Doris Lessing, ácrata y resistente

Lessing nos deja en su obra un formidable alegato, pero no tiene la atención que merece. Ni siquiera la ha tenido después del Nobel

Doris Lessing

Doris Lessing / Anita Schiffer

Mi primera lectura de Doris Lessing fue tardía, en 1983. El 23 de abril de aquel año estuvo en Barcelona para presentar ‘La ciudad de las cuatro puertas’, que hacía pocos días había publicado Argos Vergara, una novela extraña, visionaria, casi de ciencia ficción, posiblemente la mejor de la autora. ‘The New York Times’ la calificó ‘espeluznante’. La obra tiene un especial interés porque cierra el ciclo de ‘Los Hijos de la Violencia’, (‘Martha Quest’, ‘Un casamiento convencional’, ‘Al final de la tormenta’ y ’Cerco de tierra’). La única novela que yo conocía en aquel momento de Lessing era la que se tenía por más emblemática y conocida, ‘El Cuaderno Dorado’ , Premio Medicis 1976. Recuerdo que, tras varios intentos, no había conseguido leerla. Me desanimaban sus más de 600 páginas en una letra liliputiense, su densidad y que se la tuviera como un hito de la literatura feminista, cosa que, me consta, incomodaba a la autora. Lessing estaba especialmente molesta de la lectura meramente feminista que se hacía de su literatura. Se negaba a ser un fetiche del feminismo. De aquí las preguntas que se hace en las últimas ediciones de ‘El cuaderno dorado’: «¿Qué ve la gente cuando lee un libro? ¿Por qué hay quien ve determinados aspectos y nada en absoluto de otros? ¿Cómo es posible que el autor tenga una visión meridianamente clara de su libro y sea tan distinta la que tienen del mismo sus lectores?». En la conferencia que dio en Barcelona comentó que en el lector pesa demasiado lo que piensa y lo que busca, de manera que la realidad –comentó con una frase muy nuestra- es la del color del cristal con el que mira. Comentó, también, que muchos lectores han convertido sus novelas en armas arrojadizas, cosa que rechazaba: «Y de las feministas –afirmó vehemente- me disgustan sus voces chillonas. Mis obras no son un toque de clarín en pro de la liberación de la mujer. Incluso los críticos han limitado mis novelas a una estúpida guerra de sexos. Pocos se percatan de que su tema central es el fracaso de una civilización, la crisis de una sociedad en la que las fórmulas y patrones que habían servido para sobrevivir se desvanecen».

Aquellas aclaraciones me vinieron bien para la lectura que después hice de ‘La ciudad de las cuatro puertas’. Porque, efectivamente, lo que realmente advierte y denuncia la novela, en frase de Spengler, es la decadencia de Occidente, el desbarajuste de un mundo desnortado. No conviene olvidar que Lessing sitúa sus relatos en un contexto de extrema desorientación y fragilidad, guerra fría entre los grandes bloques, armas atómicas que son una amenaza cierta de conflagración, una alarmante pérdida de valores, etc. Desde tal contexto, Lessing nos proyecta y sitúa en un futuro que adivina incierto. Y lo que hay en sus textos es una crítica demoledora y despiadada de un mundo en declive. Lessing arremete contra la corrupción, la estupidez y los abusos, contra una sociedad adocenada, contra los tópicos y ritos absurdos de la vida diaria y, por supuesto, también contra el papel secundario que tiene la mujer. 

Obstinada y salvaje

La experiencia vital hace de Lessing una mujer resistente, escéptica, rebelde, ácrata, enterca, apasionada y visionaria. Nace en la antigua Persia (1919) y crece, obstinada y algo salvaje, en una granja aislada en la antigua colonia británica de Rodesia, hoy Zimbabue. Es una atmósfera opresiva que no soporta. A los 14 años se marcha de casa, contrae matrimonio a los 18 y no tarda en separarse. Es inconformista y vive deprisa. Se enfrenta al régimen colonial, se afilia al partido comunista, pocos años después abandona su militancia desencantada y denuncia el comunismo, las purgas estalinistas, los procesos de Praga, la caza de brujas del macartismo, la segregación social y el racismo. Sus actitudes, inconvenientes para unos y otros, antítesis de lo políticamente correcto, hacen que desde todos lo vientos reciba palos. Y con los años no cambia. Recuerdo los significativos detalles que recoge Rosa Montero cuando la visita en Londres. Lessing tiene ya 78 años, pero como si no los tuviera, vive a su aire: «La sala de su casa –escribe Montero- apenas tiene muebles, unas alfombras persas raídas y varios cojines viejos por los suelos, como en el piso de un hippy o de un okupa. En una esquina, una gran mesa de madera está cubierta de libros y papeles; veo un diccionario ruso abierto y un ejemplar en inglés de ‘Fortunta y Jacinta’. No hay sillas a la vista, el sofá en el que nos encontramos, con las patas serradas queda exageradamente bajo y ella insiste en sentarse en el suelo. Al levantarse, se apoya en las rodillas y gruñe. ¡Esto es la vejez, la dificultad para levantarse!». 

Lessing ha sido una luchadora impenitente y nos deja en su obra un formidable alegato, pero no tiene la atención que merece. Ni siquiera la ha tenido después de que le concedieran el Nobel de Literatura 2007. Sigue siendo una autora más citada que leída y, en todo caso, seguida por un público mayoritariamente femenino. Cabe decir que su obra, dura y descorazonadora, deja un regusto amargo. Es, como comenta Vargas Llosa, un novelar sobre las ilusiones perdidas de quien soñó que la sociedad que vivió la Gran Guerra se levantaría y regeneraría. La obra de Lessing no disimula su decepción, es el relato de un sueño roto. Pero tal vez por eso conviene leerla, porque no nos ofrece un producto complaciente, porque no escribe para entretener y porque su sincero compromiso la hace distinta de los productos de consumo acríticos que nos inundan, lejos de la banalización que nos devora. Lúcida, sincera y visionaria, Lessing va mucho más allá de las reivindicaciones feministas y su calidad literaria trasciende cualquier intento reduccionista. Su mensaje pone al individuo por encima de la sociedad y la libertad como el bien más preciado que cabe defender con uñas y diente. La obra de Lessing tiene que ver, en definitiva, con la resistencia humana y viene a decirnos que, a pesar de todo, todavía estamos a tiempo.