Arte&letras

Natalia Ginzburg. El poder de emocionar.

Lumen recupera ‘Todos nuestros ayeres’, uno de los grandes relatos de Ginzburg, junto con ‘Léxico familiar’, donde ilumina con emoción la realidad social de los desastres de la guerra mundial

Natalia Ginzburg

Natalia Ginzburg / Javier García Recio

Javier García Recio

La memoria, el recuerdo incrustado en los pliegues y la retina del tiempo sirven a Natalia Ginzburg para dejarnos una obra narrativa modélica y esencial para entender los años que dinamitaron y cambiaron para siempre el siglo XX y para subrayar el poder de una obra literaria memorable.

Y si monumental es su ‘Léxico familiar’, donde en tono memorialista nos cuenta la pequeña historia de su familia, los Levi, en los tiempos difíciles de la Italia fascista de Mussolini, hay que darle una significación similar a ‘Todos nuestros ayeres’, que suponen la consumación de la madurez artística de Ginzburg. Como la anterior, ‘Todos nuestros ayeres’, acaba de ser recuperada por la editorial Lumen, con la ya famosa traducción de Carmen Martín Gaite y el añadido de un hermoso prólogo de la escritora irlandesa Sally Rooney, que descubrió a Ginzburg hace unos pocos años y subraya con acierto como «el gran poder emocional de esta novela proviene de la profundidad y autenticidad de cada uno de sus personajes».

Escrita y publicada en 1952, ‘Todos nuestros ayeres’ es una saga familiar que narra una década en la historia de dos familia burguesas que viven en una ciudad cercana a Turín. Son dos familias unidas por lazos de afecto y amistad, que entrelazan sus acontecimientos cotidianos. Una es la de un viudo con cuatro hijos, Ippolito, Giustino, Consenttina y Anna, con María la ama de llaves y «en la casa de enfrente» la familia de un industrial dueño de una fábrica de jabones, «gente de mucho, pero que muchísimo, dinero».

La Segunda Guerra Mundial

La novela comienza a mediados de los años treinta, cuando el fascismo está firmemente en el poder y disfruta del apoyo de la mayoría de la población italiana, y se cierra alrededor de diez años más tarde, en las semanas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de Italia.

La existencia burguesa, acomodada y soñolienta de los personajes, los juegos de los más pequeños, los amores incipientes de los hijos adolescentes y la mayor parte de esa vida cotidiana e indiferente es barrida por la avalancha de nuevos sentimientos y sucesos, madurados en el doloroso recuerdo de los muertos y del sufrimiento de la guerra que estalló al poco y acabó con la vida existente hasta entonces. La guerra transforma entonces el mundo interior de los protagonistas, a través de una toma de conciencia lenta y progresiva del dolor y el sufrimiento humanos. En este mundo conmocionado y violentado por la guerra, que ha hecho florecer los más elementales miedos y desnudar los problemas existenciales, Ginzburg vuelve a proponer el valor de la dignidad humana, más allá de las más terribles experiencias de muerte, en personajes como el marido de Anna, el antifascista Cenzo Rena, que muere tiroteado por los alemanes, junto a su amigo judío Franz, en la plaza de su pueblo al intentar salvar a unos campesinos.

La historia de estos diez años se divide en dos partes. La primer, ambientada en el pequeño pueblo del norte que cubre los cinco primeros años a partir de 1935 desde la entrada de Italia en la guerra en 1940. En la segunda parte, la historia sigue al personaje central de la historia, Anna, que se acaba de casar con el amigo de su padre, Cenzo Rena, y se va a vivir a un pueblo en el Sur .La novela se cierra con el final de la guerra y el regreso de Anna y su hija Silvana a su pueblo en el norte.

La perspectiva dominante del gran relato de Ginzburg es sin duda el personaje de Anna, que sirve para mantener la unión de las dos familias. Su retrato inicial de una niña ingenua y apática, se va transformando a media que los sucesos le van marcando para concentrar en ella el descontento y la angustia de toda una generación, que escondía sus sinsabores en la resignación y la soledad.

Su estructura narrativa es original y genial. Es esa técnica narrativa la que da sus frutos y hace que la inteligencia emocional sea fundamental para entender la escritura de Ginzburg, es decir, la forma en que se cuenta la historia.

Identificación

Una forma que alimenta el sentido emocional de los lectores que se ven impulsados a identificarse empáticamente con diferentes personajes y en distintos momentos de la narración. Es ese poder de emocionar, de conmover, de contar la historia con elementos que llevan a vibrar al lector, lo que hace grande, muy grande a Natalia Ginzburg. Ella deja trabajar a la memoria, y dota al relato de un lenguaje de tono intimista en el que el lector se ve atrapado por esa manera de narrar tan característica, por el distanciamiento y, al mismo tiempo, la complicidad que se produce de la manera más natural y sencilla, que es todo un arte, pues en Ginzburg las palabras siempre parecen más importantes y verdaderas que los hechos.

La magia que destapa Natalia Ginzburg y que permite que al leer ‘Todos nuestros ayeres’ el lector no se vea excluido de un grupo familiar al que no pertenece. La memoria, como señalábamos al principio de esta reseña, es una perenne fuente de inspiración de las obras de Natalia Ginzburg.

‘Todos nuestros ayeres’ es junto con ‘Léxico familiar’ la novela más lograda de Ginzburg, sin duda las que mejor iluminan la realidad histórica y social de la última guerra, cuando cada cual tomaba la elección que podía, no la que hubiese querido. Con una escritura rica y llena de sentimientos y siempre admirablemente clara, Ginzburg nos brinda el detalle vivo de los años que cambiaron para siempre a Italia y a Europa, construyendo personajes arquetípicos que fácilmente se cuelan en nuestras vidas y quedan como amigos en la memoria: a veces trágicos, a veces heroico, pero siempre reales.

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