Opinión

Casas sin luz

Un buen amigo me invita a comer en su casa que queda en la zona de es Puig Blanc, un llano de antiguos cultivos en el que todavía medran los naranjos, los limoneros y las higueras. Es una zona tranquila, detrás de Montecristo, a diez minutos de la ciudad. La sobremesa se alarga, la tarde refresca y con la chimenea encendida hablamos, para variar, de la maldita pandemia que nos tiene acorralados. En estas fechas, finales de enero, a las 6 de la tarde es ya de noche y mi amigo me sorprende con un objeto que hace muchos años que no veía. Enciende un viejo quinqué de larguísimo tubo que nos remite a la infancia y me dice que sale un momento, que tiene que poner en marcha el generador para la luz. Al poco, oigo el lejano motor, pon-pon-pon, que me recuerda el de una barca de pesca.

Cuando mi amigo vuelve, le confieso mi sorpresa. Me cuesta creer que en pleno siglo XXI todavía queden casas en Ibiza a las que no llega la luz eléctrica. Sobre todo, cuando la casa está a un tiro de piedra de la carretera de San Antonio y tiene 6 o 7 viviendas en el entorno. Me comenta que todas están igual, que a ninguna de ellas le llega la luz. Por lo visto, hace varios años la solicitaron.

Hicieron los trámites que les pedían y pagaron todo lo pagable al Consistorio de San Antonio, al ingeniero que interviene en la operación y a Endesa. En total, el grupo de casas desembolsó unos 100.000 euros. Y ni por esas. Después de varios años, siguen a oscuras. Ni tan siquiera tienen plazo de ejecución. Por lo visto la liberación del mercado no ha conseguido eliminar los tics monopolísticos de Endesa que todavía domina el suministro. Con la sartén por el mango, es evidente que hace lo que le da la gana. El cliente tiene que pagar la estación transformadora cuando no existe, el tendido de la red hasta la casa, hacerlo por adelantado y quedarse a esperar. Sentado, por supuesto. El asunto es kafkiano. De vergüenza ajena. Y así nos va.