Arte&letras

La narrativa pombiana

Toda novela de Pombo es un lugar de exploración y reflexión. Y gran fabulador, nos deja una sorprendente galería de retratos y un impagable registro de voces

Álvaro Pombo.  alberto estévez/Efe

Álvaro Pombo. alberto estévez/Efe / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

«Escribir es reflexionar y reflexionar encabrona mucho». Álvaro Pombo

Mi primera y tardía lectura de Álvaro Pombo la hice en 1992 y no fue en su narrativa que entonces ya había levantado el vuelo con ‘El héroe de las mansardas del Mansard’, Premio Herralde de Novela 1983 y ‘El metro de platino iridiado’, Premio Nacional de la Crítica, 1990, obras que nos daban una de las prosas más interesantes de la narrativa española. Conocí a Pombo a través de su poesía en ‘Protocolos para la rehabilitación del firmamento’ que, autorreferencial sin disimulos, me llevó a su biografía, tan singular o más que su escritura. Álvaro Pombo (Santander, 1939), nace en el seno de una familia cántabra de abolengo, hijo de Cayo Pombo Ibarra y de Pilar García de los Ríos, y nieto de Juan Pombo Conejo, marqués de Pombo y de la beata Rafaela Ybarra de Vilallonga. Toda una estirpe. El chico, sin embargo, no está para lo que le pide la familia y va a su aire: «Mientras suspendía casi todas las asignaturas que no recuperaba en los exámenes de septiembre, escribía mis primero poemas y artículos para la revista de los escolapios. Visto lo visto, mis progenitores me enviaron interno a los jesuitas, gente muy seria. El caso es que salí escritor y homosexual, por cierto, fuera del armario desde que recuerdo». No fue, sin embargo, este peculiar arranque lo que me sorprendió de Pombo, fueron sus primeros años en Londres, ya treintañero, como telefonista del Urquijo, banco mercantil español asentado en la City, donde, con una máquina de escribir que le dejan, en sus horas libres, crea los versos de ‘Protocolos y Variaciones’, amén de los cuentos que verán la luz en ‘Relatos sobre la falta de sustancia’. Embarazado siempre de escritura, Pombo no deja de parir títulos, ‘Aparición del eterno femenino contada por S. M. el Rey’ (1993), ‘Donde las mujeres’ (1996), ‘La cuadratura del círculo’ (1999), ‘El cielo raso’ (2001), ‘Contra natura’ (2005), ‘La fortuna de Matilde Turpín’ (2006), ‘El temblor del héroe’ (2012), ‘La casa del reloj’ (2016), etc. Le ayudan los apoyos de Aranguren, Benet, Rosa Regás, Martín Gaite, Herralde y las buenas críticas en la prensa de Masoliver y Conte. Pombo acumula reconocimientos. Premio Herralde, El bardo, Nacional de la Crítica, Nacional de Narrativa, Premio Fastenraht de la RAE, el Nadal, el Planeta, etc. Y desde 2004 es miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón que a su muerte deja Laín Entralgo.

Al revisar estos días algunos textos de Pombo para preparar estas notas, me pregunto qué tiene de particular su prosa. Por fortuna y en términos generales, es fácil detectar algunos aspectos de su escritura que en las lecturas que se han hecho de él son lugares comunes. Por encima de cualquier otra consideración, en sus obras domina siempre la reflexión moral, el darle vueltas a la banalidad del Mal y la fragilidad del Bien. Con una visión un tanto desesperanzada de la condición humana en sus primeros trabajos y más abierta y optimista en sus últimas entregas, en las que trata de reconciliarse consigo mismo, con todo y con todos. Pombo es, por otra parte, un analista crítico de extremada finura cuando escruta las entretelas del ser humano y, por supuesto, en el análisis que hace de la sociedad, particularmente de una burguesía acomodada en descomposición. Algunos críticos dicen que su obra es intelectual y filosófica, cosa que me parece exagerada. Ocurre que Pombo es buen observador, analiza lo que vive y lo que ve, lo reflexiona y lo vuelca en su escritura.

Tono existencialista

Otra constante pombiana es el tono existencialista de sus relatos a partir de una vivencia que trasciende hasta arañar el absurdo de la existencia que él llama ‘misterio’. Lo local en Pombo se hace universal, lo circunstancial es sustantivo y sus temas son las intersubjetividad, la soledad, los sentimientos, el anhelo de felicidad, las actitudes éticas, la sexualidad –afrontará su condición homosexual sin pelos en la lengua en Contra natura-, el sentido de la vida y de la muerte, y, por decirlo en dos palabras, la condición humana. He leído en alguna parte –a partir, posiblemente, de títulos como ‘El cielo raso’, ‘Vida de San Francisco de Asís’, ‘Quédate con nosotros Señor porque atardece’ y ‘La ficción suprema’, que su prosa es religiosa, incluso teológica, cosa que yo no veo. Aquí ocurre de nuevo que sorprende el hecho de que el escritor se pregunte lo que nos preguntamos todos, qué coño hacemos aquí. Mal escritor es, pienso, el que esquiva la pregunta.

Con un horizonte efectivamente religioso, Pombo habla ‘desde fuera’, desde una religión sin religión. Le da grima la iglesia oficial, la religión del catecismo. En las últimas líneas de ‘La cuadratura del círculo’, Acardo –en quien vemos a Pombo- regresa vencido de las Cruzadas a las que le enviaron engañado y se encara con el abad de Carvajal, Bernardo, al que tanto había admirado: «por tu culpa no soy ateo ni creyente, por tu culpa he perdido toda apariencia de ser. Vosotros estáis dentro de la iglesia, pero yo estoy fuera con las sombras de los muertos». Y el abad le responde con crudeza: «No eres, Acardo, es cierto, ni nuestro ni de nadie, ni de Dios ni de Satanás, eres sólo un instante, objective tanctum in intellelctum, objetivo sólo del entendimiento del lector y del relator». (Aquí Pombo implica al lector que tendrá que hacer su propio juicio sobre lo sucedido). El hecho es que el tal Acardo acaba en lo exterior, en la desemejanza y que sin agarradero cae al mundo. Acardo abandona el monasterio, monta a pelo su percherón y, pesadamente, galopa bosque adentro. El noble animal de carga será lo más parecido a la ternura y a la hermandad que conocerá Acardo antes de la muerte.

Lejos de la Iglesia institucionalizada, Pombo apuesta así por lo secular y la trascendencia horizontal de los hechos, por la autenticidad en el trabajo, en la calle, en la lucha por la vida, por hacer el bien y contar con el ‘otro’ como igual a uno mismo. Toda novela de Pombo es un lugar de exploración y reflexión. Y gran fabulador, nos deja una sorprendente galería de retratos y un impagable registro de voces. Y lo hace con un cuidado exquisito del lenguaje, con una prosa elegante, vibrante, llena de matices, evocativa y poética, que no deja de lado el humor. Leer a Pombo es una gozada.

Suscríbete para seguir leyendo