Entrevista | Álvaro Pombo Escritor

Álvaro Pombo: «En lugar de un padre nuestro he escrito una novela»

Álvaro Pombo en su piso 
de Madrid. ALBA VIGARAY | ALBA VIGARAY

Álvaro Pombo en su piso de Madrid. ALBA VIGARAY | ALBA VIGARAY / Juan Cruz

Juan Cruz

En este piso alto de un barrio castizo de Madrid, Álvaro Pombo, de 83 años, poeta y novelista, académico de la RAE, ha escrito una novela que tiene que ver con dos miembros de su familia que se vieron envueltos en el horror de la Guerra Civil. Santander, 1936 (Anagrama, donde publicó todos sus libros hasta hace unos años, y adonde regresa) evoca un título de Cela (San Camilo 1936), pero cualquier parecido habría que limitarlo al guarismo. Escrito con una paciencia que discute el carácter entusiasta que en épocas distinguió a Pombo, refleja como un dolor y como un desperdicio de una época en la que parecía que iban a ocurrir cosas interesantes. Hasta que empezaron las trompadas y luego se mezclaron la dialéctica de los puños y las pistolas de Primo de Rivera con la aspiración de Azaña. Esta entrevista se realizó en la geografía doméstica de este Álvaro Pombo de hoy, más lúcido y tranquilo que nunca, en paz con el tiempo. El libro es de una pausa envolvente, como si el tiempo de entonces fuera el de las páginas, entre la incredulidad de la paz y el horror de la guerra. En la conversación, junto al lugar donde se esparcen libros como en un rincón descrito por Baroja o Dickens, Pombo acaricia el silencio para dejar que el interlocutor (y el lector) complete sus opiniones sobre una historia que hoy, aún, tiene sus rescoldos de furia y de ruido.

«En lugar de un padre nuestro he escrito una novela»

«En lugar de un padre nuestro he escrito una novela» / Juan Cruz

¿No tiene la sensación de que este es un libro que tiene que ver con este momento de la vida española y de la vida europea?

Sí, y esa misma sensación ha tenido mi ayudante, Ignacio Laguna, que dice que hay una gran relación entre el 36 y este momento. Pero yo no he tenido esa sensación. Yo estaba embebido completamente en el 36. Puede parecerse al 36, tal vez, pero yo no he tratado esa conexión.

Lo que pasa es que hoy hay invocaciones del fascismo, del comunismo y de otros ismos que en aquella época eran peligrosas.

Pues fíjese que acaba de salir un libro sobre Alfonso XIII, que se llama El rey patriota, de Javier Moreno Luzón. En nombre del patriotismo se han hecho cosas terribles, esperamos que no vuelva a ocurrir ahora. Porque ahora el patriotismo es triple: patriotismo catalán, patriotismo vasco, patriotismo castellano. Esto está que arde.

Su abuelo tenía miedo ante cosas así.

Tenía miedo por su hijo. ¡Uy, el gato! Espere, ahora le sigo contestando. Es que quiero que se esté quieto, porque, si no, se me va. Mi abuelo tenía miedo por Alvarín, que representa a un héroe a la fuerza. Es un chico reflexivo de Santander con problemas de política. Pero tiene claro que ha de seguir los postulados de Primo de Rivera y lo cogen en una redada y estuvo cinco meses preso en un barco. Un barco que luego bombardearon. Era un barco mercante que estaba un poquitín arrumbado, porque gastaba mucho carbón, pero luego metieron allí a gente, falangistas encarcelados. Fue en diciembre de 1936. Al barco, lleno de gente, lo ametrallaron. Y… eso se ha quedado en mi memoria toda la vida. A los muertos los enterraron en una fosa común y luego los republicanos los trasladaron a una cripta. Y ahí fui yo a rezarles un padrenuestro. Así que Alvarín es un héroe sin ganas. Quería ser marino mercante y navegar por la bahía. No era fogoso. Había aprendido boxeo en Francia. Tenía miedo de la ternura y era gafoso, llevaba gafas, porque era corto de vista. Pero bueno, yo creo que el ataque al barco fue una venganza. Como en Gernica: un ataque a los civiles para atemorizar a la población entera. De niño iba a su tumba, a rezarla un padrenuestro. Ahora, en lugar de un padrenuestro he escrito una novela.

