Opinión

Lecciones de un verano distópico

La temporada de 2021, sin duda, será recordada por las muchas enseñanzas que nos ha ido dejando. Las difíciles circunstancias derivadas de la pandemia y las limitaciones impuestas a varios sectores empresariales han constituido, a pesar de sus innumerables efectos negativos, una oportunidad insólita para tomar el pulso a la isla y obligarnos a reflexionar profundamente sobre la Ibiza que queremos y el modelo turístico a seguir.

La primera conclusión, a la que aluden constantemente muchos ibicencos en sus comentarios en las redes sociales y los medios digitales, es que Ibiza puede vivir perfectamente sin discotecas. El mensaje reiterado por este este sector, que desde hace años afirma que Ibiza se arruinaría sin el turismo de fiesta, ha quedado de golpe sin efecto. Algunos llevan dos temporadas sin trabajar y eso constituye un gran sacrificio, pero ha quedado meridianamente claro que esta industria puede ser complementaria, pero ni mucho menos resulta imprescindible y para determinados negocios, como por ejemplo el comercio y los restaurantes, que este verano han trabajado infinitamente mejor que en 2019, hasta puede ser contraproducente.

Me viene a la memoria aquel estudio realizado hace pocos años por dos economistas, por encargo de Ocio de Ibiza, titulado ‘Ibiza como marca mundial: el liderazgo en la economía del ocio’. Dicho estudio señalaba que discotecas y beach clubs generan, directa o indirectamente, el 35% del PIB insular y el mismo porcentaje del empleo. Al final, como los diez mandamientos, que se resumen en dos, la tesis venía a sostener entre líneas que Ibiza no es nada sin el ocio y que a éste, además, hay que darle manga ancha y dejarle hacer lo que quiera porque si no la economía de la isla desaparecería por el sumidero. Visto lo visto este verano, estas cifras no solo resultan exageradas, sino que constituyen un verdadero disparate. Probablemente podría contratarse a otros dos economistas y pedirles un nuevo informe que demostrara que la industria del ocio reduce el negocio a los otros sectores en un porcentaje también de dos cifras.

Sin discotecas y, sobre todo, con el ocio diurno a medio gas y sin una omnipresencia constante en el universo digital, los restaurantes han trabajado a un ritmo mucho mayor, el turismo náutico ha disparado sus cifras y zonas cuyos índices de actividad habían caído en picado, como por ejemplo el puerto de Ibiza, han vuelto a resurgir.

Una segunda lección trascendental: en los meses fuertes del verano han llegado más vuelos que en 2019, que fue la última temporada sin restricciones, y la sensación de saturación en las playas y las carreteras ha sido extremo; incluso peor que otros años en muchas áreas. Ello teniendo abierto solo el 70% de la planta hotelera.

Por tanto, si con un 30% menos de plazas hoteleras que otros años han venido más vuelos y turistas, ¿dónde se ha metido toda esta gente? Solo cabe una explicación: la oferta de plazas ilegales es mucho mayor de lo que nos temíamos, ha seguido creciendo de manera desaforada a pesar de la pandemia y su peso en la economía es enorme. Se requiere, por tanto, dedicar muchos más medios a combatirla.

Tercera lección trascendental: Ibiza posee un potencial extraordinario para mejorar la calidad de sus turistas y generar los mismos ingresos sin esta saturación desaforada, que no solo afecta a los residentes, sino también a los propios viajeros, que se encuentran con un destino mucho menos idílico del esperado. Algunos restaurantes, al principio de temporada, cuando la isla aún estaba medio vacía, han facturado más con menos clientes que en años anteriores, al pedir productos más caros y que generan mayor beneficio a los establecimientos.

De todo esto podemos obtener tres valiosas conclusiones. En primer lugar, la omnipresencia del sector del ocio es contraproducente. Trae buenos clientes para sí mismo, pero espanta a los que proporcionan más negocio al resto de establecimientos. Se impone, por tanto, la necesidad de regular de una vez la actividad musical, sobre todo en las playas, para evitar volver al ciclo de fiesta las 24 horas que nos caracterizaba y lastraba en las temporadas anteriores a la pandemia. En segundo término, la oferta ilegal es tan grande que sin ponerle freno resulta imposible emprender políticas efectivas para reducir la saturación. Y, tercero, con muchos menos turistas se puede ganar más, vivir mejor, evitar el encarecimiento salvaje de la vivienda y recuperar algo del paraíso que fuimos.

Las instituciones y el sector empresarial le deben a Ibiza un debate serio, honesto y con una perspectiva a largo plazo, donde se determine la Ibiza que queremos y lo que estamos dispuestos a sacrificar para conseguirla.

@xescuprats

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