Opinión | Tribuna
Qué pasa con los niños
Este lunes un abuelo mató a sus dos nietos de 10 y 12 años y luego se suicidó en una localidad de Granada. Cuentan que se había peleado con el padre de los críos porque los veía poco, se fue para él armado con una escopeta, se los llevó y se atrincheró. Hubo una negociación con las fuerzas de seguridad, a todas luces infructuosa, y luego el desenlace fatal. Uno de los niños llevaba una escayola en la pierna porque hace dos meses sufrió un accidente de coche. En el siniestro murieron su madre y su abuela; conducía quien acabaría asesinándole junto a su hermano pequeño. Se salió de la calzada por un desvanecimiento y ahí comenzó el descarrile que acabó en parricidio. Los chavales se llamaban Pablo y Guillermo, y se suman a la nómina de infanticidios registrados este 2024 en España, que se hincha a un ritmo galopante. Siete vidas de niño arrebatadas a manos adultas este año. La peor estadística desde 2013, cuando se empezó a computar también la violencia vicaria, una sangría de 57 menores en poco más de una década. En enero, un padre mató dos hermanos de 7 y 10 años en Barcelona. En marzo, otro a dos niñas de 2 y 4 años en Almería. En un negro abril, un niño de cinco asesinado en Bellcaire d’Empordà por su progenitor, y dos mellizos de ocho en El Prat eliminados junto a su madre. Se les han de sumar las dos víctimas de Granada: nueve niños, y tal vez el recuento esté incompleto. ¿Hay un efecto imitación o qué ocurre? Según los datos del ministerio de Igualdad, diez mujeres han sido asesinadas también este año a manos de sus parejas o exparejas, dejando diez huérfanos. La violencia machista irracional está a punto de empatar mujeres y niños, tomados como objetos de la propiedad de alguien que decide su destino. O míos, o de nadie.
De esta escalada de brutalidad contra los más vulnerables se tendría que hablar un poco en este país, con permiso de la última astracanada del presidente argentino Javier Milei, que con cada disparate copa las energías de todas nuestras instituciones. Corremos el peligro de que se convierta en otro goteo de vidas que se pierden por causas incontrolables: era un buen padre, amaba con locura a sus nietos, no constan denuncias previas, tuvo una orden de alejamiento pero caducó, quién lo iba a sospechar, una familia de lo más normal, estaba medicado, cosas que pasan. Le adjudicamos un día internacional en el calendario, cuatro proclamas y listos. El Gobierno de Pedro Sánchez cuenta con un ministerio de Juventud e Infancia (conceptos colocados por orden de llegada a la edad de votar) que podría perfectamente abanderar este asunto del freno al aumento del ensañamiento contra los menores al que asistimos sin que se haya convocado un miserable panel de expertos, ni creado un observatorio, ni ordenado un plan de choque, ni un informe de un par de hojas. Su titular Sira Rego, muy presente en sus cosas de partido, dedicó el mismo esfuerzo el lunes a desearle una pronta recuperación a la presidenta de Extremadura, operada de urgencia, que al parricidio de Granada: un tuit. «La violencia contra la infancia tiene que ser erradicada de nuestra sociedad», escribió, tras declararse «consternada». En la cuenta del ministerio, nada de nada. No atino a interpretar el mensaje que mandan, de verdad, sobre sus prioridades y sus intenciones. Nueve niños indefensos asesinados de enero a hoy. Algo habrá que hacer.
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