Fira de la Sal: La cosecha más salada

Centenares de personas asisten en ses Salines al encendido del ‘fogueró’ y a la representación de la extracción manual de la sal 

Marta Torres Molina

Marta Torres Molina

«Los buenos salineros no tocaban la senalla con las manos», comenta Vicent Marí Palermet mientras uno de los integrantes de su colla trata de caminar por el estanque de cristalización manteniendo en equilibrio sobre su cabeza un capazo lleno de sal. «¡Eso son medias senalles!», grita el experto, metido en su papel de capataz de la colla de saliners que muestran a centenares de personas cómo se cosechaba, antiguamente, la sal. No tan antiguamente, en realidad. Porque aunque de ses Salines se sabe que se extraía sal «desde el siglo XIV», documentado, aunque hay indicios de que se hacía ya en el XIII, según explica el historiador Antoni Ferrer Abárzuza, lo que pueden ver los asistentes al día grande de la ‘Fira de la sal’ es cómo se cosechaba este producto en los años 50 y 60.

El sol pega fuerte. Se refleja, además, sobre las montañas de sal, ya formadas, que aguardan a que las recojan, algo que se hará en los próximos días. Con maquinaria actual, claro. No a mano, con apenas unos aperos de madera y unos capazos. Un trabajo duro. Y a pleno sol. «Ahora estamos en octubre, pero se hacía en septiembre, cuando pegaba más el calor», indica el historiador a las decenas de personas que se arremolinan frente al estanque número 11. Todos buscan la primera fila. Quieren captar bien la escena con sus móviles. «Se lo he enviado a mi hermana Carmina y mi cuñada Pepi», explica Dolores. Está pasando unos días en la isla, donde ella y su familia vivieron hace años, hasta la jubilación, tras lo que regresaron a Granada, de donde vinieron en los 60. «Había visto fotos de la recogida de la sal, pero no en directo», indica la andaluza.

Al estanque van llegando decenas y decenas de personas. Las escupen el trenecito turístico y un par de microbuses. El Ayuntamiento ha tenido que echar mano de ellos para reforzar el servicio que había previsto para llegar a las diferentes actividades del día grande de la ‘Fira de la Sal’, repartidas por todo el Parque Natural de ses Salines.

Alberti y Abdalá

Aunque son de aquí «de toda la vida», Manuel y Catalina no habían estado jamás en la Torre de la Sal Rossa. «Y mucho menos en la cueva en la que se refugiaron Rafael Alberti y Rosa León», comenta Manuel. Entre los que observan la extracción de la sal se encuentra la actriz Neus Torres, que llega directa de las visitas teatralizadas de la torre, donde la cómica historia de una mujer que le lleva a su marido, vigilante de la misma, la comida y un criado que se disfraza de turco para gastarles una broma sirve para explicar a los visitantes la función que tenían las torres de defensa. «El pobre criado no sale muy bien parado», reconoce Torres. Y es que la broma acaba con el criado fuera de combate cuando la mujer, decidida a defender a su marido, que le había jurado y perjurado que los piratas turcos ya no eran un peligro para las Pitiusas, le arroja un tiesto sobre la cabeza.

Precisamente para esperar a todas estas personas que estaban en las visitas de la torre y la cueva, el encendido del fogueró se retrasa unos minutos. Los primeros en llegar a la era en la que antiguamente se acumulaba la sal recuerdan su infancia. «Solíamos venir por aquí los domingos. Tengo fotos de niña, con vestido y zapatitos, encaramada a la montaña de sal», explica Nadia, que se apresura a explicarle a su hija, Alma, de cinco años, que eso ya no se puede hacer. «Eran otros tiempos, nosotros también veníamos algún domingo y hasta nos llevábamos un puñadito de sal», señala Eduardo, que se suma a la conversación.

Vídeo: Segunda jornada de la Fira de la Sal en Ibiza

M. T. M. / Ibiza Never Close

Los bomberos del Ibanat revisan los dos montones de ramas que en unos minutos prenderá el alcalde de Sant Josep, Vicent Roig. Uno, el más grande, es de ramas secas. El otro presume de verde. «Esas ramas son las importantes, son las que hacen el humo, que era como se avisaba a la gente de que había comenzado la cosecha de la sal», se escucha entre los que se hacen con las primeras filas del vallado. «Señales indias», bromea otra persona elevando un poco la voz para hacerse oír. A su espalda actúan los balladors y balladores del Grup Folklòric de Sant Jordi, vestidos con traje de faena, coloridos y libres de emprendades. Y el Petit Cor, que interpreta ‘Bona nit blanca roseta’ e ‘Illa on he nascut’, dos de los temas incluidos en su proyecto ‘Units pel nostre parlar’. Sus trajes negros contrastan con las montañas blancas que se recortan a su espalda. «La acústica no es la mejor», reconoce alguno de los cantantes, que hecen doblete en esta ‘Fira de la sal’, ya que por la noche actúan en la iglesia de Sant Jordi.

El humo que llamaba a los salineros

«¿Alguien tiene un mechero?», pregunta uno de los bomberos. Alertados de que llega el momento de prender la hoguera por el repique cada vez más acelerado de las castanyoles empiezan a prepararse. El alcalde cruza el vallado y espera indicaciones. Apenas se le distingue, detrás del montón de ramas secas que enciende con la ayuda de una antorcha y sobre el que los bomberos van arrojando algunas de las ramas verdes del otro montón. Un humo gris claro, casi blanco, se eleva, aunque el fuego le hace seria competencia. «Es que está todo muy seco, tendría que estar más fresco para que se viera bien el humo, pero con estos calores...», opina una de las asistentes, que se aleja de la valla, decidida a hacerse con una plaza en los primeros viajes del trenecito y los microbuses rumbo al estanque de cristalización, donde los salineros ya aguardan.

La cosecha más salada

Actuación del Grup Folklóric de sant Jordi / Marcelo Sastre

Aún lucen gafas para que el reflejo del sol en la sal no les deslumbre. Y no se han puesto los gorros de paja. Todo cambia cuando llegan los primeros asistentes. Recogen sal tirando de una cuerda, llenan los capazos y los cargan sobre sus cabezas. «Antiguamente todo era un estanque y se recogía la sal que cristalizaba en los bordes», explica Ferrer Abárzuza, que señala que los antiguos ibicencos «aprendieron» que debían dividir aquel estanque para favorecer ese «negocio de tradición milenaria» que era la sal. «Siempre era para venderla fuera», comenta el experto, que detalla que se cargaba en «grandes barcos mercantes». «Todo el mundo estaba involucrado en él. Los más ricos recibían más y los más pobres, menos», continúa el historiador, que recalca que hasta el siglo XVII había esclavos en la recogida de la sal. «No como éstos —apunta señalando a Palermet y sus chicos— que son asalariados».

Suscríbete para seguir leyendo