Tribuna

De originales o copias

Yo no busco. Encuentro.» ¡Zasca! Frase efectista dónde las haya. Te deja tiritando... casi tiene presencia física. Dicen que menos es más (o no). Lo bueno si breve, dos veces bueno. Pues allá voy, y seguro que me enzarzo. Advertido quedas, apreciado lector.

Dicen que la contundente frase, la proclamó Pablo Picasso en una entrevista.

Pienso que buscar y encontrar (o no) son inseparables. Si no buscas o estás ahí (donde sea) poco vas a ver, y menos descubrir. Milagros, pocos y ‘nada surge a partir de nada’.

En algún lugar de nuestro cerebro está la semilla de lo que se encuentre. Seré un tanto escéptica, pero poco creo en la aparición de duendes o musas que obren el milagro de la inspiración, de la obra maestra. Si no hay constancia y empeño... res de res. Así de convencida lo digo.

La frasecita en cuestión me parece también una idea muy taoísta y como servidora es una apasionada de la pintura y la caligrafía china, me voy a meter en harina. Ya lo he avisado.

Picasso encontró, vaya si encontró. De eso no hay duda. Pero para eso, antes copió y copió a los maestros clásicos como un auténtico dios y se lo curró, pero que bien.

En Occidente sobrevaloramos la originalidad, lo auténtico, a veces de una manera casi fetichista y la misma palabra copiar tiene algo de peyorativo. Y según el contexto, no debiera ser así, ya que en el arte, en el día a día, en la vida misma replicamos constantemente. Y oiga, no pasa nada.

En perfumería se intenta reproducir la fragancia de después de la tormenta, del invocador olor a la tierra mojada. A ese aroma le llaman ‘petricor’. Al olor a mar, mezcla de azufre y algas, se le llama ‘marería’ y al de la tierra, ‘geosmina’. ¿Quién da más?

Cuenta Andrés Trapiello que los estorninos (¡ay, esos acrobáticos cardúmenes de estorninos... eso sí que no lo podemos copiar!) imitan el canto de otros pájaros solitarios y lo hacen con tanta eficacia que resulta imposible distinguir el original de la copia.

En música, se interpreta y escuchamos una y mil veces a los clásicos. Explica el gran pianista Moisés P. Sánchez que para encontrar la voz propia en música y en arte, primero hay que copiar, luego asimilar y al fin, innovar. Ahí queda eso.

Del mismo Picasso, cuentan que no le dolían prendas en certificar como propias ciertas obras que sin ser suyas, se le atribuían a él. No veo la razón, pero no dudo que él sí la sabría. Pues vale.

Parece más sincero James Joyce, que decía: «Tengo mucha suerte porque mi imaginación es muy pobre. Les robo cosas a los demás». Y se quedaría tan descansado y sin remordimientos, si no, no lo diría. Pienso yo.

Aquí, nos escandalizamos con las réplicas o las copias. Nuestro individualismo, el culto a nosotros mismos (y especialmente ahora con el teléfono en mano), dominan en el arte y en la vida.

Pero vamos a ver, alma de cántaro, ¿me creo yo que es auténtica la reliquia de una de las piedras que Jesús convirtió en pan, la astillita de la madera de la cruz donde le crucificaron, o el soplo del Espíritu Santo que se conserva en una botella de vidrio? Hay que tener mucha fe para creérselo y sin ofender a nadie, a servidora le cuesta. Es así y diciéndolo también me quedo muy descansada.

Creo que no tiene tanta importancia si es auténtico o es copia. Lo que cuenta es que te emocione esa obra de arte, o esa música, o te cambie de dimensión ese perfume. Ahí, más bien, estaría el milagro.

Copiar siempre fue una buena fuente de conocimiento y esencial para el proceso creativo. El exagerado culto al individualismo zanja, incluso con la admiración hacia otras obras. Me explico.

Paul Gauguin, hizo una alabanza, una declaración de admiración, copiando la obra Olimpya de Eduard Manet. O Van Gogh, que se enamoró de las estampas japonesas de Hiroshige, copiándole varios de sus cuadros. Y seguiríamos nombrando a otros muchos.

¿Es tan grave copiar?

En China no tenían este problema. Si lograbas reproducir la pintura de un gran maestro (en los rigurosos exámenes para ser funcionario en la dinastía Song, entre el conocimiento de leyes, también tenían que saber escribir poemas y por supuesto ser grandes calígrafos y pintores) demostrabas ya tus grandes capacidades; incluso a veces preferían una reproducción a un original. En esa sociedad, se consideraba la imitación como un gran elogio. No era la capacidad adquisitiva, sino el conocimiento lo que legitimaba la adquisición de unas u otras obras. Si el ‘falsificador’ lo hacía tan bien como el maestro, dejaba de ser falsificador para convertirse en maestro.

Cuenta el filósofo Byung-Chul Han (o sí o sí, tengo que citarle) que en Occidente también fue así en el Renacimiento, siendo Miguel Ángel otro de los geniales falsificadores de la historia. Sin duda, a Elmyr de Hory le hubiera favorecido nacer en esa época.

Me embalo si hablo de China y tendré que ir terminando.

Hacer las cosas por puro placer, dar la bienvenida a lo bello, sobre todo en estos tiempos, es un buen bálsamo y habrá que cultivarlo. Con originales o copias, pero mejor no caer en el maniqueísmo de ‘o esto o lo otro’, mejor aceptar esto y también lo otro.

La percepción de la belleza debe estar lejos de tabúes que nos ofusquen y no nos permitan ver realmente, y cerca sobre todo del disfrute que pueda regalarnos. No estamos para tonterías.

Encima, llegan las fiestas de Navidad y oiga, mejor buen rollito que si no, una se tensiona mucho en estas fechas y no es plan. Es preferible celebrar en buena compañía el milagro de estar vivos y brindar con unos buenos vinitos a la salud de todos, de los que seguimos buscando y de los que ya han encontrado.

¡Felices fiestas!

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