Noche negra en Barbate

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Noche del viernes. Puerto de Barbate. Una narcolancha se refugia en el puerto de esta localidad ante una mar huracanado y bravo. Cerca de ese lugar patrulla una zódiac de la Guardia Civil que se acerca hasta la narcolancha para darle el alto; es en ese momento cuando se produce una escena escalofriante por su dosis de violencia y odio: la narcolancha pasa una y otra vez sobre la zódiac ante los gritos de unas cuantas personas que aplauden a los narcos, vitoreándolos como si fueran héroes. Balance final: dos guardia civiles muertos, otros dos heridos y ocho narcotraficantes detenidos, seis de los cuales están actualmente en prisión.

Y todos nos quedamos perplejos por la frialdad con la que los tripulantes de la narcolancha arremetían una y otra vez contra la zódiac de la Guardia Civil que resultaba insignificante ante esa especie de ataúd negro, insensible y déspota. Y todavía más perplejos ante los gritos de quienes hacían que la escena resultara todavía más dolorosa al escuchar esos alaridos que constituían un claro postulado en favor de aquellos que estaban triturando sin pestañear una zódiac indefensa en medio de un mar negro y rebelde.

Todo sucedió rápido, como si fuera la secuencia de una película dramáticamente real. Y lógicamente no tardaron en llegar las condolencias hacia los familiares de las víctimas y la condena por ese ataque que fue desmedido y que buscaba la muerte de aquellos que estaban a bordo de la zódiac. Luego han venido las reclamaciones, necesarias, para que luchar contra el narcotráfico y los narcotraficantes no sea un ejercicio mortal; también la urgencia para que la justicia sea más ágil. Pero en el fondo de todo lo visto subyace una realidad que es mucho más escabrosa y que tiene que ver con los sobornos y con el dinero y con la precariedad laboral de una zona en la que el paro juvenil es muy alto y el dinero del narcotráfico muy fácil de obtener, porque a pesar del riesgo la posibilidad de salir indemne es muy alta.

Decía Íñigo Errejón que en el Campo de Gibraltar hace falta más Estado, que el único Estado que ven sus ciudadanos no pueden ser las fuerzas de seguridad y tendría que ver con la educación, las posibilidades, la diversificación; tiene razón. Pero del mismo modo que en los 80 la heroína destrozó la vida de miles de jóvenes que presagiaban un futuro incierto, en el Campo de Gibraltar los capos del narco, que viven en mansiones selladas, saben qué precio pagar, cuándo y a quién.

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