El drama de la vivienda en Ibiza: «Vivimos debajo de un árbol y nos duchamos en el gimnasio»

Una de las personas sin recursos ha adquirido un vehículo que no funciona para dormir en él

Silvina Carrillo, referente de las personas sin hogar en Cruz Roja, en la entrega de comida. | VICENT MARÍ

Silvina Carrillo, referente de las personas sin hogar en Cruz Roja, en la entrega de comida. | VICENT MARÍ / Ángela Torres

Ángela Torres Riera

Ángela Torres Riera

Johny ofrece a sus compañeros de la cola del furgón de comidas de Cruz Roja una hogaza de pan de semillas. La alza al aire, ante la falta de una mesa en la que disponerla. La noche primaveral no aporta, en esta ocasión, ni una pizca de calidez. Es fría como la realidad. «Estamos sufriendo en silencio», lamenta Mohamed, que migró desde el Sáhara Occidental hasta un campamento de refugiados del sur de Argelia y más tarde, con la esperanza de encontrar trabajo, hasta Ibiza.

«Si no fuera por Dios y por Cruz Roja, que nos da comida por las noches, seguramente no podríamos subsistir», lamenta. Esta no siempre ha sido su realidad. En un pasado que ahora casi le parece otra vida, trabajó durante toda una década como periodista en territorio saharaui. Ahora, se apena porque quiere ganarse la vida y ayudar a su familia, al igual que sus compatriotas, que asienten mientras explica en español la situación de todos, ya que Mohamed es el único que domina la lengua.

La reflexión en voz alta de su desgracia pincha la burbuja de lo que, de tanto repetirlo, casi parece irreal: «¿Cómo vas a pensar en una casa si no puedes permitirte ni un café?», se pregunta. «Como extranjero, no puedes ni pensar en eso. Si un español trabaja y no puede permitirse una vivienda, que se imaginen a un refugiado que no tiene un puesto de trabajo, ni derecho al servicio sanitario».

Una voluntaria de Cruz Roja prepara una de las bolsas de alimentos dentro del furgón. | VICENT MARÍ

Una voluntaria de Cruz Roja prepara una de las bolsas de alimentos dentro del furgón. | VICENT MARÍ / Ángela Torres

Orinar cada día en el campo

A Johny lo trajo a Ibiza una relación amorosa que fracasó y lo dejó «a la deriva». Buscó trabajo en la isla, lo consiguió y encontró piso, hasta que llegó la temporada y la casera lo echó: «Me botó», afirma. Alguien le propusó ir al camping ilegal de Can Rova, pero cuando le dijeron lo que había que pagar (alrededor de 400 euros cada mes por instalarse con una tienda de campaña) optó por hacer lo mismo, pero en un descampado contiguo que comparte con otras personas en su misma situación. «Compramos cada uno una tienda de tres por tres [metros cuadrados] y vivimos allí, debajo de un árbol», cuenta. El otro día, con las lluvias, se les inundó todo. En verano, en cambio, temen pasar demasiado calor: «Lo tengo todo colocadito», expresa mientras muestra un vídeo de cómo ha acondicionado el interior de la carpa. Unas mesitas de noche, un espejo y un pequeño sofá para dormir. «Para ducharnos, hemos pagado la mensualidad en el gimnasio por parejas y pagamos 38 euros cada uno. Allí nos bañamos todos los días», detalla. Para otras necesidades la cosa se les complica: «Orinamos en el campo, pero para ‘dar del cuerpo’ —dice utilizando una expresión latina— cuando estoy por aquí (por la ciudad) aprovecho para ir a algún sitio, al lado de la carpa no hay donde hacerlo».

José, también de Colombia, vivía hace tiempo en un supermercado que quebró. El dueño separó el espacio «a lo bestia» en veinte parcelas de dos por dos sin ventilación que alquilaba por 400 euros cada una. «Era una locura, dormía sobre dos palés y un colchón viejo, en el baño había moho...», describe con disgusto. Ahora se ha comprado un coche, que ni siquiera funciona, para poder dormir en él.

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