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Steinbeck, literatura cinematográfica

literatura cinematográfica

literatura cinematográfica / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Con la única excepción de Agatha Christie que se repite hasta el aburrimiento con aquello de planteamiento (crimen) nudo (investigación) y desenlace (identificación del asesino), no creo que exista un ejemplo más exitoso de literatura visual que John Steinbeck, Nobel de Literatura 1962, premio al que también se presentaron Robert Graves, Jean Anouilh y Lawrence Durrell. De Steinbeck pasan a la pantalla, una tras otra, ‘Las uvas de la ira’ (1940), dirigida por John Ford, con John Carradine y Henry Fonda; ‘La vida es así’ (1942), dirigida por Victor Fleming, con Spencer Tracy; ‘La luna se ha puesto’ (1943) de Irving Pichel, con Henry Travers y Peter van Eyck; ‘La perla’ (1947), dirigida por Emilio Fernández, con Pedro Armendáriz; ‘Al este del Edén’ (1955) de Elia Kazan, protagonizada por James Dean; ‘De ratones y hombres’ (1992), dirigida por Gary Sinise, con John Malkovich, etc. Y por si fuera poco, Steinbeck colabora con Hollywood en varias películas como guionista, entre otras, ‘Lifeboat’, dirigida por Hichcock, titulada ‘Náufragos’ en España, y la celebrada ‘¡Viva Zapata!’, dirigida por Elia Kazan y proganizada por Marlon Brando y Anthony Quinn.

Aunque hoy las ventas anuales de sus libros, traducidos a más de 30 idiomas, superan los 3 millones de ejemplares, Steinbeck tuvo un éxito tardío y fue un autor controvertido y criticado. Harold Bloom ni tan siquiera lo cita en su ‘Canon Occidental’, calificándolo de escritor menor, una estupidez. John Steinbek pertenece a la llamada ‘generación perdida’, grupo de autores norteamericanos entre los que tenemos a Faulkner, Dos Passos, Hemingway, Scott Fitzgerald, Ezra Pound y Gertrude Stein. Desencantados todos ellos por las circunstancias que había dejado la Primera Guerra Mundial y por la Gran Depresión de 1929, optan por la vida noctámbula y bohemia, por el jazz, el alcohol, el baile, la vida aventurera y el radicalismo político. No olvidemos que, a pesar de los pesares, corrían los disipados y locos años veinte.

John Steinbeck (1902-1968) nace un pequeño pueblo fronterizo del Valle de Salinas (Monterrey, California), en una familia de clase media acomodada, y de su madre, maestra, le viene su impenitente afición a la lectura. El contexto en el que vive le exaspera, terratenientes agrarios y grandes empresas conserveras que explotan a los trabajadores, la mayoría de ellos migrantes mexicanos. Steinbeck deja de lado los sueños que para él tiene su familia y, sin acabar sus estudios, trabaja de albañil, empleado de tienda y jornalero en granjas de remolacha.

Son experiencias que le proporcionan material para sus obras en las que hace una descarnada y crítica radiografía de la sociedad estadounidense, de su desaforado capitalismo y de las clases pudientes y conservadoras que le acusan de perturbador social y filocomunista, amenazando incluso su vida: «‘Las uvas de la’ ira me crea problemas –escribe-, los insultos de los terratenientes y los banqueros son cada vez más graves y empiezan a asustarme». A los ojos de la prensa es un traidor y un proscrito, se queman sus libros en la calle y se prohíben en las escuelas y bibliotecas. Cabe decir -¡paradojas de la vida!- que a partir del momento en que le conceden en Nobel, dejan de importunarle y pasa en pocos años del rechazo al reconocimiento. Su casa es un museo que hoy visitan más de cien mil personas al año y en Monterrey están encantados. Existe, incluso, una ruta Steinbeck para turistas.

Su escritura es eficaz, sencilla, directa y de gran plasticidad; muy próxima a la crónica y al periodismo, con retratos casi fotográficos y con una gran carga emotiva que atrapa al lector. Su prosa, que podríamos calificar de realismo naturalista, tiene un poderoso componente alegórico y humanista, siempre a favor de los más desfavorecidos. En todas sus novelas son temas recurrentes la codicia, la envidia, la rapacidad, la violencia y la crueldad, pero su escritura no está exenta de ternura y lirismo. Y si en la forma puede recordarnos a Hemingway, -nada extraño, porque como él ejerce el periodismo y es corresponsal de Guerra-, en sus argumentos se alternan, con un toque de mito y tragedia clásica, la bondad y la maldad humanas. Y el libre albedrío no escapa de una cierta predestinación al Mal –algo, por cierto, muy calderoniano-, que nos hace pensar en la América profunda de su admirado Faulkner.

Supuesta ambivalencia

Un aspecto del conjunto de su obra en el que conviene incidir porque es una lectura reiterada que le ha hecho la Crítica y creo equivocada, es la supuesta ambivalencia y contradicción que se ha querido ver al comparar dos de sus principales obras. Se tacha de idealista y utópica ‘Se ha puesto la luna’, mientras que se califica ‘La Perla’ de fatídica, sin salida y desesperanzada. En la primera, un pequeño pueblo es invadido con el objetivo de saquearlo y someter a sus habitantes que, lejos de resignarse, se rebelan y luchan por su libertad. En ‘La Perla’, en cambio, una familia humilde, iletrada y desgraciada, a pesar de tener un golpe de suerte que puede salvar a su hijo enfermo y sacarles de la pobreza, ven empeorar su situación por la envidia, la codicia y el poder social-cultural dominante, situación que les lleva a resignarse y aceptar su fracaso como un fatum con el que no pueden o no saben enfrentarse. No tienen un conocimiento que puedan ejercer como poder y en su desvalimiento aceptan su situación marginal. La desigualdad social se plantearía aquí como inevitable, como la condena insalvable que tienen los más desfavorecidos. En mi opinión, no existe el antagonismo argumental que se quiere ver.

Si relacionamos las dos novelas, lo que Steinbeck hace es presentar la cara y la cruz de la realidad, la dialéctica que existe entre el Bien y el Mal, entre el débil y el poderoso, entre la impotencia y el poder, entre la ignorancia y el saber, entre la utopía como posibilidad y la realidad como condena. Un relato funciona como contrapeso del otro. Visto así, más que lecturas opuestas, son complementarias.

Explican la realidad como es, con sus luces y sus sombras.

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