Un trocito de Ibiza en un rincón de Pakistán

En la localidad de Gilgit, una pequeña ciudad paquistaní a los pies del Himalaya, Abdul Qayum rememora su años vividos en la isla, cuando llegó como un hippy más y se enamoró del lugar

David Ventura

David Ventura

Cuando los ibicencos Laia Poyal y Sergio Marí, acompañados de su amigo Martín Pera, llegaron a la pequeña ciudad de Gilgit, al norte de Pakistán, a los pies del Himalaya, lo último que esperaban encontrar en el comedor de la guesthouse donde se alojaban dos fotografías de una anciana con su inconfundible aspecto de pagesa eivissenca. En una, la mujer aparecía acompañada de la que parecía ser su hija, y en la otra con un niño que podría ser su bisnieto. ¿Quién es y por qué su retrato ha llegado hasta este rincón del mundo?, se preguntaron.

«Es la señora María, mi abuela ibicenca», les explicó en un perfecto castellano Abdul Qayum, un pakistaní de 71 años de edad que regenta un alojamiento para viajeros en su propia casa. Pero la sorpresa de Laia y sus amigos no terminaba aquí, porque el hombre se animó y les mostró un álbum de fotos con decenas de fotos hechas en Ibiza. Qayum vivió en la isla entre 1977 y 1983 seis años muy intensos de su vida. «Imagínate. Estás a 9.000 kilómetros de casa y te encuentras con un álbum de fotos de Ibiza. Es surrealista», explica, todavía estupefacta, Poyal.

Qayum está encantado de atender a Diario de Ibiza y, pese a la distancia, responde por videollamada desde su casa. Habla un español perfecto, regenta una tienda de artesanía en Gilgit y ha convertido su casa en una guesthouse por donde pasan mochileros de todo el mundo. Ha tenido una vida ajetreada y nómada, pero ahora ha encontrado la estabilidad en su pequeño rincón de mundo, alejado de todo, pero conectado al resto del planeta gracias a los jóvenes que pasan por su casa.

¿Cómo le llevó el destino a Ibiza? Todó empezó en 1975: «Era el chófer de un americano y un día me preguntó si quería trabajar con él en Europa, y le dije que vale. Él era director internacional de Banca Catalana y estuve dos años y medio con él haciendo un poco de todo, le hacía recados, le lavaba la ropa».

El americano estaba encantado con Qayum y le propuso que se quedara con él, pero el pakistaní tenía otros planes: «Incluso me ofreció parte de su herencia, pero yo quería emanciparme. Quería vivir y bailar. Vendía artesanía y tocaba en la Rambla de Barcelona. Conocí a un alemán y un boliviano que también tocaban en la calle y me dijeron, ¿Por qué no te vienes a Ibiza?». Tenía 26 años y corría el año 1977.

El primer impacto de la isla sobre Qayum fue imborrable: «Me dije, hostia, yo me quiero quedar a vivir aquí», rememora con un brillo nostálgico en los ojos. Tenía algo de dinero ahorrado gracias a la artesanía que había vendido en Barcelona y eso le permitió pagarse su primer alojamiento, que fue en el camping de Sant Antoni. De esta primera estancia recuerda al propietario del negocio, con quien hizo amistad, y que le enseñó a brindar en catalán: «Salut, força en es canut, amor i pessetes!».

Después deambuló de alojamiento en alojamiento, hasta que logró cierta estabilidad al alquilar una habitación en una casa payesa. Sus caseras eran ibicencas y Qayum pronto se convirtió en uno más de la familia, hasta el punto de que lo adoptaron: «La abuela era muy mayor, la señora Maria, tenía 97 años, yo era un nieto para él», y señala la foto de las mujeres, que ocupa un lugar destacado en el comedor, como si fuera una presencia benefactora en el hogar: «Yo le cortaba las uñas, la acompañaba al médico. Era uno más».

La Ibiza de entonces

Durante los años que vivió en Ibiza, Qayum agotó su casi infinita capacidad de sorpresa. Así, recuerda su estupefacción cuando fue por primera vez a vender su artesanía a la playa de es Cavallet y se encontró a todo el mundo desnudo: «Me sorprendió y pregunté, ¿por qué están desnudos? Para ponerse morenos, me decían. Y dije bueno, me quité el bañador, me puse a vender y también se me puso el culo moreno», recuerda entre risas.

Qayum vendió en el puerto de Ibiza, en Cala Tarida y en Platges de Comte, también le invitaron a montar un puesto en la discoteca Ku, «nos buscaban para dar ambiente». Mientras pasa las páginas del álbum, recuerda que en la isla siempre había «muchas mujeres guapas» y que tuvo «novias de todos lados». Fueron los años del canto del cisne del estilo de vida hippy, que todavía pudo llegar a disfrutar en su plena esencia y en el que se hacía realidad aquello que cantaba Sisa de que ‘casa meva és casa vostra/si és que hi ha casa d’algú’.

«En cualquier sitio te abrían la puerta y eras uno más. Recuerdo que estaba en Portinatx y buscaba dónde dormir y me acogieron unos alemanes. Cuando volví unos días más tarde, la policía los había echado porque eran okupas. Estaba en la calle sin saber adonde ir y se me acercó un tipo y me dijo, ¿de dónde eres? Le dije que paquistaní, y él me habló en urdu. Resulta que era un catalán que había estado en Afganistán, que vivía en una casa con más gente y me invitó a que me uniera».

«En otra ocasión, conocí a un holandés. Fumamos un porro juntos, le caí bien y me regaló un barco. Me dijo, me vuelvo a Holanda, le digo al seguro que me lo han robado, cobro el seguro y tú te lo quedas. Y así fue, me instalé en aquel barco con mi novia», comenta el paquistaní.

Una atmósfera en el que todo el mundo compartía y ayudaba, y que poco a poco fue cambiando. A principios de los ochenta, el ambiente ya no era el mismo. Tampoco había tanta permisividad: «La Policía puso límites a la venta ambulante, las cosas empezaban a cambiar» La era hippy tocaba a su fin y, en 1983, Qayum puso rumbo a otros lugares en busca de nuevas aventuras.

Cuatro décadas más tarde, Qayum desgrana sus recuerdos en su aldea natal e intenta aplicar todo lo que aprendió en sus viajes: «Todo el mundo siempre me ha ayudado muchísimo, e intento hacer lo mismo». Así, siempre que puede echa una mano a los refugiados afganos que huyen de los talibanes y que se han instalado en Gilgit.

Todavía ahora, Qayum habla con nostalgia de la isla: «Fueron los mejores años de mi vida y he intentado crear en mi casa una pequeña Ibiza, un trocito de la isla en Pakistán» . Y, señalando a su particular ángel protector, comenta: «Siempre tengo esta foto de mi abuela ibicenca, para recordar que hay personas buenas en el mundo».

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