse con él, supongo que para combatir la soledad de ambos. Unos días menú (lentejas los lunes y espaguetis los miércoles) otros días (si había buen pescado) alguna rotja o lo que se terciaba. Eso sí, todo regado con una botella de Marqués de Riscal, que raramente se acababa (quedaba para la noche o el día siguiente). Alguna larga sobremesa, un tute mal jugado (por mí seguro) con Vicente y a la siesta a la vuelta de la esquina. Pocos pasos no sea que se le pasara esa ‘modorra’ de después del café. La tarde, alguna butifarra robada al aburrimiento.

La conversación siempre tenía ese punto interesante de quien ha vivido lo suyo y había dejado atrás una vida dedicada la hostelería en más de un puerto. Experiencias aplicadas a un presente que por muy anodino que fuera tenía siempre un punto de interrogación que merecía el análisis de este “sabio de la vida”. Otros días, los calmos, salía a la mar desde es Caló en el llaüt que compartía con Víctor Botigas (seguro que amigo del alma). Hace ya mucho que esa barca de velocidad controlada, como la suya, lo estaba echando de menos. Intuye que Xicu no va a volver, pero todavía contiene en su alma marinera los pasos de un hombre cuya bonhomía ha dejado una huella indeleble en todos los que lo conocimos.

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