Pelillos a la mar

Xescu Prats

Xescu Prats

Cuando Patricia de las Heras fue proclamada presidenta de Vox en Balears, tuve que preguntarme cómo sería el nivel para que la escogida fuera ella. Sus grandes aportaciones al cuaderno de bitácora de la política balear habían sido acusar de violadores a los sanitarios que practicaban PCR con bastoncillo por vía rectal y proclamar que el Día de Balears conmemora la expulsión de los musulmanes y la reconquista cristiana del archipiélago, en vez de la aprobación del Estatuto de Autonomía.

Nada más conocerse su nombramiento, concedió una entrevista donde calificó su elección de «histórica» al ser la primera mujer ibicenca en liderar un partido a escala balear. Sin embargo, lo único que ha acabado resultando ‘histórico’ ha sido el monumental desaguisado acontecido mientras ella conducía las riendas de su grupo parlamentario, cuyos diputados han estado compitiendo por hacer el ridículo, contagiando el esperpento a la dirección nacional del partido.

La semana pasada, tras la expulsión de Patricia de las Heras y el presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, orquestada por cinco compañeros díscolos –Idoia Ribas, Sergio Rodríguez, Manuela Cañadas, Agustín Buades y María José Verdú–, que se han pasado a su caudillo por el arco del triunfo, nos preguntábamos qué nos quedaba por ver. Ya tenemos respuesta: de todo y en abundancia.

Hacía dos días que Santiago Abascal, sacando pecho tras su reelección como líder supremo de la nave nodriza, había proclamado que «no hay ni ha habido nunca división interna en Vox. Son películas de ciencia ficción de los medios de comunicación». La alegría le duró hasta la alucinante rueda de prensa de los díscolos de Balears, donde la portavoz, Idoia Ribas, proclamó que echaban a sus compañeros, afines a la dirección nacional, por «deslealtad» y «falta de liderazgo». El partido calificó la maniobra de «traición» y los suspendió cautelarmente de militancia. «Ya no forman parte de Vox», llegó a decir el vicepresidente, Ignacio Garriga.

«Nos duele que cinco diputados pongan sus intereses personales por encima de España y los españoles», apostilló de las Heras, que, además, lanzó una advertencia a la presidenta balear, que sin Vox no puede seguir gobernando: «Apoyarse en tránsfugas no es ético». ¡La ética! Ese faro que a todos nos guía. Y en mitad de tan surrealista episodio, Margalida Prohens quiso opinar sobre la continuidad de su gobierno: «La estabilidad es absoluta».

Tras la reacción de Madrid, los díscolos comenzaron a recular: «No aceptamos la expulsión. Tenemos la mano tendida a la dirección nacional». El diputado Sergio Rodríguez, insultando nuestra inteligencia, hasta llegó a decir: «Que Garriga y otros nos califiquen de personas movidas por ambiciones y traidores es un lapsus linguae».

A partir de ahí, los diputados rebeldes propusieron que uno de ellos ocupara la presidencia, a cambio de readmitir a La Senne y de las Heras en el grupo. El quinteto dejó definitivamente de tener la sartén por el mango cuando los letrados del Parlament emitieron un informe que anulaba la expulsión de los dos por un defecto de forma no subsanable. Para echarlos tendrían que convocar otra reunión con sus intenciones reflejadas en el orden del día. Interpelada al respecto, a la emperatriz de la verborrea, Idoia Ribas, se le comió la lengua el gato: «No tenemos tomada ninguna decisión». Con las orejas gachas, los amotinados claudicaron y los expulsados volvieron al redil, a cambio de la paralización del expediente abierto contra ellos en Madrid. «La dirección da por cerrada la crisis balear», se apostilló desde allí.

Gabriel Le Senne, el personaje más naïf de esta cuadrilla del terror, incluso pidió «perdón por el espectáculo» y agradeció a los periodistas «su trabajo». Garriga prefirió correr un tupido velo sobre el deplorable vodevil y, como si fuera de origen ajeno a la incompetencia de su gente, afirmó que «más allá de cruces, denuncias y malas interpretaciones», se habían producido «intentos de manipulación perfectamente teledirigidos y promovidos por los medios de comunicación».

La diputada Ribas, ya rizando el rizo de la mamarrachez, remitió una nota de prensa en la que afirmaba que el acuerdo alcanzado con Madrid «es un punto de inflexión», sin aclarar de qué. Pero podemos deducirlo: el preciso instante a partir del cual nos tomaremos a pitorreo cualquier acción, iniciativa o proyecto que emprenda su grupo parlamentario.

Salir peor parado que esta caterva de insurrectos es extremadamente difícil, pero Abascal, con su reacción pusilánime frente al pulso traicionero, ha perdido buena parte del brillo que irradiaba su aureola de Cid Campeador que cabalga por España a lomos de un brioso corcel o un tractor, según las circunstancias, quedando retratado como una ursulina.

Hubo un tiempo en que la función pública ocupaba la cumbre en el escalafón del prestigio profesional. Hoy, gracias a personajes como éstos, rivaliza por abajo con enterradores y poceros. Con perdón de ambos oficios, imprescindibles e injustamente considerados. Qué asco.

@xescuprats

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