Leopoldo López Mendoza

El líder de la oposición en Venezuela, en Ibiza: "Aprendí qué es la libertad estando preso"

«Yo aprendí lo que es la libertad estando preso, sin posibilidad de moverme, sin luz eléctrica, sin saber cuál era la hora del día»

López se hace un 'selfie' con dos asistentes a la presentación del libro de Javier Moro.

López se hace un 'selfie' con dos asistentes a la presentación del libro de Javier Moro. / Toni Escobar

A las tres de la tarde, cuatro horas antes de presentar ‘Nos quieren muertos’ en el Náutic, Leopoldo López, Lilian Tintori, sus hijos y el autor de la vida novelada de esta pareja disfrutan del sol otoñal en la playa de es Bol Nou, en bañador y bermudas.

¿Les siguen queriendo muertos o cree que el régimen ya se ha olvidado de usted y de su familia?

[Nicolás] Maduro tiene una fijación por culparnos, aunque no estamos viviendo en Venezuela, de cosas tan absurdas como el éxodo masivo de los venezolanos. No asumen la responsabilidad de la destrucción del país.

O sea, les siguen queriendo muertos.

Sin duda. La dictadura ha querido estrangular no sólo a las personas, sino al sistema: a la Justicia venezolana, a la libertad de expresión y de movimiento, a la posibilidad de vivir en libertad. Yo fui centro de los ataques por parte de la dictadura, con varios intentos de homicidio, en uno de los cuales falleció un compañero a mi lado, y estuve encarcelado durante siete años, cuatro de ellos en confinamiento solitario, en una cárcel militar. Más de 500 personas de mi movimiento fueron detenidas. Muchos amigos fueron asesinados y torturados. La dictadura sólo ha empeorado en estos últimos años. Dos cifras muy elocuentes. Cuando [Hugo] Chávez llegó al poder, Venezuela producía casi cuatro millones de barriles de petróleo; hoy en día, menos de 600.000 barriles. Eso no ha ocurrido por una guerra ni por un desastre natural, sino como consecuencia de la corrupción. Eso ha producido un colapso de la economía. Con Chávez había menos de 100.000 venezolanos viviendo en el exterior. Hoy en día, ocho millones, el 26% de la población.

"Maduro tiene una fijación por culparnos, aunque no estamos viviendo en Venezuela, de cosas tan absurdas como el éxodo masivo de los venezolanos"

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¿Se sienten seguros en España?

Nos sentimos seguros. Cuando llegué, el presidente del Gobierno me dijo que por razones de seguridad tenían que ponerme guardaespaldas. Duró tres semanas porque yo decidí vivir en libertad.

¿Han recibido amenazas desde que están exiliados aquí?

La dictadura ha solicitado mi extradición, ha pedido a Interpol que se me aplique el código rojo, mi detención… La práctica de la represión trasnacional mediante asesinatos es muy común en las dictaduras. En cualquier momento, Maduro puede pasar la raya.

¿Por qué este libro, por qué depositaron su confianza en Javier Moro para contar su historia?

Cuando conocimos a Javier Moro nos dijo que le gustaría escribir sobre nuestra historia. Tras pensarlo, le contestamos que estábamos dispuestos a contarle todo, con la única condición de que sólo escribiera la verdad, que verificara todo lo que le dijéramos. Hizo más de 500 entrevistas para este libro. Nada de lo que cuenta es falso.

Maduro seguro que no piensa así.

Seguramente, pero todo lo que está ahí planteado está verificado. El título, ‘Nos quieren muertos’, se refiere no sólo a la muerte física. Hay muchas maneras de matarnos, por ejemplo, reputacionalmente. Nosotros hemos sido blanco de ataques desproporcionados por parte de la dictadura. Cuando en 2014 llamé a las protestas, año en el que fui encarcelado, las redes sociales eran un terreno bastante democrático. Hoy en día es un espacio muy manipulado, con mucho dinero por medio, por parte de la dictadura, que incluso ahora ejerce la censura en esas redes. Hace dos días, metieron allí preso a un activista político por los mensajes que escribía. Hace un año y medio, encarcelaron a una mujer de 70 años por poner en TikTok un chiste contra Maduro. Se podría pensar que son casos que van contra personas determinadas, pero en realidad son maneras de sembrar el terror. Luego lo publicitan, lo cual genera una inhibición tremenda por las consecuencias que puede tener un tuit.

Héroe en 2014, cuando, tras ser acusado de fomentar la violencia en el país, en vez de huir decide entregarse a la justicia de su país. ¿Cree que la población le sigue considerando un héroe o que ya le ha olvidado?

