Y cuando llamaron Columbraria a Formentera no fue porque vieran sierpes donde nunca las hubo, sino porque la isla era –y sigue siendo– un paraíso para los omnipresentes lacértidos que hoy son su más ajustado logotipo. El caso de Ibosim es distinto. Sigue siendo desconcertante que, entre los dioses del momento, fuera Bes el elegido para darle un nombre a la isla. Y es desconcertante porque –con raras excepciones– todos los vestigios que tenemos en amuletos, escarabeos y terracotas, indican que la divinidad que prevalecía en Ibiza era Tanit. Tanto era así que nos hubiera extrañado menos que la isla se conociera como la ´Isla de Tanit". Tuvo que haber razones de peso para que Bes fuera el elegido porque la fundación de una ciudad no era algo que se improvisara o que se hiciera alegremente. Su ubicación la determinaban personajes principales, principalmente mílites y sacerdotes. Y escoger a los dioses tutelares tampoco era cosa de broma. Cabe pensar, consecuentemente, que Bes tuvo buenos valedores y que éstos, a su vez, tendrían motivos determinantes para que Ibiza fuera, precisamente, ´la Isla de Bes´. Una hipótesis plausible es que, viendo los primeros colonos que en la isla no había sierpes ni animales ponzoñosos, pudieron creer que ya estaba protegida por Bes, dios que tenía entre sus atributos el dar protección contra los reptiles. Nada más lógico, a partir de aquí, que la isla siguiera bajo su tutela. Pero, conjeturas aparte, las dudas subsisten. Particularmente cuando sabemos que Bes era un dios de controvertida procedencia y de segunda fila en Egipto, donde no tuvo templo ni cultos oficiales, quedando recluido, por así decirlo, al ámbito doméstico. El por qué del nombre de ´Ibiza´ es, por otra parte, una cuestión que los historiadores, arqueólogos y etimólogos han orillado. Se han limitado a decirnos que Ibosim significa ´isla de Bes´. Y por no saber, ni tan siquiera sabemos cómo pronunciaban los primeros ibicencos la voz fenicia original, BSM, grupo consonántico sin una sola vocal que los griegos convirtieron en Ibosim.

Si Tanit era la todopoderosa Diosa-Blanca o Diosa-Madre, Señora de la Tierra, del mar y de la noche, Bes era un dios malcarado, patizambo, enano, barrigón, fálico, lúdico, agresivo y, en cierta manera, imprevisible y alocado. Con apariencia de pequeño demonio, sátiro o sileno, entre sus atributos estaban el ser protector del hogar, la fertilidad y el sueño, señor de los animales, guía en el Más Allá, dios de la música y la danza, y asociado a la embriaguez, al sexo y a los amores libertinos. ¿Hacía Bes referencia a la vida alegre que ya entonces pudo tener la Ibiza cartaginesa y que, curiosamente, hemos recuperado tres mil años después con una fama que aún nos identifica? Nunca lo sabremos. Dicho esto, otro punto oscuro lo tenemos en el hecho de que la misma voz, ´Ibiza´, haya servido, desde tiempo inmemorial para nombrar, indistintamente, a la ciudad y a la isla, una circunstancia que ha llevado a los ibicencos a referirse a la capital como Vila y razón de que el payés nunca dijera «baixo a Ibiza», sino «me´n vaig a Vila» o «baixo a Vila». La duda aquí está en saber si fue primero el huevo o la gallina. ¿Fue Ibosim el nombre de la ciudad que, por extensión, pasó a identificar también a la isla o sucedió al revés, que los púnicos llamaron Ibosim a la isla y acabaron llamando de la misma manera a su ciudad principal? Lo que a ciencia cierta sabemos es que cuando los púnicos creaban un nuevo asentamiento lo que más importaba más era el solar fundacional donde se ubicaba el santuario que sacralizaba el lugar como axis mundi y mantenía a la ciudad protegida por un dios tutelar. En este sentido, lo lógico hubiera sido que el nombre de BSM se atribuyera primero a la ciudad. Pero esta interpretación parecen contradecirla los etimólogos que traducen BSM como ´Isla de Bes´, lo que hace pensar que primero se bautizó la isla y no la ciudad. La cuestión parece no tener solución, salvo, claro está, que en contra de lo que se ha venido diciendo, podamos traducir BSM como ´Ciudad de Bes´ y no como ´Isla de Bes´. Y cabe, todavía, una última alternativa conciliadora: que desde el primer momento, se utilizara la misma palabra, BSM, para nombrar, indistintamente, a la ciudad y a la isla. ¿Por qué no? Si lo hacemos hoy, también entonces pudieron hacerlo. Y tal vez tuvieron alguna forma que desconocemos, a partir de la misma voz, BSM, de diferenciar la Ibiza-isla de la Ibiza-ciudad. Posiblemente.