Opinión

La Ibiza desahuciada

Los amigos desahuciados después de toda una vida de trabajo y amor a la isla. Los que sabemos que, tarde o temprano, también nos tendremos que ir. El talento joven que emigra para no volver. Los pequeños comercios, bares, cafeterías de siempre... que se han ido desplazando cada vez más lejos hasta acabar cerrando, porque muy pocos, aparte de las grandes franquicias, pueden asumir las fortunas que se piden por cualquier local céntrico a pie de calle. Los que sueñan con escapar, hastiados de esta rueda en la que cada temporada se subordina el bienestar de los residentes a los intereses de unos cuantos. De ruido, colapso, esperas, faltas de respeto... De pagar a precios de oro desde la cesta de la compra a unos servicios de pena. De que el agua de las playas ya no sea la que fue. Los que miraron con la ilusión de formar una familia «la fiebre constructora» de Sant Antoni (en Santa Eulària ya avisaban de que las promociones eran de lujo) para comprobar que tampoco son para ellos, sino para holandeses, británicos, etc., que fajo en mano las compran como vivienda vacacional o inversión... Ibiza está expulsando a su gente, con el único baremo del dinero. Bienvenidos el rico, el chulo y el narco. Fuera los demás, desde los que limpian las calles o cuidan a nuestros enfermos y ancianos hasta el policía o el maestro. Ahora le ha tocado al CNI, y lo siento por ellos, pero la solución debe ir más allá de que desde la Administración prioricen el interés social de los clubes náuticos. La avaricia y la especulación no solo amenazan los puertos, nos corroen el alma.

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