Opinión | Para empezar

La huella imborrable de Arturo Ramos

El médico Arturo Ramos deja una huella imborrable en la memoria de varias generaciones de portmanyins. En mi caso, también en la barbilla. Tenía doce años, la temeridad propia de la edad, una bici BH destartalada con la que a veces iba al colegio y un amigo a quien convencí, aún no sé cómo, para llevarle de paquete cuesta de Can Coix abajo. No nos matamos de milagro. Nublada la cabeza por la conmoción, sólo repetía una y otra vez a quienes me rodeaban, asustados: «¡Arturo Ramos! ¡Llevadme a Arturo Ramos!». Así que me trasladaron a su consulta, donde lo dejó todo y me cosió la barbilla abierta con la que aterricé en el asfalto. También me curó las heridas y quemaduras cuyas sombras aún conservo en los brazos y las rodillas. Pero, sobre todo, me tranquilizó como nadie en aquel momento podía hacerlo. Saber que estaba en sus manos era todo lo que necesitaba, ya nada malo me podía pasar, refugiada en la camilla de su consulta. Cuatro años después, una hermana mía cuatro años más pequeña, siguió mi ejemplo de principio a fin: bici, cuesta de Can Coix, tortazo monumental y barbilla abierta cosida por Arturo Ramos. Menos mal que ahí acabó lo que parecía asentarse como una peligrosa (y absurda) tradición familiar. Don Arturo para la mayoría, una auténtica institución en Sant Antoni, para mí fue el siempre acogedor padre de mi gran amiga de la infancia; tan cariñoso como Tomi, su compañera en todas las facetas. Así le recuerdo y le recordaré toda mi vida. Con ese cariño tan especial que se tiene a las personas que te dejan una huella imborrable cuando eres una niña.

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