Cabalgatas de Puig d'en Valls y Jesús

Sus majestades también atraviesan estrecheces en Ibiza

Los reyes demuestran que son magos al conseguir atravesar sin percances algunas estrechas calles de Puig d’en Valls y lograr que, en cuestión de minutos, pasen de estar vacías a totalmente abarrotadas

José Miguel L. Romero

José Miguel L. Romero

La verdadera magia de los reyes de Oriente es conseguir que, en cuestión de cinco minutos, una calle de Puig d’en Valls o de Jesús pase de estar prácticamente vacía a estar abarrotada, que del silencio se pase al estruendo de los altavoces de las carrozas y que decenas de caramelos te golpeen en la cabeza como esquirlas de un obús. Ese es el verdadero milagro de la Navidad y se repite cada año (salvo en periodos pandémicos) cada mañana de Reyes en esos dos barrios.

Quizás habría que empezar a buscar nuevos términos para definir las actuales cabalgatas. Primero, ese, cabalgata: ni hay camellos ni hay caballos. Las carrozas (también vale lo dicho para este elemento) de ambas parroquias de Santa Eulària son arrastradas por todo terrenos Ford, Nissan y Mitsubishi. Ni siquiera tenían un pase cuando los tractores hacían esa labor.

Por cierto, si el conseller balear de Turismo, Iago Negueruela, ya impulsó hace un año el decreto por el que los hoteles debían ser más sostenibles y circulares (por ejemplo, retirando las calderas de gasoil y eliminando los amenities), ¡ay como se entere de que se emplean vehículos tan contaminantes en estos desfiles y, además, que se tiran (a veces con saña) caramelos envueltos en plásticos, muchos de los cuales quedan tirados en el asfalto con sus envoltorios (o solo estos).

Los tres Reyes Magos llenan Jesús de ilusión

José Miguel L. Romero

La cabalgata (sic) se hizo de rogar en Puig d’en Valls, quizás porque la primera parte del recorrido atravesaba el desangelado caos urbanístico de esa parroquia, por ejemplo la calle Sant Antoni, que a su escasa anchura se suman los coches aparcados en batería en el lateral izquierdo. De nuevo se obró allí la magia y los reyes pudieron atravesar aquellas estrecheces mientras saludaban (no se sabe bien a quién pues una veintena de metros más allá de Es Terç apenas había público) a la manera mecánica de la dancing queen Isabel II en ‘The Crown’.

Sin arañar coches ni quedar aprisionados (como el camión de la rave de La Peza) entre los vehículos y las viviendas (recuerden que por allí las aceras son tan abundantes como en Can Bonet), las cuatro carrozas (tres de ellas reales) desembocaron en el Camí Vell de Sant Mateu para, poco después, entrar triunfales en la calle Vicent Marí Mayans, esta sí, amplia y apta para estos menesteres, en la que no es necesario echar mano de la magia oriental para encoger los carros.

En ese proceso de carnavalización que está experimentando de unos años a esta parte este popular festejo cristiano, al frente iban unas cuarenta niñas del Club de Gimnasia Rítmica de Puig d’en Valls, que amenizaron el largo recorrido con sus piruetas, bailes y figuras (casi contorsionistas) al ritmo de ‘Carol of the bells’ (versión con violín de Lindsay Starling del score de ‘Solo en casa’). Fueron de las primeras en llegar al barrio. Ya a las 9 horas se preparaban y ensayaban en el pabellón polideportivo. Siguiendo a otras carrozas estaban los pequeños pajes reales, casi todos vecinos de la parroquia.

El portador del oro, eso sí, fue recibido por la chiquillada al desembarcar como si fuera Messi: todos querían hacerse un selfi con él, y él se prestaba con la misma sonrisa con la que lanzaba caramelos

Los reyes desembarcaron en la intersección con la calle Padre Bartolomé. El primero, Melchor, quien, por cierto, lanzaba los caramelos contra los asistentes como si fueran misiles Javelin, para luego mirarlos sonrientes. El portador del oro, eso sí, fue recibido por la chiquillada al desembarcar como si fuera Messi: todos querían hacerse un selfi con él, y él se prestaba con la misma sonrisa con la que lanzaba caramelos. Bendita inocencia la de los críos.

Como manda la tradición, el trío real entró en la iglesia mientras las veinte voces del coro interpretaban ‘Goigs de Nadal’. El párroco, Francey Gómez Salazar, aseguró que habían llegado «siguiendo la estrella», pero este diario pudo confirmar que utilizaron Google Maps.

«Ya vienen, ya vienen», gritaban eufóricos los fans de Messi y de Melchor cuando se corrió la voz de que salían del templo. El entusiasmo era, claro, interesado: en el pequeño auditorio de la plaza de la iglesia ya estaban colocadas, en el centro, las tres sillas de sus majestades, y a un lado, los regalos que iban a repartir, tras llamar uno a uno, a los niños.

Salieron volando entonces las carrozas hacia Jesús. Los reyes fueron capaces de desdoblarse para desfilar por la amplia calle principal (atrás quedaron las estrecheces de Puig d’en Valls), tirar con la misma energía los dulces (menos mal que no eran mandarinas, como en ese pueblo de Menorca donde decidieron que los caramelos son malos para la salud) y, en loor de multitudes, dirigirse a la iglesia con el retablo más bonito de Ibiza para proceder a la misma adoración de Jesús que en Puig d’en Valls. Poco antes, los fieles pudieron escuchar en ese templo las caramelles a cargo de la Esquadra de la Mare de Déu.

No acompañaron las carrozas los mismos pajes y gimnastas de Puig d’en Valls, que fueron relevados por otras bailarinas, por chicas con mantos blancos y coronas plateadas y niñas que portaban enormes piruletas. En breve vuelve a tocar Carnaval.

Los Reyes Magos visitan Puig d'en Valls

José Miguel L. Romero

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