Como ahora hace Rusia hace con Ucrania.

Sí. Porque bombardea civiles. ¡Qué horror! Bueno: el barco tenía un capitán que hablaba con los falangistas y con los anarquistas y no pudo contener a la gente armada y hubo una masacre.

¿Cómo se ha sentido al recuperar esa historia?

Pues… de joven, Alvarín me parecía una figura heroica. Porque dio la cara. Mi abuelo era un liberal que apoyaba a Azaña y a la República. Era un hombre laico, porque pensaba que la religión era el origen de todos los males. Quería la democracia que proponía Azaña: un gobierno sensato para todos los españoles. Pero no se pudo. Pero esta no es una novela nostálgica. Es una novela en la que prima el interés por hacer una historia con detalles, o por hacer una microhistoria.

¿Qué parangón vería hoy con la Falange Española, qué queda en la memoria de la gente?

Yo no veo parangón con Falange Española. Porque la Falange se distorsionó con Franco. Él destrozo el ideario de la Falange, lo convirtió en trasnochado. Y hoy… hoy no hay falangistas auténticos.

Alvarín le tiene miedo a la Falange y a las pistolas.

A la dialéctica y a las pistolas y al totalitarismo. Es un republicano. Cree en las elecciones. Había pistoleros falangistas que mataban a muchos. A los periodistas, por ejemplo. A Álvaro le costaba mucho aceptar esas cosas.

También le cuesta aceptar la exigencia de virilidad exacerbada, ¿no?

Sí, sí. Es un chico y siempre le dicen que no puede ser afeminado, que tiene que seguir el estilo militar, y eso incluye la virilidad.

¿Qué ha aprendido de su familia y de la época escribiendo este libro?

Uy, tocan a la puerta… En cuanto a ese aprendizaje, es que soy muy escéptico. Nuestros padres nos cuentan cosas y… uno duda y averigua. No sé qué decirle. Ahora veo banderas, vuelven los recuerdos. Los recuerdos patrióticos. Son difusos en sí mismos, pero… ahí están.

¿Qué ha aprendido haciendo este libro?

Que los Pombo fueron una familia del siglo XIX, llena de romanticismo. Pero… mi familia es, sobre todo, mi madre. Yo soy una persona poco familiar. No voy a reuniones familiares, a esas comidas donde hay mínimo doce personas y niños y todo mundo… yo no tengo ese sentido de la familia, ¿sabe? Sé que pertenezco a una familia, pero… no en el sentido canario, por ejemplo. Como usted, seguramente. Con los cuñados, los primos… que todo mundo se cuenta sus cosas y eso.

Sin embargo, a los 83 años, ha querido saber de su familia.

Bueno, sobre aquellos que murieron antes de que yo naciera, sobre todo.

¿Qué sensación le produce el padre y el hijo de esa familia que retrata en el libro?

Una buena sensación. Porque yo no he tenido problemas serios familiares. Me he llevado bien con mis padres.

¿Y con Cayo y Alvarín?

Ellos fallecieron antes de que los conociera bien. Yo nací y mi abuelo se murió. Tenía cincuenta y tantos años, no creas que era muy viejo. Bueno… los dos tenían un punto decimonónico, según sus fotos. Pero… yo no los recuerdo.

José Antonio, Azaña y Franco marcan la vida de estos dos.

José Antonio y Azaña sí. Pero Franco no.

¿Qué le inspira hoy la figura de José Antonio?

Yo sigo leyéndole con entusiasmo. Pero tenía un culto a la violencia que… era complicado.

¿Y Azaña?

Azaña… yo no sé si hubiera congeniado con Azaña, no lo sé. Jiménez Losantos ha hecho un muy buen libro sobre él. Se detiene mucho en cuando cruza la frontera y tal.

Dice: «Los Pombo somos mala yerba».

Sí, y tampoco tenemos gracia. Somos unos nuevos ricos, unos arribistas. Don Juan Pombo, el fundador, el patriarca, era de armas tomar y… para eso hay que ser un poco mala yerba.

Pero usted no es mala yerba.

Supongo que no. No. Pero… la mala yerba nunca muere. ¡Y aquí sigo, jajajaja!