Ha sido un proceso muy largo, más de 20 años de lucha en los que distintos movimientos han tenido protagonismo en algún momento. He aprendido que a veces estás arriba y a veces, abajo. Nos ocurre como personas y como país. Pasas de la esperanza a la desesperanza y la frustración. Hay que saber estar arriba y abajo siendo la misma persona, con las mismas convicciones. Al final, esto no se trata de un ciudadano en particular, ni de mí ni de mi movimiento, sino de salir de la dictadura.

¿Desea regresar?

Por supuesto. En el primer momento en que se pueda, lo haré.

¿Volvería a jugársela como hace nueve años?

Siempre.

¿Y volvería allí a la política?

Seguro. Mientras, no la he dejado. El exilio es otra manera de prisión. Hay una apariencia de libertad, pero no es tal. Una cosa es irte del país y poder regresar, y otra es no poder volver. Es una forma de encierro. Me ha tocado reinventarme muchas veces. Fui alcalde de Caracas y cuando me presenté como gobernador de esa región me inhabilitaron, me sacaron de la contienda electoral. Y eso me llevó a reinventarme: montamos un movimiento de lucha no violenta que lideró las manifestaciones de 2014. Después viví siete años de cárcel, que fue otra reinvención, mía y de mi familia. Y en el exilio me ha tocado replantearme la lucha, y si bien sigo muy conectado con Venezuela, me he dedicado a hacer del exilio una oportunidad para encontrarme con personas y movimientos que, como yo, luchan contra países autocráticos.

A través del World Liberty Congress.

Agrupa a disidentes y movimientos de 56 países que están bajo autocracias. Ha sido una experiencia muy gratificante en lo humano, al encontrarme con gente que aunque sea de países, continentes, credos, razas e historias diferentes, coincidimos en lo que significa ser un preso político y blanco de ataque por parte de un Estado, vivir en el exilio y enterrar a tus compañeros asesinados. Tenemos la misma lucha. No había antes un movimiento parecido. Su objetivo es la transición hacia la democracia, una lucha que requiere mucha cohesión. En nuestro caso, nuestra lucha no es sólo contra Maduro: lo es también contra Putin, Xi Jinping y los mulás de Irán, pues son los pilares que sostienen a la dictadura venezolana.

¿Le han reprochado (o se ha reprochado a usted mismo) que no siguiera en Venezuela luchando contra Maduro?

En Venezuela tenía dos opciones: estar preso o muerto. Tras siete años en prisión tomé la decisión de escaparme por muchas razones. Una de ellas es que podía tener más impacto en la lucha si estaba fuera del país. Otra, que llevaba dos años sin ver a mis hijos y siete sin ver a mi padre. Ellos también han sido víctimas de esta lucha. Cuando estaba en arresto domiciliario, fue una etapa muy dura, más que la propia cárcel en cierto sentido, pues no estaba yo solo preso: también lo estaban mis hijos y mi esposa. Había mucha tensión. Arbitrariamente, entraban en mi casa para hacer requisas, la destrozaban. No fue fácil decidir escapar, pero era lo que tocaba en ese momento. Y claro que hay cuestionamientos, personalmente y por parte de mucha gente que se pregunta por qué lo hice. Ante eso, toca hablar y explicar.

Su caso me recuerda, por lo que hizo en 2014, al de Alexei Navalni, que tras ser envenenado y recuperarse, decidió regresar a Rusia, donde encadena desde entonces condenas de cárcel eternas. ¿No se arrepiente? ¿No habría sido mejor salir volando del país entonces, como hizo más tarde?

Tengo contacto, a través de World Liberty Congress, con la familia y equipo de trabajo de Navalni. Sin duda es una historia muy parecida, como la de monseñor [Rolando José ] Álvarez en Nicaragua, que también decidió quedarse en su país. Hay mucha gente que no lo entiende y lo critica. Yo entiendo perfectamente lo que hizo Navalny, y así se lo comuniqué a su hija, y lo que hizo monseñor Álvarez. La lucha no violenta tiene muchas dimensiones, y una de ellas es la de simbolizar la represión de las dictaduras.

En España hay muchos pro bolivarianos. ¿A qué cree que se debe?

Mucha gente emite opiniones por la intoxicación ideológica o mediática. No son la mayoría, pero me sorprende que a estas alturas aún haya gente que defienda a Nicolás Maduro y lo haga desde un terreno totalmente ideológico y sin conocimiento. Uno no sabe lo que es vivir sin libertad hasta que no la tienes. Yo no aprendí lo que es la libertad escuchando música o leyendo libros o poesía; yo aprendí lo que es estando preso, sin posibilidad de moverme, sin luz eléctrica, sin saber cuál era la hora del día.

