Francisca Escandell, cien años de vida siendo testigo del cambio de Formentera

Se siente agradecida a la vida y, sin perder su mirada serena, dice que echa de menos a sus hijos: «Me hubiera gustado que estuvieran aquí»

Francisca Escandell Serra con su tataranieta Martina Pons Tur .

Francisca Escandell Serra con su tataranieta Martina Pons Tur . / C.C.

Carmelo Convalia

Carmelo Convalia

Francisca Escandell Serra (Formentera, 13 de junio de 1922) cumplió ayer 100 años, serena y feliz. Recibió todo tipo de obsequios y felicitaciones por parte de sus familiares, vecinos y amigos pero el regalo que más la emocionó fue tener en sus brazos a su tataranieta. Martina Pons Tur nació hace dos semanas en Formentera y sus padres (la madre es biznieta de Francisca) decidieron compartir unos momentos con ella en un día señalado para toda esta familia.

Cien años de vida siendo testigo del cambio de Formentera

Francisca Escandell, sopla las velas de la tarta de cumpleaños / C.C.

Esos pocos minutos que estuvieron juntas, Martina muy tranquila y Francisca transmitiendo cariño y ternura, quedó reflejado en una mirada cómplice que une cinco generaciones. La escena emocionó a todos los invitados y a los padres de la recién nacida.

Cien años de vida siendo testigo del cambio de Formentera

Familiares la obsequian con flores. / C.C.

La historia de Francisca Escandell se remonta a cuando Formentera era una tierra de supervivencia y sus habitantes vivían de su ingenio, atados a la tierra, al mar y a la emigración.

De pequeña, Francisca ya supo que las cosas en la vida se podían torcer, ya que su padre, José Escandell Pep Bosc, de la Mola, fue un republicano perseguido y asesinado en Palma por el régimen franquista.

Pero en la Formentera de principios del siglo pasado la vida seguía y había que hacer frente a las adversidades. Conoció a su marido, Vicent Tur Escandell (fundador de Carbónicas Tur, ya fallecido), con el que se casó a los 19 años. Del matrimonio nacieron dos gemelos, Carlos y José Tur Escandell (ambos fallecidos), y más tarde una hija, Fany Tur Escandell.

Uno de los nietos, Vicent Tur, relata que la vida de su abuela ha estado volcada en su familia al igual que muchas mujeres formenterenses de esa generación. A finales de los años cuarenta del siglo pasado, cuando los gemelos (su padre y su tío) dormían en un canasto, su abuela elaboraba gaseosa con su marido: «Cuando era joven, con mi abuelo, hacían las gaseosas; limpiaba con agua las botellas con un cepillo y hacía la mezcla con los tubos, medía la cantidad de sacarina (entonces el azúcar estaba racionada), carbonataban el agua, añadían las esencias de piña, que era como una bebida de cola, se llamaba Piña Tur, y hacían una botella pequeña y otra grande. Pero también había de sabor limón y naranja», relata Vicent Tur. Reconoce, con cierta ironía, que su abuelo, por esos años, «también se dedicó al noble oficio del contrabando».

A pocos metros, Francisca está rodeada de familiares que se van turnando para compartir un momento de charla con ella. Ha invitado a todos sus conocidos.

«Me siento bien, no puedo caminar, tengo las piernas malas y voy tirando. Ahora, la cabeza va bien y conozco a toda la gente que ha venido». Reconoce que tiene en su memoria a sus hijos, Carlos y José: «Me hubiera gustado que estuvieran aquí».

Cuando recuerda cómo era la isla en su juventud, responde sin ninguna duda: «Ha cambiado mucho, una barbaridad, yo estoy espantada». Al preguntarle si para bien o para mal, ríe: «No sé que decirle, cosas bien y cosas mal. Para vivir está mejor, se gana dinero y la gente no se mata trabajando la tierra. Yo de joven había trabajado mucho en la tierra, ahora es una vida mejor».

En cambio, con las relaciones sociales, apunta: «Antes había mucho respeto a los padres, abuelos y todo esto importaba mucho y ahora pues no es lo mismo, pero yo no me quejo de nadie porque todos me cuidan muy bien».

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