Crónica del festival

Sonorama Ibiza 2023: Entre el yin de Iván Ferreiro y el yang de Arde Bogotá

El Sonorama Ibiza 2023 ha sido escenario de la eterna lucha entre opuestos, entre el ‘yin’ y el ‘yang’, lo viejo y lo nuevo, la opacidad y el brillo (no llegaremos al bien y el mal, que tampoco hay que dramatizar), la voz nasal o la diafragmática... que encarnaron Iván Ferreiro y Arde Bogotá ¿Quién ganó? Esto no es una competición. Pero hay una tercera vía, la de Depedro, un artista enorme.

En la cola de los escasos baños Arde Bogotá ganaban por goleada. «Son buenísimos», decía en voz alta Aroa, que había venido desde Valencia con su pareja con una equis marcada en el programa sobre el nombre de los cartageneros. «Nosotros también venimos a verlos», le replicaba un ibicenco que aseguraba que no pudo acudir al primer Sonorama Ibiza, en el que tocaron. No eran solo ellos los que confesaban que tenían señalado el concierto de Arde Bogotá: eran una mayoría no precisamente silenciosa.

Pero sobre la pista de cemento de Venice Bay hubo otros ases. En una encuesta rápida entre trago y trago de cerveza, sobre todo a boomers cercanos, sonaban los nombres de Los Invaders, La Bien Querida, Depedro y, claro está, Iván Ferreiro, el otro imán por el que muchos habían apostado por acudir al festival. La batalla estaba ahí: entre el yin Ferreiro y el yang Arde Bogotá o viceversa.

Del ‘Viva Pamplona’ al revolcón de Los Invaders

Dejando de lado por cuestiones logísticas las actuaciones de mediodía y media tarde en es Caló de s’Oli, en la primera jornada se presentaron Pol 3.14, que ofrecieron una versión más recia en eléctrico que la que habían dado en acústico en su primera visita a la isla. Con Natalia Lacunza afloraron más emociones. El junco navarro -que agradeció un «viva Pamplona» desde el público: «qué majos sois»- desplegó un número de electrónica soñadora y bailable que encandiló a sus fans, que no dejaron de corear las canciones y alzar los brazos.

Cerraron la noche Los Invaders-o Los Putos Invaders- como se refieren a ellos mismos. Una auténtica sorpresa para oídos vírgenes. Un grupo de esos concebido para disfrutar, con un fresco gazpacho de rock, pop, funky, petardeo, bases ochenteras y sampleos y homenajes naturales más o menos evidentes, entre ellos al ‘Puto’ de Molotov: «Matarile al reguetón». Saltaron hasta los seguratas.

Iván Ferreiro, Arde Bogotá y el vuelo de Erentxun

La suspensión del vuelo en el que Mikel Erentxun tenía que llegar a la isla desde San Sebastián cambió por completo los planes de la segunda jornada. Organización y músico se empeñaron en no suspender y buscar otras rutas, así que se retrasó todo el programa una hora y se situó al donostiarra al final. Para el viernes habían vendido hasta la última entrada y los que siempre lo dejan todo para el final se quedaron en la calle. Una señal más de que ese era el día grande y nadie quería perdérselo.

La tarde comenzó muy festivalera, con dos bandas divertidas como Kitai y Despistaos. Los veteranos autores de ‘Física o Química’ fueron de los más coreados del festi por una hinchada fiel. Además, como están en plena celebración de sus 20 años de carrera no se dejaron ningún hit y eso siempre da jaleo. Una banda que es mejor cuanto más cañera y que sufre algo al ralentí.

Justo lo contrario que Iván Ferreiro, que subió detrás de ellos al escenario en formato As Ferreiro, solos él al teclado y su hermano Amaro a la guitarra. Las canciones y la poética tan personal del vigués arañan más profundo cuanto más íntimas se hacen. Ferreiro está en ese punto en que se puede permitir el lujo de no repetir un concierto, de elegir lo que quiera de su ingente repertorio y tocarlo y cantarlo como le dé la real gana. Incluso de invitar al público a a que se vaya a tomar algo porque «empieza la parte chapas del concierto». Llevó a los congregados a la hiperemoción, incluso cuando los hermanos paraban de tocar y se dejaban arrullar por las voces ajenas, hasta el éxtasis en la rancherita romántica ‘Son preciosos nuestros besos’ o en la versión a capella multiplicada de ‘Insurrección’.

