Para empezar

Belenes de una Ibiza perdida

Paseas entre los puestos de s’Alamera, pensando que verás lo de siempre. Joyería de plata, adornos para el árbol, bisutería, cinturones, bolsos, bufandas de lana, embutidos... Y, de repente, la sorpresa. Te quedas pegada al puesto, aprovechando la calma del mercadillo a medio montar y que el artesano anda a otras cosas, disfrutando de cada detalle. No te dan los ojos, aunque los párpados casi te dan la vuelta al cráneo, para captarlo todo. Porque a los belenes payeses que te han atrapado no les falta ni la sobrassada colgada de la pared. En los escasos dos metros cuadrados del mostrador se agolpan el pescadero, vestido de negro, con sus pulpos, sus morenas y con un calendario colgado de la pared; la pastora, cuyas ovejas pastan junto a un pou; el pescador reparando las redes; la vendedora de cupones apostada en la esquina del carrer de la Mare de Déu; el matancer metido en faena, el Niño Jesús en el porxo y los Reyes Magos combinando sus coronas doradas con el jupetí lleno de botons. Cuando quieres darte cuenta han pasado más de cinco minutos. Y te marchas del puesto porque te da algo de pudor seguir ahí, pegada a esos belenes que te han hecho sonreír, melancólica. No por la Navidad sino porque reflejan una Ibiza que, poco a poco, vamos perdiendo. Vamos dejando perder.

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