Opinión

La isla de los guetos

En el transcurso de las grandes oleadas de inmigración registradas a mediados del siglo XX en ciudades como Madrid y Barcelona, los guetos de chabolas proliferaron como champiñones en los extrarradios. Allí vivían familias de gente trabajadora, que faenaba en las fábricas ejerciendo como valiosa mano de obra barata. Con los años y la irrupción del fenómeno de la droga, se convirtieron en una suerte de poblados sin ley, donde a veces no entraba ni la policía.

En Madrid, por ejemplo, se han derribado muchos de estos asentamientos, pero han seguido proliferando en otros lugares. Unos continúan inmersos en la marginalidad de la heroína y otros albergan a nuevos trabajadores que tampoco pueden pagarse un techo, que ya no proceden de la meseta, Extremadura o Andalucía, sino de Marruecos, Senegal o Rumanía.

Las noticias que aparecen estos días en los medios de comunicación ibicencos me recuerdan a la marginalidad de esos poblados, antes de que la delincuencia se cebara con ellos. En la isla se extienden focos de caravanas, vehículos camperizados y tiendas de campaña, y los conforman en su mayoría trabajadores de temporada e incluso residentes fijos, con contratos de trabajo que no les diferencian en nada de otros empleados de hoteles, hospitales, escuelas, cuerpos de seguridad, etcétera, con la salvedad de que ellos en su momento no adquirieron una casa en propiedad y ahora no encuentran un techo compatible con su salario.

En Ibiza vivimos un fenómeno único en el país, y pienso que en toda la Europa del euro: aquí los profesionales cualificados no ganan suficiente para vivir decentemente. Sólo se salvan aquellos que han dado con un arrendador de buen corazón, que no pretende sangrar a su inquilino. Haberlos, haylos, y se cuentan por miles porque, si no, en Ibiza, ya habría pasado algo serio.

La isla es pasto de los especuladores y la codicia, hasta unos extremos tan inverosímiles que llevan a algunos trabajadores a tener que pagar 1.500 euros por una habitación. Hace pocos años, al inicio de esta burbuja disparatada, nos llevábamos las manos a la cabeza porque se alquilaban dormitorios a 500 euros. En un lustro se han triplicado los precios y la burbuja no presenta el menor síntoma de querer estallar.

La noticia de que existe un camping ilegal en una parcela privada situada en Can Negre, a las afueras de la capital, dentro del municipio de Santa Eulària, no sorprende a nadie. Sí asombra la magnitud de la barriada, donde vive un millar de personas que pagan 500 euros al mes por estacionar su vehículo y disponer de agua corriente y luz eléctrica. En Sant Antoni hay otro donde se abonan 700 euros, la misma cantidad por la que no hace tanto cotizaba un apartamento de alquiler.

Cuando existe un desequilibrio tan radical entre demanda y oferta, automáticamente prolifera el mercado ilegal. El mayor negocio de la economía sumergida que existe en la isla, hoy por hoy, no es la droga, aunque corra a raudales, ni la prostitución, que también; sino la vivienda. Los campings de caravanas de Can Negre y Sant Antoni son el inicio de un fenómeno imparable que va a seguir creciendo.

Según parece, ni un solo Ayuntamiento ve acertado buscar algunas soluciones prácticas al problema, por ejemplo adecuando terrenos para que estas caravanas dispongan de unos servicios mínimos imprescindibles y no generen peligro de incendios. Argumentan que se fomentaría la creación de infraviviendas. ¿Acaso es mejor que las caravanas se repartan por bosques y descampados? No hablamos de delincuentes, sino de trabajadores imprescindibles para nuestra economía. Ya no se trata de evitar el fenómeno, sino de atajarlo y controlarlo en la medida de nuestras posibilidades, mientras se ofrece algo de humanidad a estas personas, entre las que hay menores y enfermos.

A este paso, en Ibiza no sólo van a quedar inoperativas las oficinas de Tráfico, sino que perderemos a médicos, enfermeras, bomberos, guardias civiles, etcétera, que son imprescindibles para nuestra sociedad. Los profesores mallorquines y menorquines consideran la peor condena ser destinados a las Pitiusas. Sinceramente, habría que replantearse esta negativa, aunque fuera exigiendo contratos de trabajo para dar acceso a este nuevo servicio. Ignorar el problema y mover a la gente de sitio como peonzas mediante ultimátums policiales no va a arreglar nada.

De la misma forma que tampoco lo solucionarán los vergonzosos lamentos de sectores como el hotelero o el ocio, que ahora protestan por la falta de vivienda, cuando ellos también tienen parte de culpa por su apuesta desaforada por el lujo, que ha provocado este hinchamiento de precios. Dicen que los trabajadores se les van aunque les paguen salarios muy competitivos. Sin embargo, un sueldo que no permite vivir dignamente a un empleado, no es competitivo, sino todo lo contrario. Tal vez tengan que invertir en sus plantillas un mayor porcentaje de los beneficios estratosféricos que han obtenido en estos últimos años.

@xescuprats

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