Y sí. La mayoría de esa gente había venido a ver a Arde Bogotá y se notó desde que salieron al tablado desatando la locura. Es difícil de explicar cómo han pasado de ser la joven sorpresa del Sonorama 2021 a todo un fenómeno musical y de fans en el de 2023. Antonio García le pone épica a cada movimiento de manos, a cada inflexión de su voz cavernosa, a cada vuelo de melena. Abre los brazos, apunta con el dedo a Venus, brinca como un poseso, golpea el escenario con una toalla... Y mientras, su público no deja de cantar, de gritar, de saltar... La explosión termina con el machacón estribillo de ‘Cariño’: «Ven a bailar, cariño, nuestra canción de mierda». «Me ha chupado toda la energía. Me ha dejado vacía», confesaba nada más acabar Laura, una fan.

El marrón era para Mikel Erentxun, que tenía que lidiar con la onda expansiva y en acústico, por si algo faltaba. Acoplado a la exquisita voz y guitarra de Marina Iniesta no buscó experimentos y comenzó a tocar con honestidad sus clásicos. Tierra hollada. Salvó los muebles con oficio y entrega con ‘Cien Gaviotas’ o ‘A un minuto de ti’ y regaló un bonito final a la velada con ‘Jardín de rosas’: «Mis ojos miran hacia el lugar donde se oculta el día».

Masterclass de Depedro y final con petición de mano

«Ponme calidad en la guitarra, Pablo», le dijo Depedro a su técnico de sonido en varias ocasiones. «¿Más?», pensaba el público. Más era prácticamente imposible. Así que ahí estaban Pablo y el incombustible Omar Gisbert en la mesa buscando lo excelso. Jairo Zavala es un artista total. Con su vozarrón elástico y esa guitarra que suena como un cañón dio una masterclass de cómo uno solo puede llenar un escenario más que cuatro o cinco. Y cuando se pone folclórico con ‘El pescador’ o con la ‘Llorona’ derriba la frontera entre lo viejo y lo nuevo. Y le dio tiempo hasta a rendir homenaje a Serrat, «una pieza indispensable en nuestra cultura popular», con ‘Fiesta’. «Le tienen que sangrar los dedos», decía Toni tras el concierto, de la fiereza con la que toca.

Antes había pasado La Bien Querida, que comenzó aún con luz de tarde y con el aforo a la mitad. Y ese murmullo de entradas y salidas perjudicó a su propuesta transparente y frágil con guitarra acústica y acompañada a la eléctrica por su productor de siempre, David Rodríguez. La bilbaína hizo un repaso por sus quince años de canciones de amor y desamor, dulces y amargas, como en un bucle romántico eterno. Un plan que merecía algo más de abrigo: «Y es que siento como si toda mi vida me hubiera estado conduciendo a este preciso momento».

Shinova son ya casi un sinónimo de Sonorama y en su tercera edición ibicenca repitieron en la clausura, como habían hecho en la primera pero esta vez sin chirimiri. Los berriztarras volvieron a apelar a la intensidad y a esa actitud teatral, para los muy fieles.

El concierto tuvo un paréntesis kitsch con una petición de mano sobre el escenario con rodilla en tabla y anillo y el público, que siempre es el que más disfruta de estas cosas, ovacionó. La chica dijo sí, menos mal.

Y si el año pasado las principales quejas eran por el solapamiento entre las actuaciones de los dos escenarios, en este, resuelto este tema, llegaron por el exceso de tiempo entre concierto y concierto, que bajoneaba al personal. Un dj o una playlist guarrindonga lo hubiera arreglado. Además se echó de menos, por pedir, la barra de vinos de Ribera del Duero de ediciones anteriores.

Pero como sentenciaron los de Shinova: «Gracias por tanto. Por la risa y el llanto. Gracias por ser parte de mí, ue, ue, ueee».

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