Opinión | Tribuna

Adolescentes eternos

Solo sueña «con la celebridad, con la fama». Un día se siente «hermosísima, la más brillante» y, al siguiente, «una figura que ni el propio Satanás reconocería’». Se hace selfis o autorretratos que el espejo de su armario enmarca. Confiesa: «Soy capaz de permanecer horas enteras en mi sala de toilette, desnuda frente al espejo». Escribe sobre cada cosa que le pasa y aún más sobre cada cosa que se le pasa por la cabeza. Muy a menudo de madrugada, cuando se desvela, encerrada en su habitación, «con el pelo suelto como el de una virgen mártir». Odia a los adultos. Dice: «¿Estoy loca? ¿Estoy condenada? Sea como sea, ¡estoy aburrida!».

Ella podría ser cualquier adolescente insomne de 2022, haciendo scroll a sus redes sociales, tecleando sus miserias. Sin embargo, es una chica de finales del siglo XIX. Marie Bashkirtseff era una hija de ricos emigrados rusos. Una artista adolescente que decidió, una noche de diciembre de 1875, escribir el que probablemente sea el primer diario (y precuela de redes sociales) de una mujer adolescente verdaderamente libre de pensar y decir lo que le apetecía. Murió de tuberculosis a los 25.

Su «¡estoy aburrida!» no está tan lejos de esa mezcla de sopor y electricidad estática de cada generación de adolescentes desde que tal etiqueta se inventó y dejamos de pasar, sin solución de continuidad, de ser niños a adultos. No es tan distinto, por ejemplo, a los versos de una de mis canciones punk favoritas: ‘Boredom’. Buzzcocks cantaban en 1977 sobre el aburrimiento: «I’m living in this movie / but it doesn’t move me».

Podríamos rastrear esa angustia tremendista y esa hambre de todo en cualquier generación de teenagers hasta ahora. Sin embargo, siempre pensamos que la última es la peor.

Leo en el diario inglés

The Guardian un artículo de Henry Wong: ‘Menos instituto, más película de terror: ¿por qué las series adolescentes son tan miserables ahora?’. El título encierra un guiño a una pieza adolescente de décadas atrás (una canción de The Smiths) así que, de algún modo, ya se contesta a sí mismo. Lo que expone, sin embargo, es que las ficciones televisivas sobre esa edad son más duras que nunca. Habla de ‘Euphoria’ y de ‘Gossip Girl’. Hace lista de conflictos, entre los que destaca un triángulo amoroso donde una grabación sexual lleva a sus protagonistas a jugar a la ruleta rusa para recuperarla.

Es cierto que ‘la banda del bate’ de ‘Al salir de clase’ o ‘Salvados por la campana’ parecen ahora Barrio Sésamo. Pero el caso es que este tono violento lo encontramos desde hace siglos. Básicamente, porque el adolescente se tiene que creer único, aunque la realidad es que se siente especial porque siente exactamente lo mismo que muchos otros antes.

Hay nuevos factores, claro. Uno es una continua exposición de la intimidad en redes que trae consigo mucho desgaste. La otra es una precariedad laboral que, en realidad, nunca es generacional, sino de clase. Dos años de pandemia tampoco ayudan a la salud mental. Y añadiría algo importante, que me comentó una vez Jon Savage, autor del mejor libro sobre el tema (’Teenage. La invención de la juventud’): los adolescentes recientes han visto cómo los adultos se han intentado apropiar de su lenguaje. Cómo quieren serlo ellos, aunque no entienden ni la mitad (miren las polémicas recientes sobre qué es música y qué no). El problema es que, pese a no asumirse como adultos plenos, se creen con derecho a opinar (y siempre mal) sobre cada nueva hornada adolescente.

Sobre su ropa, sobre su música, sobre su vida.

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