Casanovas, un oftalmólogo de otra época

La consulta de Román Casanovas era un decorado de película de otra época. El portal del edificio antiguo de la calle de las Farmacias se abría a unas escaleras que quizás eran de madera, como la puerta maciza. Las paredes, cubiertas de cuadros de artistas que hacían más llevadera la espera. Alto, enjuto, con su voz característica, su parsimonia, su calma, su bata blanca, el oftalmólogo Román Casanovas era de otra época. Tenía un armario enorme de madera con infinitos cajones estrechos en los que guardaba las lentes con las que te graduaba despacio, sin impacientarse nunca, dando la vuelta una y otra vez al cristal y haciendo la misma pregunta: «¿Así mejor? ¿Un poco mejor?». Colocando una y otra lente sobre las pesadas gafas metálicas de graduar. Nunca tenía prisa. El tiempo se detenía en aquella consulta espaciosa, que parecía de museo; como si la sala de espera habilitada en el piso de aire señorial no estuviera llena de pacientes esperando lo que hiciera falta, porque no cambiaban a su oftalmólogo por ningún otro. Le teníamos fe ciega. Cuando se retiró nos pidió que lo publicáramos para informar a sus pacientes, y que supieran a qué especialista le dejaba el legado de los historiales anotados a mano con letra diminuta durante décadas. Quisimos hacerle una entrevista, un reportaje, que nos contara las historias que había detrás de tantos cuadros y tantos años cuidando de los ojos de familias enteras, como la mía, desde los niños hasta los abuelos. Pero no quería ningún protagonismo. Un personaje de otra época que quedará para siempre en la memoria de varias generaciones de ibicencos, oriundos y de adopción.

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