Democracias condicionadas

Manuel Campo Vidal

Manuel Campo Vidal

Lo que era, ya no es. Y lo que parecía extraterrestre, se va imponiendo. Antes, resultaba imposible ganar una elección sin el apoyo de un partido consolidado. «Fuera de la fe, no hay salvación», parafraseaba el Evangelio Roberto Dorado cada vez que se intentaba una escisión en el PSOE de Felipe González. Hoy se demuestra que no tiene por qué ser así. Al contrario; a veces el partido lastra. Nadie sabe cómo se llama la formación de Nayib Bukele y acaba de ganar las elecciones por un 85 por ciento en El Salvador. Todos los analistas y gurús que pronosticaban imposible la victoria de Trump, se equivocaron. El Partido Republicano no lo aceptaba por excéntrico, pero lo acogió finalmente para no quedarse fuera del poder. Ahora vuelve, imputado por delitos fiscales, sexuales y por traición a la nación al promover un golpe de estado. Pero los tribunales, que él mismo nombró, retrasarán los juicios hasta que haya sido reelegido. ¿Más ejemplos recientes? La Argentina de Javier Milei. Por no hablar de lo ya consolidado: Nicolás Maduro, el conductor de autobús y sindicalista elegido por el coronel Hugo Chávez en Venezuela. O los ex guerrilleros sandinistas, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, implacables dictadores en Nicaragua. Pero no pierdan de vista Costa Rica ya que en las últimas tres elecciones presidenciales ganó y gobernó alguien desconocido en la política nacional.

Pero no hace falta irse tan lejos de Europa para encontrar ejemplos de personajes cuya actuación, saltándose cualquier lógica tradicional, condicionan mayorías de gobierno que años atrás parecían imbatibles. Véase en España, en las elecciones gallegas, el papel del alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome, campeón de vídeos viralizados y promotor de la exacerbación de un «nacionalismo provincial». Claro que también le ayudaron las subvenciones directas de 150 euros a cada ciudadano antes de las elecciones municipales de mayo del 23. Pasó de cinco a diez concejales y mantuvo la alcaldía pactando la Diputación provincial con el Partido Popular. Su intento de controlar ahora el gobierno autonómico, con uno o dos diputados, quita el sueño a los partidos tradicionales.

Jácome dice inspirarse en Teruel Existe, pero su referente personal es el expresidente de Cataluña, Carles Puigdemont, que huyó a Bélgica en el maletero del coche dejando en la estacada a sus consejeros, a los que había convocado a una reunión para cubrir su huida. Algunos de ellos pasaron tres años en la cárcel. Puigdemont, ahora, desde su autoexilio, y con causas abiertas en la Justicia, condiciona cualquier decisión de la política española utilizando sus siete diputados como martillo parlamentario. Y a su portavoz, Miriam Nogueras, como locutora de los guiones que él mismo, periodista de profesión, redacta tras consultar con su abogado, Gonzalo Boyé, condenado en su día por colaborar con ETA; abogado que comparte con clientes peculiares, entre ellos algunos narcotraficantes como Sito Miñanco.

La política, la empresa y el periodismo están repletos de personajes inconcebibles y alianzas contra natura que son los que llenan los titulares en prensa. Baste contemplar la entrevista de dos horas al dictador ruso Vladimir Putin a cargo del periodista norteamericano Tucker Carlson, antigua estrella de la cadena derechista Fox, despedido porque mintió reiteradamente en pantalla en su intento de auxiliar a Donald Trump en sus tropelías electorales. Así, Putin ha podido cómodamente llegar a Estados Unidos de la mano de un trumpista que emitió su programa en la red X, antes Twiter, acogidos por el multimillonario Elon Musk. El cóctel está servido.

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