Tribuna

¿Cuándo se nos jodió el país?

Del apretón de manos entre Santiago Carrillo y Manuel Fraga a la advertencia de Abascal a Sánchez sobre terminar colgado por los pies han pasado cincuenta años. Los años que separan a varias generaciones que sobre todo les diferencia no haber atravesado una guerra civil y un régimen dictatorial o haberlo conocido de oídas.

No se frivoliza con el terror si lo has vivido a no ser que la violencia te parezca un lugar donde regodearte, no juegas a la aniquilación si has visto las consecuencias en los tuyos y en los del otro bando.

Incluso aunque hayas sido de los victoriosos, un país con vencedores y vencidos hace la vida más insoportable para los primeros, como las élites latinoamericanas que buscan el ocio en paraísos californianos. Es difícil imaginarse al entonces popular Gil Lázaro, ahora en las filas de Vox, pidiendo que colgaran de alguna parte a Adolfo Suárez por la legalización del Partido Comunista, la aprobación de la ley del divorcio o cualquiera de las transcendentales decisiones políticas que se tomaron en ese momento con una alta contestación en parte del país.

Se justifica este tipo de expresiones entre los correligionarios de Abascal por el hartazgo que dicen padecemos los españoles, como si alguna situación vital como la indignación o la desesperación fueran suficientes argumentos para ni siquiera rozar a nadie.

Si nos dejáramos llevar por los impulsos no quedaría nadie vivo sobre la capa de la Tierra, aunque en algunas regiones parecen estar consiguiéndolo. Educar a varias generaciones sobre el valor de la contención, de la razón sobre el instinto ha supuesto el esfuerzo de tantas personas que se ve desbaratado en esa misma medida de tiempo que la exhijastra de Vargas Llosa rebautizó para siempre como un nanosegundo en el metaverso.

No sólo se jodió el Perú como diría el extraordinario autor devenido en admirador de los populismos autoritarios, una vez que ni él mismo supo ganar unas elecciones, sino también el jardín europeo. Aumentan de manera preocupante las denuncias por acoso escolar, violencia de género e ideación suicida en el entorno escolar según las autoridades educativas, lo sorprendente sería lo contrario en un ambiente en que el matonismo verbal es lo cotidiano.

Si hasta Pablo Motos, que también cuenta con la exhijastra del autor peruano en su programa, siempre el más visto del día, semana tras semana, hace una defensa del macarra de manual en modo aspiracional. De todos modos, ¿seguro que son seis los grados de separación entre unos y otros? Parece que vivimos todos en un puñado, sobre todo los defensores de la libertad, carajo, que diría Milei.

Carmen Lumbierres | Politóloga

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