¿Qué le parece que el gobierno español pidiera a la UE (aunque esta hizo caso omiso) levantar las sanciones a medio centenar de jerarcas, militares y magistrados venezolanos, entre ellos a acusados de torturas?

Me llamó la atención. Lo han hecho con poco conocimiento de causa. Las sanciones impuestas desde Europa no lo son a la economía de Venezuela: una es para impedir que se venda material represivo a esa dictadura; el resto son sanciones a corruptos o a personas que han cometido crímenes, gente que ha torturado y asesinado, por ejemplo, al capitán de la Armada [Rafel Acosta] Arévalo en 2019. Las sanciones económicas y el boicot que se hizo a Sudáfrica en su día fueron algunas de las medidas que permitieron acabar con el apartheid. Son una herramienta válida, sobre todo cuando son impuestas a personas que han cometido crímenes.

¿Qué opina del papel que juega José Luis Rodríguez Zapatero en las relaciones con el Gobierno venezolano? Hay quien le acusa de blanquear a ese régimen.

No ha tenido una posición imparcial. Como mediador, su posición ha sido proclive hacia la dictadura, para favorecer a Maduro.

«¡Lilian, me están torturando! Denuncien, denuncien». Es difícil olvidar sus gritos desde la cárcel de Ramo Verde. ¿Ha podido pasar página de aquello?

En lo personal, sí. Gracias a dios, no tengo ningún resentimiento ni odio. Antes de hacer una huelga de hambre durante 28 días, yo estaba allí muy alterado porque habían maltratado y humillado a mi madre y esposa cuando fueron a visitarme. Las desnudaron. Pasé tres semanas sin poder dormir. Una noche me di cuenta de que, así, yo estaba perdiendo, pues el odio y el resentimiento son sentimientos que te dominan. Fue un momento muy importante para mí, pues entendí que eso formaba parte de la estrategia de la dictadura: querían cambiarme como persona. Hoy en día no tengo esos sentimientos, pero sí quiero justicia para Venezuela, la transición hacia la democracia.

El 8 de julio de 2017 le vuelven a encerrar en Ramo Verde. El «descenso a los infiernos», lo califica usted. Usted ya era conocido en todo el mundo, hasta el Papa había intercedido a instancias de su Lilian Tintori, y se suponía que le dejarían en paz. ¿Qué pasó para que volvieran a cebarse, incluso más cruelmente, con usted?

La crueldad, el odio, la represión forman parte de la naturaleza de la dictadura. Sí, la cárcel fue muy dura. La propia ONU certificó que fui víctima de torturas. Pero yo no asumo la condición de víctima, pues eso le da poder al victimario. Si asumes la condición de oprimido, das poder al opresor. En otros países en los que han sufrido lo mismo, hay personas que se quedan en ese espacio de víctima, y eso limita las capacidades para pensar y para actuar contra ese sistema.

¿Mantiene alguna relación con Juan Guaidó?

Hablamos todas las semanas. Su situación, como la de todos, es difícil. El exilio venezolano es masivo. Guaidó asumió con mucha valentía en 2019, sabiendo los riesgos, la presidencia encargada de Venezuela, lo cual le puso una diana en el pecho, en la espalda y en la nuca. Pero los ataques que sufrió no le quitaron las ganas de seguir adelante. Nunca hubiéramos querido estar en el exilio, pero es lo que nos ha tocado.

"Organicé mi escape con gente cercana. Lo hicimos con credenciales y uniformes de la empresa de electricidad nacional. Logramos pasar veinte retenes. En el último nos detuvieron"

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En octubre de 2020 logra salir de la embajada española, donde se refugió durante más de un año, y huir a Colombia. ¿Qué papel tuvo España en aquella huida? ¿Cree que la consintió el régimen para quitarse un problema de encima?

No, no hubo colaboración española ni de ningún otro país. En la embajada estaba como huésped. Yo podía entrar y salir a mi voluntad. Alrededor de la embajada llegó a haber más de 200 motocicletas con 400 hombres. Llegaron a cortar la electricidad y el agua. Los drones la sobrevolaban. Incluso llegó a haber GEO dentro. Fue una situación muy tensa. Organicé mi escape con gente cercana. Lo hicimos con credenciales y uniformes de la empresa de electricidad nacional. Logramos pasar veinte retenes. En el último nos detuvieron. Nunca supieron que era yo. Ocurrió durante el pico del covid, por lo que parte de mi disfraz era aparentar que estaba muy enfermo. Obligaron a todos a que se quitaran la máscara y la ropa, menos a mí. Cuando llegué a España le dije a Lilian Tintori que quería tener otro hijo y llamarlo covid, porque gracias a la pandemia estaba allí con ella otra vez.

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