El naufragio de Emilio Salgari

Salgari se suicida a los 48 años. Se degüella y se abre el vientre con una navaja de afeitar. A pesar de la fama que ya tiene, no puede más. Es víctima de una profunda depresión por sus desgracias familiares y por la explotación que sufre de sus editores que, enriqueciéndose a su costa, lo condenan a la penuria con un sueldo de miseria que apenas le permite mantener a su mujer y a sus cuatro hijos.    

Emilio Salgari

Emilio Salgari / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Salgari tiene oficio y puede ser un gran escritor, pero se queda en novelas de evasión porque las circunstancias le obligan a parir libros como gazapos alumbra una coneja. Dicho esto, a pesar de que los críticos cuestionan su calidad literaria, lo traemos aquí con sobrados motivos. Es cierto que Salgari no escribe como Gide o Flaubert, no es un estilista porque sus circunstancias lo impiden. Los contratos leoninos y mal pagados que tiene con sus cuatro editores, -Speirani de Turín, Dontah de Génova, Bemporad de Florencia y Treves de Milán-, le obligan a tener un ritmo de escritura endiablado y entregar tres novelas al año, sin tiempo siquiera para releerlas y corregirlas. Aún así, sus novelas tienen cualidades que no encontramos en escritores de mejor cartel. 

Sus textos están vivos, su ritmo es frenético y desbordan imaginación. Es como si el escritor estuviera, y nosotros con él, en cada una de sus enfebrecidas ficciones. Pero hay muchos otros motivos para hablar de Salgari. Pertenece a la fabulosa tribu de escritores como Verne, Conrad, Melville, Stevenson, Defoe, Twain, etc., que, mientras fuimos creciendo, nos hicieron soñar con lugares exóticos y aventuras sin cuento, novelas que, en un momento crucial de nuestra formación, nos permitieron dar el salto desde los tebeos a la literatura de más altos vuelos. Aunque sólo sea por eso, muchos de nosotros tenemos una deuda impagable con él, con sus prodigiosas historias de Sandokán y el Corsario Negro. Y diría más, todavía hoy, al releerlas, recuperamos la infancia perdida y, en cierta manera, volvemos a ser el niño que fuimos, aquel que, por las noches, cuando todos en nuestra casa dormían, en la cama y con una linterna, se internaba en la jungla y navegaba el Caribe con piratas amigos. 

Tengo también un motivo personal y anecdótico para hablar de Salgari. Mi cartago-filia me hizo pujar en una subasta de libros viejos por una de sus más raras y olvidadas novelas, ‘La destrucción de Cartago’, en una edición de más de cien años. La escribió el 1908, tres años de quitarse la vida. La singularidad del libro, que viene con preciosas ilustraciones de Della Valle, está en que se recuperó, como acredita un sello en su contracubierta, en la ‘Librería Española’ de Detroit (Michigan). La vieja y descuajeringada novela tiene curiosas anotaciones en los márgenes que haría algún otro lector. Por ella pagué, hace ya muchos años, trescientas pesetas. Pero vamos a lo que voy. 

Emilio Carlo Gioseppe Maria Salgari (Verona, 1862-Turín 1911) fue un prolífico escritor que se dedicó casi exclusivamente a las novelas de aventuras en lugares exóticos como Malasia, islas del Pacífico, las Antillas, las selvas indias, africanas y australianas, el desierto, el Far West americano, los mares árticos, etc. Lo sorprendente es que su único viaje fue el que hizo en un buque escuela por el mar Adriático cuando estudiaba en el Real Instituto Técnico Naval Paolo Sarpi de Venecia. Su secreto fue que, cuando no escribía, se documentaba en bibliotecas, sobre todo en la gran Biblioteca Central de Turín, donde obtenía fichas de náutica, botánica, antropología, exploraciones, etc., que luego disparaban su imaginación. Llegó a escribir ochenta y cuatro novelas y un número de cuentos imposible de determinar. 

En España -corrían los años 50-, publicaba sus relatos la editorial de Saturnino Calleja, en ocasiones en versión abreviada que venían en los mini-libros que se distribuían en el envoltorio de papel de plata de Chocolates Tárraga. También se publicaban en entregas semanales que los chicos coleccionábamos. Salieron varios ciclos de aquellas novelas en las que aparecen más de mil personajes. 

El ciclo que mejor recuerdo es el Indo-Malayo, con once novelas que se inspiran en la peripecias reales del español Carlos Domingo Antonio Genaro Cuarteroni, (Cádiz, 1816-1880), capitán de navío mercante en la carrera de Indias, pescador de perlas y carey, cartógrafo y aventurero abolicionista que en la ficción de Salgari es Sandokán, príncipe de Borneo desposeído de su trono por el colonialismo británico. Salgari publicó otros célebres ciclos como el del Caribe, con cinco novelas en las que nos hicimos amigos del Corsario Negro, el ciclo de las Bermudas, el del Far West, el de las Aventuras de la India, etc. Paradójicamente, Salgari vivió siempre en la penuria. Con las 4.000 liras anuales que le pagan, a duras penas puede sostener a su familia con cuatro hijos a pesar de que, paradójicamente, su fama es enorme. De algunas novelas se hicieron tirajes de cien mil ejemplares. En nuestro país tuvo mucha venta a mediados del siglo pasado. La RAI hizo una serie de TV y se han hecho con sus textos 37 películas. Existe, incluso, un asteroide que lleva su nombre, el 27094/Salgari . 

El dramático final

Dicho todo esto, ¿cómo se explica el dramático final de Salgari? Vive casi en la miseria a pesar de su trabajo febril y sus desgracias familiares se suceden. Su padre, Omar Salgari se suicida. Su mujer fallece ingresada en un manicomio. De sus cuatro hijos, se suicidan Romero y Omar, Nadir fallece en un accidente y Fátima de tuberculosis. Salgari está derrotado, le falla la vista y la memoria, sufre insomnio, cansancio crónico y depresión. “Mañana no viviré’ escribe el 24 de abril de 1911 en sus ‘Memorias’. Acto seguido, deja cartas de despedida para su familia y para la prensa. En una tercera nota que dirige a sus editores, les reprocha que se hayan enriquecido a su costa y les ruega, como compensación, que paguen su entierro. En la tarde de aquel mismo día, sale de su casa con una idea fija. Lleva una navaja de afeitar en el bolsillo. Al día siguiente, 25 de abril, Luigía Quirico, un labrador que cortaba leña en un barranco del valle de San Martino, en las afueras de Turín, donde vivía el escritor, encuentra el cadáver de Salgari en un charco de sangre. Tiene todavía la navaja en la mano, la garganta seccionada y el vientre desgarrado.