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Magistral y discreto Delibes

Magistral y discreto Delibes

Magistral y discreto Delibes / Por Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

En la historia de la Literatura abunda el escritor endiosado que, hacedor de mundos y criaturas, acaba haciendo de sí mismo un personaje que deja en la sombra a sus hijos de ficción. Delibes, en cambio, huye del escaparate, deja que sus obras se abran camino solas, en la idea de que si no lo consiguen es porque no lo merecen. Esta estrategia que no exhibe autoría, explica que hablemos menos de Delibes que de sus obras. No es mala cosa. También hablamos más de el ingenioso hidalgo don Quijote que de Miguel de Cervantes. De la actualidad y presencia de los títulos delibeanos es buena prueba su salto al cine, al teatro y a la televisión. Es el caso de ‘Los Santos Inocentes’, ‘El Camino’, ‘La guerra de papá’, ‘El disputado voto del señor Cayo’, ‘Las ratas’, ‘La sombra del ciprés es alargada’, ‘La mortaja’, ‘La guerra de nuestros antepasados’, ‘La hoja roja’, ‘Cinco horas con Mario’, ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, etc.

Miembro de la RAE y con todos los premios, Cervantess, Nadal, Nacional de Narrativa, de la Crítica, Nacional de las Letras Españolas, Fastenratt, Príncipe de Asturias, etc., Miguel Delibes (1920-2010) es uno de los mayores escritores de nuestras letras y nos motiva para entrar en su cocina, en las claves de su escritura que, precisamente por su naturalidad, nos oculta fórmulas muy trabajadas. El ejercicio del periodismo en El Norte de Castilla, del que llega a ser director, es su mejor escuela. Muchos materiales de sus artículos y crónicas tienen aprovechamiento en sus novelas, y del periodismo son las constantes de su narrativa, la valoración de lo cotidiano, el hacer de la anécdota categoría, la concisión, la amenidad, la frescura expositiva, una cívica ironía y un humor cervantino.

Vida y literatura

Otro aspecto que le identifica es la correlación de vida y literatura. Los veranos de su infancia aparecen en ‘El príncipe destronado’ y en ‘El Camino’; sus tiempos de opositor, en ‘Siestas con viento sur’; la Guerra Civil en ‘Madera de héroe’ y en ‘Las guerras de nuestros antepasados’; ecologista avant la lettre, su amor a la naturaleza está muy presente en ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ y en sus nueve títulos cinegéticos; la censura de la prensa durante el franquismo aparece en ‘Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso’; y las experiencias que más le hieren, la muerte de su padre y de su mujer, dan ‘La sombra del ciprés es alargada’ y ‘Señora de rojo sobre fondo gris’. Un buen resumen de toda su obra podría ser ‘El hereje’, su último libro, en el que converge todo el universo delibeano, sus vivencias, sus ideas, sus fidelidades y también sus miedos.

Al hablar de la escritura de Delibes tenemos una ventaja impagable, él mismo describe su modo de hacer: “Yo entiendo que novelar es contar una historia y, antes de entrar en harina, acertar en la forma de decir lo que se quiere decir (técnica), coger el tono (estilo), eliminar lo accesorio y jugar con los propios recursos”. Y en lo que se refierer a los materials de sus argumentos nos descubre tres fuentes principales, la observación, sus propias experiencias y la fabulación. En el discurso de recepción del Premio Cervantes, Delibes insiste en la importancia que para el escritor tiene el desdoblamiento: «He pasado la vida disfrazándome de otros. Disfrazarse es el juego mágico del hombre que se entrega a la creación, sin advertir cuánto de su propia sustancia se le va en cada desdoblamiento. Yo no he sido tanto ‘yo’ como los personajes que he representado en este carnaval literario. En buena parte, ellos son mi biografía».

Con los relatos de Delibes uno se olvida que está leyendo porque la historia se nos lleva, nos arrastra. Y porque sus personajes están vivos. Son creíbles, precisamente, porque no son héroes, son seres comunes que nos resultan cercanos, familiares, entrañables. Delibes subraya su individualidad. Cada uno de ellos es un ser único en su carácter, en sus gestos y manías. Umbral habla del ventriloquismo literario de Delibes, de su capacidad para hablar como un niño, como una vieja enfurruñada, como un militar autoritario, como un anodino empleado de Banca. Lo de poner ‘voces’ se le da bien. «Lo único que pretendo en mis relatos –dice- es llamar a las cosas por su nombre y saber el nombre de las cosas». Esta premisa explica la precisión y la riqueza del léxico coloquial de Delibes, que no escribe como otros autores con los ojos o con la nariz. Él escribe con los oídos: «Ando siempre –comenta- con la antena puesta». Esto nos devuelve al desdoblamiento que decíamos, a esa capacidad que tiene para expresarse desde el punto de vista y con el habla de sus personajes. Es cierto que un cierto vocabulario de Delibes agoniza. Hoy difícilmente oiremos decir cotarro, celemín o agostero, porque hay muchos aspectos de la vida actual que empobrecen la lengua. Delibes lo sabe y denuncia que la destrucción de la naturaleza destruya el lenguaje que la nombraba.

Otra característica de su escritura es la correspondencia que consigue entre contenido y forma, razón del repertorio que nos ofrece de estructuras formales, todas diferentes. El tratamiento es, en cada caso, el que exige la historia que cuenta. En ‘Cinco horas con Mario’, por ejemplo, Delibes se deshace de doscientas cuartillas cuando descubre que le conviene el monólogo y no la tercera persona que estaba utilizando. Y algo a lo que nunca renuncia es a sus fidelidades, a mantener una actitud ética en sus textos: «La novela no puede quedarse en entretener. Antes que divertir, debe ser crítica, debe molestar y denunciar, debe inquietar». Una actitud, por cierto, que le obligó a dejar la dirección de El norte de Castilla. Su ‘Parábola del náufrago’ es un claro alegato en defensa de la libertad y la dignidad humanas.

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