Alvarín y su padre tienen mucha melancolía.

Sí. Con conciencia de que aquello no podía salir bien y de que se perdían el uno al otro. Ahora, Ian Gibson tiene tres libros sobre José Antonio y habla sobre la violencia, aquella violencia… Ahora hay violencia todos los días en el Parlamento. Tengo la impresión de que la violencia de Podemos y sus chicas, pues… es más verbal, no física. Pero son muy agresivos. La izquierda y la derecha también.

¿Y eso le asusta?

No, asustarme no. Estamos en Europa, en un mundo globalizado y en este ambiente una situación bélica sería inverosímil. La violencia hoy es verbal. Y entre el dicho y el hecho hay un trecho. En el 36 había pistolas.

Como con las que mataron a Lorca. Su libro se refiere a aquel drama.

Dolorosamente, sí. Pero ya Lorca presentía la muerte. Y… en aquella época había gente que veía en la muerte un acto de servicio. No sé si él estaba de acuerdo con eso, pero muchos sí. Había una especie de gallardía en eso. Sobre todo, para quien estaba preso.

Aquí, en este libro, hay muchas cartas que se intercambian sus parientes, la esposa de su abuelo, que vive en Francia, separada, y entre Alvarín y don Cayo. ¿Son suyas o son inventadas?

Inventadas. Bueno: son mías inventadas a partir de cartas de mi abuela. Es que era una época muy de cartearse. La gente contaba todo lo que hacía, el ambiente y tal. Yo escribí muchas cartas, y ya no se escriben cartas.

¿Le costó mucho escribir este libro?

Un año y pico. A mí la vejez me ha machacado, ahora sólo peso 54 kilos, pero también me ha quitado telarañas mentales y escribo con gusto.

¿Qué telarañas le ha quitado?

La vanidad de preocuparme por hacer bolos o no hacer bolos. Yo hice mucho activismo con Rosa Díez, pero… la política, pues, qué debo decirle… Mira: Rosa quería ser presidenta y ya ves. Rivera también y se fue al carajo por su propia culpa y descompuso el partido de golpe y porrazo. Porque quería ser presidente. Entonces se me quitó eso de estar en política, se me quitó el miedo al fracaso y… yo qué sé. Tengo una vida llevadera, muy monástica, muy encerrado en casa, dicto las cosas… El amor y el sexo ya se me han olvidado. O los tengo en suspensión, jajajaja.

Cuando habla en el libro de que están unos contra otros fue cuando sentí que estaba hablando de la España actual refiriéndose al 36 de Santander.

Pues… sí. La de antes y la de hoy. Hay quien piensa que tiene toda la razón y otro que no la tiene y así se les va la vida. ¿Usted cree que Feijoó escucha lo que dice Sánchez? ¿Y al revés? Todo es la charlatanería y el jaleo.

De hecho, Cayo le dice a Alvarín: «La Republica necesitaba conversación política y no confrontación política».

Sí, sí. Azaña pensaba eso. Azaña tenía una visión ateneísta de la República. Pero parece que no se podía hacer eso en España, ya lo ve.

Dices que su abuelo sentía odio contra la Guerra Civil.

Sí. Porque fue una especie de chicle, de cosa viscosa que no se va de las manos. Franco ganó la guerra, ganaron los nacionales, en parte porque estaban mejor organizados militarmente y en parte porque Azaña no se tomó muy en serio el alzamiento nacional. No sofocaron bien la rebelión de Asturias y luego vino lo que vino. Es como ahora: Sánchez no se toma muy en serio a Feijoó, a ver si no resulta que le gana. Por poco, por pocos votos, pero le puede ganar. Está a tiempo. Y… oiga: no es justo que no se reconozca la legitimidad de Sánchez. Habrá a quien no le parezca esto o lo otro, pero él tiene la legitimidad de las urnas y del Parlamento. Es el presidente del Gobierno.

¿Es legítimo que el lector de este libro sienta que la Falange se parece a este Vox actual?

Yo no acabo de ver del todo a Vox. Abascal fue pepero muchos años y eso marca. Y no tiene ideas nuevas, realmente. Uno piensa en José Antonio, que era un escritor, gente con ideas y… luego ves a estos y… no, no, no hay parecido.

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